"Anoche escuché un grito. Entonces, un silencio me heló el alma.
Recé porque sea un sueño cuando vi la ambulancia en la calle"
"Detrás de la pared", Tracy Chapman
¿Qué hora es? ¿Es muy temprano para cenar? ¿Se puede tomar un vino a las 16? ¿Por qué me despierto a la misma hora de siempre, o incluso antes, si el tiempo de “llegar al trabajo” es el de una pava caliente y ocho pasos? Si es el mismo paquete de yerba, ¿por qué rebota distinto en el paladar? ¿Será que, al igual que los otros sentidos, el gusto acusó recibo del tiempo de espera?
Mi tiempo se mide en series, películas, libros, audios, videollamas y el anhelo por una pantalla de cine. Casi que estoy dispuesta a “negociar” una tregua a "las películas comentadas en la sala".
Es un tiempo terraplanista que se achata y estira. El reloj es para registrar lo que pasó y lo que queda, pero no impone casi ninguna urgencia: no se va a ninguna parte.
El contacto con el mundo cuando no se trabaja es la ventana. Y cuando se trabaja, angustia un poco más. Duelen las crisis y la desesperación frente a la puerta de un banco.
Entonces, vuelve el ejercicio bimembre de unir cifras con “cuarentena”, “aislamiento”, “muertes”, “casos positivos” y recomendaciones gramaticales: “la covid-19”, porque es una enfermedad, y “el coronavirus”, porque es un virus.
Esto también es streaming pero sin ficción. Los datos tienen nombres y rostros para la pandemia, el “enemigo invisible”. Somos un blanco móvil y "la/el" se mueve con nuestros cuerpos.
Así se vive bajo sospecha en una ciudad que se fuga del distanciamiento en el video de un fantasma, la visita inesperada de un contingente de escarabajos o la “aparición” de grillos cantores bien nutridos.
Es la misma ciudad en la que “los aplausos de las nueve” empiezan a ceder ante los carteles de “rechazo” a personas que trabajan en el cuidado de la salud.
La mismísima urbe de bichos y dudoso espectro en la que un ruidazo contra los femicidios en Argentina tuvo un eco dispar. En algunas zonas se hizo escuchar y en otras asumió una mudez violenta que terminó contrastando con la audible batería de cacerolas.
“La violencia patriarcal también es pandemia”. La frase es de Milagros, sobrina de Cristina Iglesias y prima de Ada. A las dos las mató la pareja de Cristina. Después, las enterró en el fondo de su casa en Monte Chingolo.
¿Qué hora es? ¿Es muy tarde para cenar? ¿Cuándo sale el sol?