“Cristina, Cristina, Cristina corazón, acá tenés los pibes para la liberación”. El canto preferido de La Cámpora, que durante el gobierno de Cristina Kirchner sonaba en el Patio de las Palmeras de la Casa Rosada cuando la expresidenta salía a saludar a la militancia, volvió a escucharse fuerte, esta vez en la cancha de fútbol de la Ciudad Universitaria Rosario, en La Siberia. El rito, tan conocido, marcó el inicio del plato fuerte del Encuentro Nacional de Salud que se realizaba allí con la presencia, según los organizadores, de más de 10 mil personas: el discurso de la flamante titular del Partido Justicialista.

Las palabras de la propia Cristina también viajaron al pasado y ella lo justificó desde el comienzo, al explicar que en el “mundo líquido” actual, donde la política construye sobre mentiras o medias verdades, tenía el deber de recordar y posicionarse desde “la autoridad de lo hecho y los hechos”.

Así, centrada en el tema del encuentro -la salud-, reivindicó lo actuado entre 2003 y 2015, bajó la marca del Estado presente, porque “mejoró la vida de los argentinos sin distinciones”. Lo contrapuso a este presente en el que -dijo- caen los programas que garantizan coberturas básicas y las prepagas cobran lo que quieren, amparadas por un Estado que desregula solo lo que favorece a los ricos. En este punto, lanzó un fuerte desafío al presidente: “Milei, si sos tan guapo, desregulá también los medicamentos”, gritó, en referencia a una para ella evidente complicidad entre el gobierno nacional y los laboratorios concentrados que compensaron la baja del consumo con aumentos desmedidos de precios.

Lo emocional

 

El discurso de Cristina desempolvó imágenes que estaban olvidadas, pero que para ella fueron representativas de un proyecto fundamental: construir un sistema integrado de salud que saliera a buscar a los habitantes de la Argentina profunda para darles acceso a un derecho básico que no tenían al alcance de la mano. Por caso, mencionó los “30 camiones sanitarios” que llevaron a todo el país el programa odontológico “Argentina sonríe”, y el tren Ramón Carrillo, que distribuyó, según recordó, cien mil pares anteojos a personas que nunca habían recibido atención oftalmológica.

Cristina en el escenario, sus devotos bajo el sol en la cancha de fútbol de la ciudad universitaria (Alan Monzón).

Esta es una época en la que la conexión de la ciudadanía con sus líderes políticos se construye más desde lo emocional que desde lo racional. El gran éxito de la campaña que llevó a Javier Milei a la Presidencia fue haber sabido explotar e incluso exacerbar el odio y la frustración que anidaban en un enorme porcentaje de la población hacia quienes gobernaron la Argentina los últimos 20 años. Ese fue el sentido de la apelación a la palabra “casta”, un término que consiguió además vincular con claridad a la dirigencia tradicional con privilegios de los que no goza cualquier argentino común.

Cristina parece buscar movilizar la memoria emotiva cuando trae el recuerdo de tiempos que su electorado reivindica como los “más felices” y en los que ella se creía en condiciones de ir por todo, porque había sido reelecta con el 54 por ciento de los votos y el relato del Estado presente funcionaba como ahora el del Estado-demonio.

Pasaron cosas, claro. El crecimiento económico que alimentó políticamente al kirchnerismo porque se tradujo en mejoras claras y concretas en las condiciones de vida de la población se detuvo aquel 2011 de la reelección cristinista. La inflación comenzó a avanzar sin que la expresidenta -y mucho menos su sucesor, Mauricio Macri- encontrara una salida a un problema que se tradujo en que volviera a crecer la pobreza. Vinieron las causas de corrupción, el gobierno de Macri y la gestión de Alberto Fernández, sobre la que Cristina pareció deslizar este sábado una valoración dual: reivindicativa de lo actuado en el marco de la pandemia, pero a la vez -cuando habla de su propia acción política- parece ubicarla como si fuera un agujero negro, un accidente en la historia del movimiento que lidera.

Lo cierto es que la conexión entre la líder y sus bases funciona, aunque ya no sea con el mismo porcentaje o con la misma masividad. Muchísimos rosarinos llegaron al acto de este sábado por su cuenta, sin ser parte del Encuentro de Salud, porque son verdaderos devotos de Cristina, por lo que sienten que hizo por ellos.

Dos mujeres unidas por el amor a Cristina Kirchner (Alan Monzón).

Era el caso de María Luna, una mujer que llegó desde Moreno al 3900 porque los dos períodos de Cristina, comentó a Rosario3, fueron “los mejores gobiernos” desde que tiene uso de razón. Junto a ella, Noemi, “leprosa y justicialista”, hizo lagrimear a quienes la rodeaban cuando contó que estaba allí a pesar de que hace días se le murió un hijo. “El está arriba y la mira a Cristina en el escenario”, dijo.       

Pablo, de Villa Urquiza, “peronista desde la cuna”, resumió su sentir en una frase: “Si Evita fue la abanderada de los humildes, Cristina es la defensora de los olvidados”. Los tres, claro, sueñan que esa mujer vuelva a ser presidenta. “La tercera tiene que ser la vencida”, planteó el muchacho.

Lo político

 

Las declaraciones de amor se repetían en las palabras y en las banderas del público. Y marcaban un contraste con el plano que suele observar más la política en este tipo de actos: los pocos referentes del golpeado peronismo santafesino. Como si lo emocional y lo estratégico no establecieran en un diálogo del todo fluido.

Estaban Agustín Rossi y el presidente del bloque de diputados nacionales de Unión por la Patria, Germán Martínez, ambos de La Corriente. Florencia Carignano y Marcos Cleri de La Cámpora. Mariano Romero del Movimiento Evita. La concejala Fernanda Gigliani. Estaba, se entiende que correspondía por protocolo, el titular del PJ provincial, Guillermo Cornaglia.  

Faltaron el perottismo, Marcelo Lewandowski, los senadores; tampoco asistieron los intendentes del partido ni los representantes de Ciudad Futura, sector que en las últimas elecciones locales fue como aliado al PJ.

La pregunta es qué significa todo eso hoy, en un peronismo que, al menos en Santa Fe, ya no consigue representar a los sectores que lo llevaron nuevamente al poder en 2019 y que atraviesa una crisis de liderazgos nunca vista.

Agustín Rossi cree que el liderazgo de Cristina es fundamental para ordenar el peronismo. (Alan Monzón)

De hecho, Agustín Rossi, antes de la llegada de Cristina al acto, planteó por qué desde su punto de vista es el propio protagonismo que reasume la expresidenta, con un componente de “federalización” que marcan sus visitas de la semana pasada a Santiago del Estero y la de este sàbado a Rosario, la base desde la cual se puede reconstruir capital político. “Ordena el peronismo y es un punto de referencia con un piso de adhesión que en Santa Fe es del 30 por ciento. Por algo la quieren proscribir con el fallo de la causa Vialidad y ahora la ley de ficha limpia”, sostuvo el exdiputado nacional.

Sin embargo, entre el contenido y lo no dicho del discurso con sones nostálgicos de La Siberia, parecía aflorar un problema: la dificultad para hablar del futuro. Las “nuevas canciones” que en su momento pedía Axel Kicillof no aparecen. Apenas si entre los viejos hits sobre Estado presente, la expresidenta coló un llamado: incorporar el concepto de eficiencia.

Parece poco para conectar con las nuevas generaciones, que no saben de qué se habla cuando se dice “década ganada”, y, por el contrario, parecen más proclives a ser seducidas por las apelaciones al odio y la destrucción que las tropas virtuales libertarias despliegan en las redes sociales. 

Los dedos en V y la imagen de evita en el acto realizado en La Siberia (Alan Monzón).

Es cierto, la política es gobiernocéntrica. El amperímetro del humor social se mueve según los impactos de la gestión. Milei hoy está en la cresta de la ola, es difícil para el kirchnerismo y para cualquier oposición batallar contra eso, como también lo fue hacerlo contra Macri en 2017, cuando el PRO parecía destinado a quedarse muchos años en el poder.

Lo que hace Cristina, entonces, es tratar de conservar lo suyo, conteniendo a los heridos que deja "el ajuste más grande de la historia de la humanidad", mientras la aventura libertaria transcurre. Si ese capital es del 30 por ciento que dice Rossi, más, o menos, se verá en las elecciones del año que viene. 

Pero una cosa es innegable: los pibes para la liberación ya no son tan pibes.