El candidato de La Libertad Avanza (LLA), Javier Milei se convirtió el domingo pasado en el nuevo presidente electo de la Argentina tras ganarle en el balotaje a Sergio Massa de Unión por la Patria. Más allá de cualquier análisis sociológico, su contundente triunfo en términos comunicacionales parece indicar que se terminó el tiempo de los oradores políticamente correctos.
Milei marcó una ruptura de todo lo que se pensaba que se debía hacer en comunicación política. Es un fenómeno nuevo que abre otros interrogantes sobre la manera en la que comunican dirigentes, funcionarios y especialmente, candidatos porque quedó demostrado que la gente, o al menos la gran mayoría de los argentinos, no quiere más al político perfecto en sus presentaciones orales.
En campaña y en los tres debates, Massa se mostró quizás demasiado preparado, “coacheado”. Por momentos, se lo percibió muy artificial, pero siempre sólido, seguro y con un gran manejo del juego oratorio. Milei, en cambio, fue todo lo contrario: repleto de muletillas, inseguro, violento en ocasiones, enojado e incómodo.
Político de carrera y con experiencia en gestión y proselitismo, Massa conoce el juego tradicional de la oratoria política y lo llevó a terrenos donde sabía que el libertario podía explotar o demostrar desconocimiento. Pero nada de eso bastó. Y es obvio que funcionó la comunicación de Milei que se salió de todos los parámetros conocidos como exitosos.
Milei es un fenómeno incomprensible y todo lo que hace es nuevo. Comunicacionalmente, asistimos a una ruptura de todo lo que se hacía.
Con gestos y palabras, Milei se permitió mostrar vulnerable, irascible y a veces ignorante y contradictorio. Genuino. No tuvo ningún prurito, por ejemplo, en revelar una infancia marcada por los malos tratos que recibió de sus padres, y sin embargo, mostrarse a gusto con su presencia en el bunker del hotel Libertador el domingo del balotaje. O criticar al papa Francisco, y también mostrarse emocionado con su llamado telefónico después.
Lo que el fenómeno Milei parece señalar, entonces, es que lo más importante que tiene el orador es la credibilidad. En tal sentido pues, Massa terminó siendo percibido como poco confiable a pesar de su talento oratorio.
Seguramente Milei irá descubriendo su propio estilo a la hora de expresarse, ahora ya como presidente, pero hay algo que con él queda claro: todo lo que pensábamos que era correcto en comunicación política a partir de ahora, cambió.