Fue un show hermoso, increíble, único. También fue caótico, por momentos asfixiante por la cantidad de personas y mal organizado. Fue todo junto en una misma noche. En, tal vez, la última única noche. Según quién cuente su experiencia se escucharán posturas diferentes sobre qué se vivió. Quien asistió a más de un recital de Carlos "Indio" Solari puede afirmar que las irregularidades recién "descubiertas" por muchos medios de comunicación tras las muertes de dos personas suceden hace años. Muchos años. Ésto no significa que antes estaba bien y ahora mal. Siempre estuvo mal.
Estaba con mi grupo de amigos (éramos cuatro) adelante de la torre 4. Para ser específico, estaba en la parte de adelante, a pocos metros del cantante, a quien pude verle de cerca cada movimiento que hacía sobre el escenario ante una multitud. La cifra ya es anécdota.
Abrió su show con "Barba Azul" y la mayoría deliró, cantó, saltó y bailó. A poco de haber empezado, paró. Le gritó a un sector específico del público que se calmara, que se tirara para atrás. "Hay unos borrachitos tirados en el piso y los están pisando. ¿Dónde está Defensa Civil?", señaló. Los pocos silbidos se transformaron en miles, como muestra de descontento del resto de la gente que no sabía qué sucedía.
"Hay gente en el piso. Por favor, unos metros más atrás así Defensa Civil los puede asistir. No puede ser que un grupo de siete personas cague el show", dijo el Indio ya elevando su tono de voz. De inmediato, le gritó a varias autoridades de la organización (se escuchó bajito porque tenía el micrófono encendido) y toda la banda se esfumó del escenario.
"Che, pasó algo serio. Nunca para tanto tiempo, ni de esta forma", comentó uno de mis amigos. Los silbidos se apagaron y la sensación de que el recital se suspendía fue en aumento. La misma escena se repitió más tarde: el músico fue a la misma zona del público (para ubicar al lector, en la parte delantera contra las vallas, en el sector izquierdo del predio), gritó, pidió explicaciones. La banda se retiró una vez más del lugar.
El recital continuó y a la vez terminó. Salvo su expresión en contra al proyecto de bajar la edad de punibilidad a los 14 años y hacer mención a las Abuelas de Plaza de Mayo, el cantante no habló más (el show duró casi 3 horas). Se lo notaba, desde los pocos metros que me distanciaban de él, enojado, caliente con la situación que tenía frente a sus ojos, situación que pocos pudieron notar.
Falta de control en todos los sentidos
El ingreso fue caótico. Miles de personas pretendían llegar rápido al predio para escoger la ubicación ideal. La vía de llegada a La Colmena era a través de una calle. Una calle para cientos de miles de personas. Las veredas, valladas. Era ganado que desfilaba por el asfalto. Para entrar no hizo falta mostrar la entrada. Sólo después del supuesto control del ticket había una especie de filtro donde apenas si te cacheaban.
La salida no fue la excepción. La única calle que estaba frente al escenario (por la que el público entró) estaba cercada. Hubo quienes entraron en pánico y quienes se calmaron y se ubicaron en un lugar a esperar que se desagotara el predio. Gente trepada a los árboles y a las torres de iluminación. No había personal que estuviera en esas zonas para llevar calma o para anunciar dónde estaban las salidas. Tampoco cartelería. De aquí surge la pregunta si era adecuada la cantidad de personas contratadas para el operativo. Y también otra: ¿hay manera de controlar a 300 mil asistentes?
"No había control de ingreso. A mí me dejaron pasar con las dos botellas de cerveza y otra que tenía en la mochila. Ni me miraron", remarcó un asistente a un medio de comunicación en tono de crítica con el show. Me pregunto: ¿y el control personal? ¿Necesitamos que siempre haya otro que nos diga qué está mal o no podemos tomar conciencia antes?
Pasó el recital, llegamos a la casa que alquilamos en Villa Alfredo Fortabat, a 10 kilómetros de Olavarría. De pronto, agarramos los teléfonos celulares y teníamos muchos mensajes de familiares que nos preguntaban cómo estábamos. Nos llamó la atención. Navegamos a través de Internet, porque queríamos saber si había ocurrido algún incidente o si lo que pasó durante el recital era algo serio como temíamos. "Al menos siete muertos", afirmó la agencia de noticias Télam a las 1.23 del domingo. "Al menos diez muertos, dos confirmados", anunció un medio denominado "grande" de Buenos Aires. No importó la cantidad, sí asegurar que había sido por una avalancha durante un tema. La fuente de la información, asignatura pendiente.
El correr de las horas ubicó a todos los medios en dos muertos y varios heridos. "Hay más muertos, los medios no cuentan la verdad", indicaban usuarios mediante las redes sociales, esas herramientas que pueden ser tan útiles como nocivas. El mismo argumento se usó, incluso, en la tragedia de Salta 2141. Supongamos que realmente hay más fallecidos, ¿No hay familias que reclaman el cadáver? ¿No tienen identidad esos cuerpos?
La responsabilidad siempre es de la música
Con el pasar del tiempo me invade la tristeza por los fallecidos y los heridos y también porque es, según la sensación que tengo en este momento, la última vez que ese artista tocó arriba de un escenario. Porque tiene responsabilidad sobre lo que pasó. La Justicia determinará el grado.
Sin embargo, a la hora de analizar culpas no faltaron quienes cuestionaron al cantante por donde vive o por la fortuna que tiene en su cuenta bancaria, como si tuviese relación ésto con la tragedia del pasado sábado. "Si hiciera más recitales durante el año ésto no pasaría"; "él es el responsable, vendió por encima de la capacidad"; "debió parar el show". Ninguno mencionó que las personas fallecidas, según los preinformes de las autopsias, no murieron por una avalancha, como antes habían afirmado con contundencia diversos medios.
Como todos se animan a augurar lo que hubiese pasado, yo también opino: si no hubiese habido muertos, los medios iban a hablar del "pogo más grande del mundo", de un espectáculo inédito por la convocatoria. Como sí hubo, se trató de "una tragedia anunciada". Nos debemos, desde los medios de comunicación también una autocrítica. Una cuestión es opinar y otra distinta es desinformar.