El aspirante a poeta debe pararse frente al estacionamiento del Coto, el que está en Echesortu, el que fue el Cine, el que fue Space. El espacio se fue llenando del indefinido aroma de los alimentos preenvasados, de esos que fueron venciendo la resistencia de las últimas colillas de cigarrillos que quedaron de los reservados. Fue así que la monocorde sonoridad del andar del repositor y los carritos llenos de latas de atún y conservas dejaron sin reflejo alguno a los temas de Duran Duran, de Roxette; fue así que empezamos a ver el pasado en un canal de YouTube.
El presente mete al mismo personaje que emulaba el look de The Cure acomodando el changuito, abriendo el baúl, apilando legumbres con dolor de espalda y precios cuidados. En esa manera tan equivocada de tributar décadas pasadas, este estacionamiento puede dar una visión certera y justa de cómo es este asunto.
Fue un cine, un hermoso cine, que solía coincidir en programación con el América de calle San Martín y heredaba la programación del todavía en vida Cine Monumental. Pulléveres tejidos con Knittax, pebetes comprados en el bar americano de la entrada, los masticables confitados Sugus haciendo un grumo gigante en la boca. Donde hoy es una pared sin pretensiones... Sonia Braga caminó con dos hombres, con uno de ellos completamente desnudo en la bajada del zapatero de Bahía; mientras Sandro, en una combinación de tonos marrones admirables, cantaba aquello de "Me juego entero por tu amor" en discotecas marplatenses. Ese cine pasó del compromiso y la belleza de las películas de Favio, a la saga de La Carpa del Amor, a Trapito dejando compungidos a toda una generación de niños, como todo cine cerrado deja en su wikipedia oculta una larga lista de llantos, besos a oscuras, de sonidos territoriales que serán reemplazados por otros.
Y de repente el láser. De repente los tiempos modernos. Todos a bailar en las tarimas, a dar vueltas por enésima vez dentro del circuito danzante. Todo esto pasaba en el medio de un barrio, en la capital indiscutible del dulce de leche granizado, los juguetes inflables y el adelanto en efectivo a cambio de cheque posdatado. La discoteca más celebrada en la historia de Rosario, la que abrió una primavera del 84, la que tuvo en su escenario a Soda, a Virus, a Charly, a Sumo, se fue convirtiendo en lo que es hoy, fiel testigo del cliente que compra por el descuento del 70% en la segunda unidad.
Y fue así: de las introducciones entre neones porteños con las músicas de Horacio Malvicino o Mike Ribas a Rick Astley, a Tears for Fears, de la energía incontrolable de Erasure... a salir de ese mismo lugar, con precaución, con la radio encendida en una estación porteña que nos advierta que la línea D de subterráneos está con problemas a la altura de estación Bulnes.
Hay una buena noticia de todas formas: existen los bailes tributo a décadas pasadas, se montan escenarios de ficción haciéndonos creer que aquellos bailes persisten a la vuelta de la esquina. Ni hablar de las redes sociales, especialmente Facebook, donde el alud de nostálgicos hace parecer que todo tiempo pasado fue mejor porque escuchábamos Modern Talking y Los Toreros Muertos y le echábamos al auto nafta Isaura.
Ese actual estacionamiento, con el olor residual de cualquier depósito, ahoga los recuerdos de aquella piba que repetía los pasos de Madonna, de aquella pareja que lloró con la última nieve de primavera, de aquellos que a partir de una canción encendieron un amor; algún noviazgo, el sueño de una familia, los uniformes, las vacunas, la posibilidad de un terreno en Andino y todo lo que viene con la vida. Este estacionamiento es el mejor homenaje al aspirante a poeta, infinidad de líneas de colectivos te dejan en la puerta o como mucho a una cuadra.
Sus estructuras en soledad dejan imaginar infinidad de situaciones.
Una pena pero también una alegría, porque me da la impresión de que aquello que subimos a las redes sociales lo decimos con valentía anónima. Mucha gente está muy cómoda en este mundo de contraseñas y fisgoneo.
Nada como el tiempo para pasar, decía Vinicius de Moraes.
Cuando nos vamos acostumbrando a nuestro tiempo vamos perdiendo la capacidad para recibir sorpresas: sería terrible para más de uno pasar por ahí, con la cabeza en un convenio de pagos, soportando reclamos de todo tipo, y encontrarse con que esa noche Identikit toca en Space.