Mauricio Macri se tomó unas horas para leer en detalle los resultados de la elección presidencial y concluyó que, de las pocas opciones que tenía, apostar a todo o nada era la que más le convenía. Si acierta con el apoyo a Javier Milei se queda con todo. Se queda con buena parte del gobierno y se afirma como el líder de la derecha dura sudamericana que sueña ser.
“Macri es el último líder ideológico de la Argentina”, dice un dirigente radical que aprecia poco al expresidente, pero está convencido de que “ante la imposibilidad de llevar adelante esas ideas en su fuerza política, prefirió mandarla a pique e irse a otra”.
Hay otra interpretación que no tiene que ver con lo ideológico, sino con el manejo del poder. Quienes adhieren a esta mirada ven a un Macri dispuesto a detonar Juntos por el Cambio con tal de no perder su condición de titiritero y mandamás.
Otro radical santafesino que sigue al día las alternativas de la grieta de Juntos por el Cambio matiza: “Aquí cabe a la perfección la historia de la autoprofecía cumplida. Macri creía que Larreta y los radicales lo iban a cagar y lo iban a arrastrar a hacerle el juego a Massa. Y los otros estaban seguros de que Macri iba a ser lo propio arrastrándolos a jugar para Milei”.
Jugar a todo o nada en política es un signo de debilidad, de que se perdió capacidad de maniobra y se carece de opciones. En buena medida es la situación en la que estaba Macri dentro de Juntos por el Cambio. Quizás porque intuía que si Massa resulta presidente, su liderazgo y su voz perderían peso ante el poder territorial y parlamentario del radicalismo y hasta su jefatura política en el PRO correría riesgo ante Horacio Rodríguez Larreta.
Grieta a full y doble comando
Milei y Macri harán campaña hasta el 19 de noviembre con eje en la contradicción kirchnerismo/antikirchnerismo, una disyuntiva de hierro que pone en estado de sospecha e interpela a dirigentes, militantes y ciudadanos que no tienen ninguna simpatía por el kirchnerismo, pero que llegada la hora del balotaje –que vendría a ser la consumación plena de la grieta, el tiro de gracia que esperaban–, no están dispuestos a votar por un personaje casi de caricatura como Milei y menos por sus ideas políticas, económicas y sociales.
La estrategia de aferrarse a la grieta kirchnerismo/antikirchnerismo tiene fundamentos matemáticos. Si el 19 de noviembre se sumaran los votos no peronistas del 22 de octubre, es decir los de Milei y Bullrich, la elección estaría ganada por el candidato de la ultraderecha.
El punto débil de esa antinomia discursiva es el propio Milei. Fue tan lejos con su personaje, representa tantos riesgos en términos económicos, sociales, culturales y políticos, que el "NO Milei" empieza a ser un polo de confluencia en torno al cual se reúnan pensamientos de distinta procedencia y clivaje social. Quizás el razonamiento de un militante radical que ya decidió que no votaría al libertario grafique mejor esa situación: “Macri y Milei argumentan por qué razón un antikirchnerista votaría a un peronista; yo se los pregunto al revés: por qué un radical va a votar a un antirradical como Milei”.
Hay un punto en la movida de Macri en el que pocos repararon. El triste papel que Patricia Bullrich hizo esta semana que pasó, yendo y viniendo en función de los tiempos, intereses y necesidades del expresidente, revelan que si hubiera sido electa presidenta, probablemente la Argentina hubiera enfrentado un gobierno con los mismos conflictos que en estos cuatro años tuvo la fórmula Fernández-Fernández.
Más aún, va a ser muy difícil que esa misma situación no ocurra si Milei llegara a ser electo. El patrocinio soterrado de Macri durante la campaña, el blanqueo del apoyo y todo lo que invirtió en esta semana para tratar de que el libertario llegue a la Casa Rosada, hacen suponer que sería un presidente condicionado y que su gobierno tendría doble comando. Sería trágico que no se haya aprendido de la bochornosa experiencia de estos cuatro años del Frente de Todos.
Los ejes de Massa
Mientras Macri/Milei cavan la grieta del kirchnerismo/antikirchnerismo, Sergio Massa desarrolla sus propios escenarios de balotaje. Democracia en pleno/autoritarismo en ciernes; Estado presente/sálvese quien pueda; sistema jubilatorio público/retorno de las AFJP; reforma laboral con preservación de derechos/ desmantelamiento de derechos laborales, entre otros. El llamador es “un gobierno de unidad nacional” como forma de “terminar con la grieta” y salir de la crisis, pero también como oposición al sectarismo, el odio y las agresiones que pregona Milei.
La campaña de Massa tiene dos pilares centrales. Una es profundizar la estrategia que tan buen resultado le dio en la general, que fue instalar en la calle el debate sobre lo que está en riesgo, es decir qué supone en cuestiones concretas para la gente lo que él llama “el salto al vacío” que significa Milei.
Esta semana recurrió a tres ejemplos: la asistencia del Estado a las madres solteras de escasos recursos, a las personas con discapacidad y sus familias “para facilitarles la vida”, y los subsidios que hacen accesible el transporte público. El desafío en esta etapa es que ese mensaje permee entre electores no fidelizados y que no están comprendidos en el piso tradicional que el peronismo recuperó el domingo pasado.
La otra pata de la campaña son las propuestas. Una curiosidad es que incorpora temas que durante años fueron patrimonio exclusivo de la oposición. Por ejemplo, cuando habla de ir a una reforma laboral, simplificar tributos para que las pymes “no tengan que liquidar 150 impuestos en un día”, quitar exenciones tributarias, entre otras. Se supone que el enfoque de una reforma laboral de Massa presidente no es la misma de Bullrich y Milei, pero durante años fueron temas que los gobiernos peronistas no abordaban porque considerarlos propios de quienes pretenden quitar derechos a los trabajadores.
Massa tiene unos cuantos “permitidos” que el kirchnerismo jamás le concedió a Alberto Fernández ni a sus exministros Claudio Moroni, Martín Guzmán y Matías Kulfas, pero el mayor de todos es su centralidad excluyente en la campaña, cuyo pico se vio la noche del domingo, cuando apareció solo sobre el escenario con la bandera argentina de fondo. Después de un buen rato habilitó a su familia y a Agustín Rossi y a nadie más. Si no que lo diga el ministro Wado De Pedro, que estaba listo para subir y se tuvo que quedar abajo.
Es cierto que en esa centralidad hay mucho de estrategia y que ninguna figura de Unión por la Patria le agrega nada que él no pueda conseguir por sí mismo. Sin embargo conlleva un empoderamiento que nadie tuvo en las dos décadas de dominio kirchnerista, y que se completa con sus declaraciones de esta semana con respecto a que nunca tuvo “jefes” y que si es presidente armará “un gobierno con los mejores” y no como resultado de un loteo partidario o sectorial.
El juego de los gobernadores
Con todas las elecciones provinciales ya definidas, los gobernadores tuvieron fuerte protagonismo en relación al escenario de balotaje.
Los mandatarios de Juntos por el Cambio abonaron la prescindencia, en línea con el Comité Nacional de la UCR. Prefirieron no jugarse ya que deberán gobernar con quien sea, pero quedó flotando la idea de que esa neutralidad es un punto a favor de Massa teniendo en cuenta que horas antes Macri había instado a apoyar a Milei.
Entre esos gobernadores, se anotó en la foto el entrerriano del PRO Rogelio Frigerio. Un caso particular es el de Maximiliano Pullaro, que en la campaña provincial había dicho que votaría Milei si se daba el escenario que finalmente se dio, pero después de los ataques de Milei al radicalismo y a Raúl Alfonsín adhirió enfáticamente a la posición del Comité Nacional de la UCR. La excepción de la regla es Jorge Macri, que en su condición de gerenciador de CABA en nombre de su primo Mauricio no tiene margen que no sea el alineamiento incondicional.
Horas más tarde Massa escenificó el respaldo de todos los gobernadores entrantes y salientes del peronismo, kirchneristas y no kirchneristas, incluso los que lo ninguneaban y desairaban como ministro, como el santafesino Omar Perotti, que además nunca pisó la sede del CFI cuando se reunían sus pares del PJ, pero el miércoles pasado se conectó desde un aeropuerto en Alemania para no perderse el encuentro con el ganador de la elección, a pesar de que Santa Fe ya estaba representada por la vice Alejandra Rodenas.
Massa es el dirigente que inesperadamente reconstruyó el vínculo entre las palabras peronismo y futuro. Lo que para muchos era inimaginable ocurrió: puso a Unión por la Patria en el balotaje. Operó con audacia allí donde el azar y su propio mérito le presentaron una oportunidad. Diseñó una candidatura presidencial que soportó más que aceptablemente los feroces incendios de la economía que comanda como ministro. Construyó poder, pero también la legitimidad, lo que quedó expresado en el 36,6% de los votos que conquistó el domingo.
Ese resultado se explica en la tracción de todas las terminales del universo panperonista, incluidas aquellas que sistemáticamente expresaban su desconfianza por sus vínculos con el poder económico, la embajada de Estados Unidos y su mirada liberal de la economía.
Nada de eso ya está en discusión. Si la primera semana post elecciones alumbró el inicio de un nuevo ciclo de liderazgo en el peronismo y provocó la ruptura de Juntos por el Cambio con la partida del expresidente Macri, las próximas tres serán golpe a golpe, tratando de convencer indecisos y achicar el voto blanco.