Carta abierta…
…abierta a quienes quieran leer y responder
…abierta a todos los poderes de todos los Estados: Nacional, Provincial y Municipal. Poder Legislativo, Ejecutivo y Judicial
…abierta a los otros poderes que se escriben con minúscula pero que resuenan mayúsculo
…abierta a la reflexión, la problematización y la conversación.
Escribo esta carta abierta como ciudadana, entendiendo acá a la ciudadanía (de un modo restringido) como el cumplimiento de mis deberes. A saber: votar; pagar impuestos; promover la paz; defender la Constitución y las leyes (aunque no las conozco todas, admito); participar activamente en la comunidad (a mi manera, también lo admito).
Escribo esta carta abierta con la esperanza de que el debate por la Inteligencia Artificial no nos impida ver que sin nosotras/os/es no habrá posibilidad de dominar (sí, escribo y hablo usando la e y no sé el lenguaje de señas).
También escribo esta carta abierta desde mi actual rol de madre, trabajadora asalariada, sin clase porque no me ajusto a ninguna, pero a sabiendas de que no estoy por debajo del índice de la pobreza.
Escribo esta carta siendo una defensora de la ley de Educación Sexual Integral, que apunta entre tantas cosas, a enseñar a prevenir abusos, Y escribo desde el no saber qué hacer con los abusos del poder.
Escribo desde el privilegio de poder hacerlo sentada en la cocina de un departamento que alquilo; esperando que la carne llegue a su punto, y usando una notebook que pude comprar porque sé que todos los meses pagan por mi trabajo (aún no convencida de que sea un privilegio sino, un derecho). Varios derechos básicos cubiertos tengo. Por mis acciones, pero también, por otras cuestiones.
Y, finalmente, escribo esta carta porque sí, porque eso que les pasa a muchas otras personas, muchísimas más de lo que me-supongo nos-, gustaría; hoy les pasa a pibes y pibas cuyas infancias están siendo ¿arrasadas? ¿vulneradas? ¿marcadas? ¿apuradas? ¿arruinadas? ¿asoladas?.
Sé que es imposible militar todas las causas. Imposible. Por eso tal vez, empezamos a militar cuando experienciamos. Cuando la injusticia, la impotencia, la amargura y la desilusión, se nos impregnan en los poros. Y cuando nos pasan cosas, individualmente.
Y si bien esta carta ha sido animada por algo que aún no viví en persona, es un como sí. Porque sí, lo viví. Pero esto que me impulsa a escribir no es lo que, a mí, persona adulta según la edad cronológica le pasó, sino lo que vivenció un pibito de 12 años. Ayer. A la vuelta del departamento alquilado… me estremezco de solo pensar que hijo tiene también 12 años.
12 años en varones es casi entrar a la llamada “edad del pavo”. Preadolescencia. Ganas de autonomía. Deseos y necesidad de ya ir solos por la vida. En las pibas también están los mismos deseos y ganas, solo que en ellas parece no caber la posibilidad del pavo.
A mis 12 yo, que hoy me autopercibo mujer, tenía autonomía. Libertades. Un montón. Iba sola a la escuela, a hacer mandados, a tomar un helado, a caminar por el centro de la ciudad. Sí, era otra la ciudad, eran otros los años. Era otro el país. Otras las políticas. Otras ideas.
Y eso que a los 12 me tocaron el culo por primera vez. O a los menos, tal vez. Paralizada quedé. 30 años más tarde, puedo volver a esa escena en la que un tipo se subió a la vereda en su bicicleta, bajó su mano derecha, flexionó los dedos que miraban hacia arriba, y los apoyó con fuerza en mis cachetes escondidos debajo de una pollera de jean. Paralizada quedé.
Pero ni siquiera de eso voy a hablar en esta carta abierta.
Acá quiero contar lo que me contó otra mamá que vivió su hijo de 12 ayer.
Que fue interceptado por otro pibe, quizás unos pocos años más que él. Que el pibe con un chamuyo de que le robaron y no tenía plata para el colectivo terminó diciéndole al otro pibe que va de vez en cuando solo a la verdulería de la vuelta: “Dame todo lo que tengas porque tengo un arma”. Paralizado quedó. Tanto que hoy no quiso ir a la escuela. Paralizado de escuchar la palabra arma, porque ya sabe, a sus 12, en esta puta ciudad al decir de Fito, que las armas que Capusotto ironizó en un programa que le hizo el guiño a una generación cantando "armas para el pueblo armas para el pueblo ya" son una realidad. Solo que no son del pueblo al que la parodia hacía referencia, sino que son las armas de los narcos, de la mierda capitalista desigual y perversa.
Y la parálisis vino de la mano del saber. Del saber del poder de las armas. Las armas literales. Las armas que en juegos se hacían con tres dedos. Las armas esas de mentirita que le dijeron tenían que saber usar para estar. Las armas que carga el diablo. Las armas que desarman.
Y hoy lo sabe porque fue real. Una amenaza de un extraño, un enemigo, pero también porque está multiplicado el relato. Por eso tal vez el otro pibe, que tal vez no tenía un arma, sí supo usar sus palabras como tal.
Lo sabe porque a diario las noticias lo repiten. Lo sabe porque en tiktok se hace viral. Lo sabe porque escucha candidatos pautar.
Lo sabe porque me contó un chiste que dice (debe leerse con voz de video viral):
“Cuando entran a tu casa por la chimenea.
Estados Unidos: “Santa Clauss”
Argentina: “Llevate la tele!”
Lo sabe este pibito del centro y lo saben los pibitos de los barrios alejados. Porque el centro también es un barrio, pero recordado. Lo saben quienes recibieron los disparos. Lo saben quienes disparan sin saber a qué o a quién.
Lo sabemos.
Lo sabe la policía. Lo sabe la justicia. Lo saben empresarios. Lo saben negociantes. Lo saben quienes venden sustancias adulteradas. Lo saben los ferreteros. Lo saben los transeros.
Lo sabemos.
Pero el saber solo es como el “ojos que no ven, corazón que no siente. También hay otro refrán que dice que no se ve bien sino con el corazón, porque lo esencial, es invisible a los ojos.
Pero sí. Algo de la idea de lo invisible hay. De lo indecible. Pensar el futuro hoy es todo eso.
Inviable, el presente.
Y yo, como mamá, puedo prohibirle a hijo las redes sociales. Pero la calle no. No puedo prohibirle la calle. Y eso es lo que nos están prohibiendo. A mí, a hijo, a hija de 10, al pibe que amenaza, al que sale a delinquir, al que limpia vidrios, al que acomoda autos o bardea.
Y hemos gritado que la calle es nuestra varias veces.
Y cómo hacemos para recuperar. O cómo reaccionar frente a los acontecimientos diarios. Qué inventar en el espacio público, sintiendo los tonos de la gente.
Igual, confieso, no sé bien cómo reaccionar.