Pibes que matan pibes. Lo contamos en la radio y lo leemos en los textos de Rosario3. Vemos las heridas de familiares y vecinos de barrios acorralados por el miedo a ser los próximos en los informes de la tele. Entre los humildes pasillos de construcciones precarias y olvidadas caen y no son moscas, aunque pocos lloren esas muertes.
Los asesinos no usan cuchillos, ni piedras (tal vez armas caseras de la miseria más miserable), sino ametralladoras. Con brazos firmes y un segundo del dedo apretado, el daño es letal y enorme.
Las guerras narcos en Rosario también devoran niños. A los chicos se les enseña un protocolo en clubes y escuelas en caso de balaceras en las afueras. Cuerpo a tierra y debajo de muebles o muros. Saben que vivir es día a día. Sobrevivir a la guerra que nadie combate, para muchos será un milagro. Llegar a viejo no está en los planes de nadie.
Esta semana los crímenes de Valentín y Eric, dos adolescentes asesinados en Rosario, volvió a evidenciar lo imposible. Los chicos de 14 o 15 años pueden matar y morir por nada. Son víctimas que a nadie le duele.
Los asesinos llegaron con armas automáticas corriendo a sus víctimas y los acribillaron. “El no hacía nada, no quería faltar a la escuela. Tenía un tumor en la pierna para que se lo saquen. Le sacaron la vida como un animal”, dijo la mamá de Valentín a los cronistas que llegaron al barrio. “Mi hijo no estaba metido en nada. Iba a la escuela, era un niño sano, inocente. Quería jugar a la pelota. Jugaba en la 25 de Mayo, en Alianza. Valentín no quería faltar a la escuela”, agregó tratando cruelmente de vencer el espantoso prejuicio social donde “todos son culpables; los muertos y sus asesinos”.
Nadie en forma contundente desde el poder del Estado anuncia que la guerra narco en Rosario debe ser combatida con protocolos acordes a esa definición. Una guerra entre bandas que se matan con ametralladoras de alto calibre debe ser intervenida con al menos decencia del Estado y no fogoneando o enfriando el mapa de calor violento según las conveniencias del día a día.
En el barrio donde asesinaron cruelmente a los dos adolescentes funcionan, según especifican las autoridades, al menos 8 bunkers de venta de droga. Se naturaliza el funcionamiento de un mercado ilegal que resuelve sus competencias comerciales con la muerte de vendedores y distribuidores.
En Rosario no es la primera vez que se parangona con la Ciudad de Dios que alguna vez se mostró de Rio de Janeiro. Niños y jóvenes en edad de juego, muertos por otros niños o jóvenes. El que mata y el que muere son pibes nacidos después de la crisis del 2001.
Muchos viven en esta ciudad que también es hermosa y confortable con proyectos y felicidad. ¿Pero, hasta cuándo? Convivimos con una guerra que se lleva al cajón fúnebre a pibitos inocentes. Incluso muchos de ellos, independientes de sus acciones cómplices con la organicidad narcocriminal, son pibitos.
Para Verónica Montanari, docente de la escuela donde asistían los adolescentes asesinados “tenemos que pensar como seguir con políticas integrales”. “Acá hay responsabilidad del Gobierno. Con la escuela solamente no se solucionan estos problemas. Necesitan otros espacios para proyectar sus vidas. Y no los hay. Hay que reflexionar sobre qué tipo de sociedad queremos. Los chicos tienen derechos de ir a la escuela, incluso los niños hijos de narcos y criminales. La escuela debe acoger a todo el mundo. Son muy pocas las herramientas que tenemos. Necesitamos inversión en recursos materiales y humanos para abordar estos problemas. Corremos de una escuela a otra. No tenemos tiempo para abordar estos problemas tan profundos”, agregó esta semana.
Funciona alrededor de estos chicos un permanente estimulo que les permite creer que ese es el camino: el camino de ser víctima o victimario en una guerra narco. No es la primera vez que se piensa en que a los 20 son grandes. Que a los 15 años son padres, que sueñan con al menos un ranchito propio para vivir con la “niña” que embarazada los enamoró. Y morir a los balazos a los 20.
Pero antes de morir y con la plata de la rentabilidad narco se compran en “efectivo” zapatillas de 50 mil pesos o un televisor de 300 mil pulgadas. No necesitan “Billetera Santa Fe” o el “Ahora 12” del Gobierno. La plata la tienen “sucia y viva” en el bolsillo.
En la primavera de 2018, caminando por el mismo barrio donde fueron acribillados estos adolescentes, se veía ese mundo donde se cruzaban el que temeroso solo quería ir la escuela y el que crecía a las piñas en medio de esa autodestrucción.
Con Lionella Cattalini, entonces coordinadora municipal del Plan Abre, caminábamos para ver obras vitales para la comunidad que crecía alrededor de la Escuela Lola Mora. A poco metros de la puerta de ingreso del colegio una joven de no más de 20 años vendía drogas mientras tomaba cerveza a las 10 AM. Hacía calor. La joven al vernos tan forasteros a esas calles desafiaba e insultaba a los gritos. La esquina era de ella.
Hoy ese panorama se intensifica por la ausencia de un Estado que no sabe qué y cómo hacer las cosas. No persigue, no acorrala, no combate ni condena al narcotráfico. A veces, solos a veces, juega a que sí lo hace. Estos pibes de 14/15 años no entienden ni siquiera lo que es el juego, cómo divertirse, cómo intentar en su niñez precaria y miserable a veces, ser felices. Muchos de estos niños caminan un camino marcado por sus mayores. Y ese camino es hostil y desolador. Repetir y multiplicar la violencia y la muerte. ¿Quienes están a cargo de la funcionalidad del Estado están en condiciones (por sus conocimientos) de revertir estos problemas? No sólo planificar la sociedad de la ciudad de los próximos 30/40 años, sino con este problema a cuestas. No podemos leer o escuchar que matan sin piedad a dos chicos de 14 años y que ya no nos pase nada. Que no nos duela. Para el subsecretario de Desarrollo Humano del Municipio, el psicólogo Lucas Raspall, es imposible que la realidad no nos aplaste. “Debemos y podemos ayudar. No podemos cruzarnos de brazos. No puede volver a pasar. Es imposible que un chico de 14/15 años esté enredado en un asunto tan espeso. No lo podemos naturalizar. Eso de en algo habrá estado está mal. Son inocentes. Nunca puede ser victimario sino que siempre va a ser una víctima. Esos chicos tienen que estar en un club o en la calle pero jugando y cuidados por el Estado”. El Triple Crimen de Villa Moreno, donde tres jóvenes fueron acribillados por la ametralladora que empuñaba el narco criminal Sergio “Quemado” Rodríguez, transformó por su magnitud la mirada de la persecución narco. Fue una explosión para la política. Hubo mucho ruido pero nada de eso se mantuvo vital. Estamos mucho peor que eso. Sería bueno que al menos no parezca que no le importa a nadie. Esa guerra narco ha empeorado. Pibes, de 14 o 15 años acribillados a balazos por las guerras narcos ya no duelen ni importan. Y es una severa provocación para cualquier discusión del futuro. Son niños nacidos en Rosario. Tan rosarinos como los grandes emblemas del tiempo: Baglietto, Fito Páez. Gorodisher, Nicky Nicole, Messi o Di María. Los matan, los entierran y entran en el olvido. En un cementerio cada vez más grande. Hablamos de cómo construir la ciudad, o de las promesas del deporte y la cultura, de nuestra economía o los debates de las “figuras políticas”. Pero mientras esto suceda no hay proyecto posible para la ciudad. Si no podemos evitar que pibes de 14/15 años maten o mueran en una guerra narco que engrosa bolsillos de quienes deben resolver el problema.