Cuando al director de cine Damián Szifrón le preguntaron sobre el secreto del éxito de Relatos Salvajes, él respondió que probablemente la gente haya observado con goce cómo los personajes cruzaban la frontera que divide la civilización de la barbarie, algo que ellos jamás se animarían a hacer en la vida real aunque ganas no les faltaran.
Es que el contrato social que asumimos para vivir sin desbordes irracionales implica necesariamente no reaccionar como muchas veces las emociones nos piden, controlando la lava de la ira que surge de nuestras entrañas y nos convierten en un volcán a punto de estallar. Una tarea que a algunos sujetos les resulta sumamente difícil de lograr y que acaba en feroces peleas por los motivos más insignificantes, como un desacuerdo por una maniobra en el tránsito.
Justamente esto es lo que desató, hace unos días, una impresionante riña a las trompadas en la esquina de Paraguay y Ocampo: un auto que estaciona en la esquina, otro que quiere doblar y no puede, bocinazos impertinentes, la amenaza de atropello a la mujer que bajó del primer vehículo para cruzar a su hijo a la escuela y el clímax de violencia cuando se bajaron de sus coches ambos conductores. La pelea acabó con varios heridos (hasta la ligaron dos personas que se metieron en el torbellino a separar), un par de hospitalizados y un hombre detenido. Y todo por un desacuerdo en la circulación, como Leonardo Sbaraglia y Walter Donado en aquella polvorienta carretera jujeña.
Lo peor de todo es que en Rosario, situaciones como ésta ocurren con bastante frecuencia. Una discusión mínima se transforma en una bomba a punto de explotar. Y según la psicóloga Guillermina Copello (matrícula 7925), eso se debe a que somos muy ineficaces para controlar nuestras emociones. “Es que la culpa no la tiene la emoción, en este caso la ira, que es universal, necesaria y útil para el ser humano. El problema es cuando no sabemos regularla y la dejamos escalar a un nivel que se vuelve problemática”, dijo en AM/PM por Radio 2.
“Yo me corro de la visión tradicional de que hay que domesticar nuestras emociones y ser racionales para encontrar nuestra mejor versión. Nada es más humano que sentir emociones. La emoción es útil y la vamos a sentir, porque nos permite la autodefensa. Ahora, desde el mecanismo psicológico, lo que sucede es que acumulamos emociones por evitación y terminamos explotando. La emocionalidad no es sólo de ese momento, porque la discusión urbana es el gatillo; me refiero a otras emociones a lo largo del día que venimos suprimiendo, negando, escondiendo o no registrando. Cuando esa evitación se convierte en un patrón de comportamiento, terminamos en un estallido como cuando metemos una pelota de plástico bajo del agua: la hundimos, la hundimos hasta que en algún momento sale para arriba con muchísima más fuerza”, añadió la especialista.
Cuando nos preguntamos por qué somos capaces de reaccionar así ante una pequeña discrepancia en las calles, la psicóloga cree que la motivación es “policausal: aún se sienten los efectos de la pandemia, pero hay otras variables como la sobrecarga de obligaciones, el estrés, las crisis económicas, las crisis institucionales, que generan un humor social que deja el terreno preparado para que suceda”.
“Estamos con la fiebre de la ansiedad bastante alta, con condiciones macro que exceden a la individualidad y que nos exigen a aprender a autoregular nuestras emociones porque su solución no está a nuestro alcance”, agregó.
I am pretty, so so pretty
Una de las escenas más recordadas de la película Locos de ira ocurre cuando el personaje protagonizado por Jack Nicholson, puesto a ayudar a Adam Sandler a controlar sus arrebatos de furia, le hace detener el auto en el medio de un puente transitado por cientos de vehículos y lo obliga a cantar, entre insultos y bocinazos, una canción tan ingenua como extravagante: “I am pretty, so so pretty” (“Soy bonito, muy bonito”) entona Sandler, mientras lucha por contener su furioso deseo de asesinarlo.
Si bien se trata de un paso de comedia y la actuación lleva la situación al extremo de la ridiculez, para la psicóloga Guillermina Copello “este pasaje de la película está validado científicamente como una forma de regular emociones en momentos de activación intensas. Hoy se habla mucho de las técnicas de anclaje o grounding para logarlo, y esa es una de ellas”.
En ese sentido, la especialista remarcó que para lograr autocontrol, “el paso más importante es previo. Cuando me bajé del auto a discutir con otro, ya hay una cascada neurofisiológica de hormonas, adrenalina, palpitaciones, hiperventilación y es muy difícil volver a la racionalidad. Por lo tanto, hay que adquirir hábitos de prevención: amigarnos con la idea de que mientras tengamos un cerebro, vamos a sentir emociones (porque las emociones están en el cerebro, no en el corazón), hacerles un lugar, permitirnos sentir, hablar con nuestro entorno”.
“Muchas veces la antesala de la ira es la frustración o la irritabilidad, y si no la escucho, esta emocionalidad empieza a crecer. Si me permito hacerle un lugar a eso, preguntarme qué me pasa, cómo lo puedo cambiar, probablemente no llegue al estallido final”, destacó.
Nueve tips para evitar que se encienda la mecha
La especialista consultada entregó algunos consejos para aplicar durante nuestra vida cotidiana, que nos permitan vivir algo más tranquilos, y sobre todo cuando sintamos que tenemos el ánimo al borde de caer en ataques de ira, lo que podría arrastrarnos hacia la irracionalidad por la corriente violenta que surge del fondo de nuestro ser. “Una vez que se desató, ya será muy difícil de controlar”, subrayó.
1) Darle importancia a hábitos fundamentales como descansar bien. Cuidar la calidad del sueño.
2) Movernos, ir al trabajo caminando o en bici, mantenernos en ejercicio. La actividad física mejora nuestro ánimo.
3) Hacer alguna actividad que nos dé placer durante la semana. No esperar a darnos ese gusto hasta el fin de semana.
4) Aplicar prácticas de conciencia plena o mindfullnes, ya sean guiadas (a través de YouTube) o directamente tratando de conectar con el momento presente: disfrutar el recorrido hasta el trabajo, sentir el clima, mirar el entorno.
“El objetivo del mindfullness es salir de ese parloteo que siempre está basculando dentro entre el pasado y el futuro, y que nos deja anclados en esa narrativa cerebral que nos desconecta del momento presente, nos desgasta emocionalmente y nos pone más irritables. Conectar con lo que está pasando ahora, con los sentidos, ayuda a controlar mejor las emociones’, explicó Copello.
5) Cantar, como en el pasaje de la película del que hablamos. Una de las técnicas de anclaje o grounding que sirve para regular emociones en momentos de activación intensas es cantar. Poner una canción que te gusta y cantarla, algo que estimula el nervio vago que está muy asociado a la gestión del estrés.
6) Aplicar la estrategia del ‘stop’. Es decir, me freno porque me doy cuenta de que me estoy activando demasiado y hago tres respiraciones profundas. Cuando exhalo, trato de acompañar con una vibración de la garganta, que ayuda a estimular el nervio vago.
7) Mojarnos la cara con el agua de una cubetera o pasarme un cubito por las muñecas o detrás de la nuca, porque el contraste de temperatura ayuda, literalmente, a “enfriarnos”.
8) Mirar espacios verdes, en la vida real o en la computadora. Está corroborado por estudios que mirar un parque lleno de árboles, césped y flores ayuda a disminuir la intensidad emocional.
9) Frotarnos las manos con una gotita de aceite esencial; el aroma nos ayudará a bajar decibeles. I feel pretty Oh so pretty I feel pretty and witty and gay And I pity Any girl who isn't me today I feel charming Oh so charming It's alarming how charming I feel And so pretty That I hardly can believe I'm real See the pretty girl in that mirror there? Who can that attractive girl be? Such a pretty face Such a pretty dress Such a pretty smile Such a pretty me!
La doctora comentó que “todas estas son técnicas de anclaje que nos ayudarán cuando nos estemos dando cuenta de que la fiebre de ansiedad está un poquito saliéndose de nuestro control”, aportó. Consejos útiles para salvarnos de situaciones de mal gusto de las que podríamos arrepentirnos. Y para vivir más aliviados una realidad que nos apremia por todos lados.
(Canción escrita en 1957 para el musical West Side Story)