Cambia, todo cambia
Julio Numhauser

 

¿Cuándo un amor se transforma en otra cosa? ¿Puede volver a mutar para convertirse nuevamente en amor? ¿Qué pasa en el medio? ¿Cuántos pasos hay del amor al amor?

Existe el amor después del amor. ¿Existe el amor después del desamor? ¿Y la vida después de la muerte? 

La existencia es una cosa tan misteriosa que las preguntas son y serán infinitas. Esa era la única certeza que llevaba consigo Vladimir Ilich Tao Tse Tung, el maestro taoísta leninista que inspira esta columna y, ahora lo sabemos, a otras expresiones del mundo del arte y el pensamiento. Eso sí, un poco marginales, por no decir desconocidas. 

Ateo, apátrida, apologista, atávico. Todo eso era Vladimir. Pero él decía que era otra la palabra empezada con "a" que lo identificaba: amoroso.

En el crucero Eugenio B, el barco imaginado por Don Bosta en el que volvió a trabajar de mozo y que viajaba desde Nueva York al sur, nadie se lo discutía. Pero no porque lo creyeran así, sino para no sumarle malestar.

Vladimir llegaba después de servir el almuerzo al camarote que compartía con Nito Metre, el jefe de los mozos, y el músico Vito Nebbia (*), y largaba el lamento: "Pero por qué me trata así, si yo soy un tipo amoroso. Ese enojo no es conmigo, no es conmigo".

Algunas cosas habían cambiado en el Eugenio B. En Europa la guerra tomaba forma feroz. Y junto con ella la muerte, la destrucción, el hambre, el odio. Todas las miserias como si fueran una maldición bíblica. El hombre en estado de descomposición. 

A Don Bosta la ecuación no le cerraba. Muchos querían subirse al barco para huir de aquello. ¿Pero cuánto podían pagar?. El negocio dejó de ser negocio. Había que tomar otros rumbos. Y nuevas formas de organización.

El dilema, le contó Vito a Vladimir, se planteó antes de salir desde Barcelona. Don Bosta reunió a toda la tripulación y dijo que ya no le daba para sostener el barco. Una cooperativa, hagamos una cooperativa, gritó en un momento el cocinero Caruso Lombardo –célebre creador de los capeletis a la gran caruso–. Hubo asambleas, gritos, llantos, risas, abrazos, puños en alto. Caruso Lombardo llegó un día con una mujer que sabía cómo organizar la cooperativa, y muchas cosas más. 

Pavada de sorpresa se llevó Vladimir cuando la vio, tras subir en Nueva York. Su amor frustrado de Berlín. La eterna habitante de sus pensamientos.

Don Bosta le explicó que él ya no era el dueño del crucero sino un trabajador más y que ahora había una jefa, la presidenta de la cooperativa. Una muchacha macanuda, que combatió en Rusia, pero después desafió al dictador con bigote –otro más– que sucedió a Lenin, un verdadero carnicero de masas, y ahora escapaba, como todos.

Se saludaron como si no se conocieran. Vladimir primero lo tomó como si fuera un juego. Pero no. Ella no estaba jugando. El maestro lo comprobó con el correr de los días. 

¿Por qué lo maltrataba? ¿De qué lo culpaba? ¿Le correspondía realmente a él ese enojo? La poetisa marxista Rosa Luxen Virgo aborrecía la injusticia, sufría la pobreza y lloraba la muerte. Vladimir no creía tener responsabilidad en todo eso; se sentía otro fugitivo. Y Rosa Luxen Virgo amaba la vida. Igual qué él. Entonces, ¿por qué el desprecio? ¿Por qué el odio y no el amor. 

Vito Nebbia le dijo que dejara de pensar. Que todo se iba a acomodar de algún modo. Que sino, se bajaban juntos del barco en algún lugar de Sudamérica. Y que le quería mostrar un tema nuevo, que compuso una noche en que discutió feo con su novia, Rosemery Yorio, porque ella le dijo que era demasiado ególatra para poder compartir su vida con alguien. 

Vito agarró la guitarra y empezó a cantar: "Ayer arranqué una hoja de mi calendario, era un dia de esos en que uno quisiera ser otro, muchos dicen que una pena de amor con el tiempo se olvida, no lo dudo pero sucede que yo me enamoro seguido".

Grande, Vito.

*Vito Nebbia fue el padre del rock italiano y el primero que se quedó pelado de los amigos de Vladimir

* Nito Metre le dio su apellido al oficio de jefe de mozos y también cantaba lindo