El miércoles terminó el Brasileirao, un torneo impresionante de 20 equipos a sólo 3 horas de avión. El nivel de juego fue, es, de primer nivel mundial. No tiene nada que envidiarles a las principales ligas europeas. Se lo llevó Palmeiras, que metió un sprint final imparable y sometió las aspiraciones de Gremio, Atlético Mineiro, Flamengo y Botafogo, que llegó a tener una diferencia impresionante de puntos (15), pero se quedó sin nafta en la última parte después de liderar durante 30 de las 38 fechas.
En el Brasileirao 2023, sólo dos equipos quedaron neutros, sin pelear por nada: Vasco da Gama y Bahía. Ocho se clasificaron a la Libertadores, seis a la Sudamericana y cuatro se fueron al descenso, incluido Santos, que cayó a la segunda categoría por primera vez en 111 años de vida. Fue un impacto grande, el equipo de Pelé y Neymar descendió.
El combo incluye una crisis institucional que el jueves terminó con el mandato del presidente de la CBF (Confederación Brasileña de Fútbol) por intervención de la justicia. Pero todo funciona como si nada sucediera.
En Argentina, la Copa de la Liga tiene sus atractivos, pero en el medio, 28 equipos mediante, hay partidos soporíferos con canchas vacías en algunos casos y con los descensos como espada de Damocles. Aquí, perder la categoría es un drama incomparable. Lo fue, lo es y lo será, es cultural.
En Brasil el recambio es permanente, suben y bajan de a cuatro. Vitoria, Criciuma, Juventude y Goianiense ya se calzan el traje de primera para el año próximo.
A partir de 2024, la Copa de la Liga se disputará en la primera parte del año y la Liga Profesional en la segunda mitad. La idea es que la competencia sea más pareja para todos y que a la hora de definir la pérdida de categoría todos jueguen contra todos y no haya, como en 2023, un torneo dividido en zonas con rivales de distinta complejidad. Por ejemplo, para los que pelearon por no caer a la Primera Nacional no fue lo mismo enfrentarse con Boca que con River, con Independiente que con Racing, con Godoy Cruz que con Instituto. Y así se puede seguir.
El nivel de juego fue, es, de primer nivel mundial. No tiene nada que envidiarles a las principales ligas europeas
En Brasil, en la primera parte del año, se juegan los torneos estaduales (Carioca, Paulista, Mineiro, Gaúcho, etcétera) y después se disputa el gran Brasileirao. A la par de los dos va la Copa do Brasil, que entrega premios impresionantes, similares a los de la Copa Libertadores y otorga, como la Copa Argentina, una plaza para la Libertadores del año siguiente. Este año la ganó San Pablo. Eso sí, termina bastante tiempo antes que el Brasileirao para que no se entreveren las definiciones. Acá el final del año es un despilfarro de desorganización e improvisación.
Por ejemplo, las conversaciones para definir el día y horario de las semifinales de la Copa de la Liga arrancaron a las 11 de la mañana del lunes y terminaron pasadas las ocho de la noche. Y el martes ya hubo cambios. Un despropósito.
En Brasil se quejan de las abultadas agendas, acá no tanto, a pesar de que en ambos países se disputan tres torneos. El problema del país vecino está e. las enormes distancias que deben recorrer los equipos. Un partido entre Gremio y Cuiabá, por ejemplo, requiere de una logística minuciosa. En Argentina pasa, pero en menor medida. Los que más sufren son los equipos del norte, Atlético Tucumán y Central Córdoba, que deben recorrer grandes distancias cada dos semanas. También lo padece Godoy Cruz.
Los diez partidos de la última fecha del Brasileirao se jugaron todos a las 9 y media de la noche, como correspondía, había mucho en juego: el título, mejores ubicaciones para la Libertadores 2024, un puesto de Sudamericana y un descenso.
Aquí no se podría hacer. No existen tantas cabinas de VAR, apenas unas pocas. Es cierto que se trata de dos economías diametralmente opuestas, pero las diferencias de calidad entre el Brasileirao, a tres horas de avión, y los torneos argentinos, son siderales.
Es deportivamente “romántico” ver jugar a los pequeños humildes que llegan a la élite con un gran esfuerzo frente a los poderosos de presupuestos millonarios, pero eso suele precarizar la calidad de la competencia a pesar de que detrás de sus milagrosos ascensos generalmente arrastran maravillosas historias de esfuerzo y superación.
Y en Argentina se nota mucho cada fecha. Hay grandes partidos entre fuerzas parejas y otros soporíferos que generan un fuerte contraste.
La reestructuración es compleja y parece difícil de llevar adelante. Es más, el fútbol argentino está más cerca de ampliar su cantidad de equipos que de reducirla.
Como si no fuera suficiente con el poco vuelo dirigencial, la economía del país hace el resto.
Copiar al Brasileirao organizativamente no parece tan difícil, emparejarlo desde lo económico es prácticamente imposible.
Sólo unos pocos equipos argentinos están a la altura de cualquiera de los brasileños de primer nivel. Los resultados lo muestran drásticamente.