Trepen a los techos, ya llega la aurora. (Luis Alberto Spinetta)
¿Es realmente la vida una cuestión de actitud? ¿Hasta dónde alcanza con el propio empuje? ¿Qué es lo que hace que una persona siempre tenga una sonrisa a mano y otra una queja? ¿Determina eso la posibilidad de disfrute?
Decir voy a ser feliz no alcanza para serlo, pero es una parte. ¿Qué parte? Esto no es una ciencia exacta, solía contestar el maestro taoista leninista Vladimir Ilich Tao Tse Tung.
Eran días difíciles en el crucero Eugenio B, a pesar del relativo éxito que tuvo en venta de pasajes el recorrido Río de Janeiro-Buenos Aires que se inauguró con la gestión de Gal Bosta.
Es que hubo problemas dentro de la tripulación. El quiebre fue el rechazo de Gal a Vincenzo Di Moranti, la caída del músico italiano por la escalera de la discoteca del crucero y los torturantes días que vivió durante su reposo.
La cabeza, el pensamiento, puede tener recorridos siniestros aun en el hombre más bueno. Y siempre se vuelven contra uno mismo. Vincenzo era su propia víctima.
No, el no de Gal no alcanza para arruinarte la existencia, le decía Vladimir. Pero Vincenzo lo visualizaba como una condena a muerte. Entonces empezaban a hablar sobre el sentido de la vida y eso era peor: Vladimir entraba en crisis.
Porque el maestro escuchaba a su amigo. ¿Y él? ¿Qué le pasaba? Venía acumulando frustraciones amorosas. Pero no era eso (solo) lo que lo tumbaba. Sino que empezó a verse atrapado entre los hierros del crucero. Es cierto, el Eugenio B era una burbuja de privilegio y lujo dentro de un mundo en guerra. Pero el lugar más hermoso también puede ser cárcel si no tiene puerta de salida.
No es novedad que nada es para siempre. Por eso hay amor y desamor. Tristeza y alegría. Principios y finales. Vida y muerte.
El tránsito es el sentido de la vida, dijo entonces Vladimir. Y supo que se quería ir de ese barco que iba y venía de Río a Buenos Aires, que lo iba a hacer por décadas, como si estuviera suspendido en el tiempo y el espacio. Vladimir no pretendía detener las agujas del reloj sino caminar a la par de ellas. Seguir viaje.
Se lo dijo a Vincenzo, que se resistía a la idea de dejar de intentar con Gal. Se lo dijo a Vito Nebbia y a Rosemary Yorio, que se entusiasmaron. Se lo dijo a Beppo Trevi, el matemático, que preguntó dónde había una buena universidad, que quizás podía dar clases. Se lo dijo a Nito Metre, que ya estaba harto de ser el jefe de los mozos y quería dedicarle más tiempo a la flauta.
La idea de volver a tierra firme maduró con el correr de los días. Uno por uno fueron a hablar con Gal Bosta, mientras el Eugenio B navegaba rumbo al sur todavía por aguas brasileñas. Ella les agradeció, les pagó lo que les debía, les deseó suerte.
Vicenzo se guardó para el final. Hizo un último intento. Buscó mostrarse sereno y le pidió que lo mirara a lo ojos. Le propuso amarse, casarse, tener muchos hijitos vestidos de marineritos, que recibieran a los pasajeros del Eugenio B. Hacer el Crucero del Amor (esto es para los de más de 40: ahora ya saben de dónde salió la idea de la serie).
Gal hizo su clásica media sonrisa. Me gusto conocerte, Vincenzo. Y me gustaron tus canciones. No dejes de amar. Tu amor es tuyo, no mío.
Esa noche fue una de esas que no se olvidan. Gal, Vito y Vincenzo tocaron por última vez las canciones de bossa nostra. Estaban en carne viva. Todo el Eugenio B lo estaba.
Cuando terminaron se abrazaron los tres. No sabían que esa música que los había transformado a ellos y también al público nunca más iba a ser escuchada. Pero así son las despedidas: a veces es para siempre.
Después, en el camarote, lloró Vincenzo. Pero lo hizo en calma. Las lágrimas lo aliviaron. Se durmió, y se soñó distinto. En una ciudad con río, como Roma. Pero no era Roma. Una reinvención, diagnosticó Vladimir después de que se lo contó.
El maestro también soñó esa noche. Se vio a él mismo sobre un mapa mundi, saltando de ciudad en ciudad, de país en país, de un barco a un puerto.
El Eugenio B llegó a Buenos AIres de mañana. El sol le daba de frente y la ciudad se veía imponente. Vladimir, Rosemary Yorio, Vito Nebbia, Nito Metre y Beppo Trevi se bajaron contentos. Vincenzo lo hizo último, y antes buscó la mirada de Gal, pero ella estaba en otra cosa. Vladimir lo esperó para consolarlo, pero Vincenzo –por cierto muy triste– le dijo que no se preocupara, que su amor era suyo.
Un nuevo comienzo siempre nos carga de sentido.