Decisiones, cada día
Alguien pierde, alguien gana
Ave María
Rubén Blades

 

¿Estamos hechos de preguntas o de respuestas? ¿De dudas o de certezas? Estamos hechos de decisiones, y en ellas conviven la pregunta y la respuesta; la duda y la certeza.

"Yo soy del partido de los que no estamos seguros de nada", decía el maestro taoísta leninista Vladimir Ilich Tao Tse Tung, una frase que se parece demasiado a otra que se le adjudica al escritor francés Alberto Famus (¿otro ganador del premio Nobel que se identificaba secretamente con las enseñanzas del maestro?).

Como fuera, Vladimir tenía algo muy claro: incluso al no decidir nada estaba decidiendo.

Pero su actitud de aparente pasividad exasperaba a Rosa Luxen Virgo, la presidenta de la cooperativa que administraba el crucero Eugenio B, que tras la muerte de su fundador, el bueno de Don Bosta, había amarrado en el puerto de Rio de Janeiro. 

No, no eran días tranquilos en ese barco que había sacado a Vladimir, Rosa, Vito Nebbia, Nito Metre, el matemático Bepo Trevi, el escritor Tomasito Mann y a Cocó de una Europa que ardía al calor de la Segunda Guerra Mundial. Desde Italia, la familia Bosta hizo una presentación judicial y hubo orden de que el barco no siguiera viaje. Todos a bordo, pasajeros y tripulación, se preguntaban qué hacer. La comida se terminaba, salvo la pizza (adicto como era, Don Bosta había cargado cerca de la mitad de la bodega con harina). 

Rosa dijo que era momento de tomar un salida colectiva, que no había soluciones individuales, que podían defender el barco, que la propiedad privada es una puta mierda. Pero la dejaron sola: todos bajaron en Río de Janeiro, una ciudad que parecía abrir oportunidades. Vladimir se le acercó, le dijo si no quería ir a caminar con él, que en el camino iban a encontrar puertas. Y también ventanas y balcones. Vos confiá, le susurró al oído. Pero Rosa una vez más lo alejó de un empujón, y le dio la espalda.

Vito Nebbia, que estaba con Rosemary Yorio y el antiguo jefe de los mozos, el aflautado Nito Metre, lo tomó del brazo, lo fue arreando hasta la salida del barco, y ya en tierra, junto a los galpones del puerto que con los años la Municipalidad de Río de Janeiro convertiría en espacio de diversas expresiones culturales, le habló con firmeza: "Basta Vladimir, no tiene sentido ir adonde no te hacen lugar".

Vladimir asintió en silencio. Triste. No estaba seguro de que fuera así, pero quería caminar, ir a otro lado, cambiar la escena, hacerse él mismo lugar. Preguntaron cómo llegar a Ipanema, el barrio donde vivía un amigo de Vito que se había ido unos años antes de Italia y que también era músico. Les dijeron que era lejos. Pero no les importó.

Antes de arrancar, Vladimir propuso un abrazo que le recordó otros, con viejos amigos, sus históricos compañeros de ruta (como olvidar los días en Berlín junto a Tomasito Mann, Bertolino Brech y Germán Villa Hesse). Se sinitió contenido. El amor, lo sabía, tomaba muchas formas. Y empezó a repetir, como si estuviera en trance, un mantra que hoy es tomado como una de las piedras angulares del pensamiento del maestro taoísta leninista: "Existir, no insistir; existir, no insistir; existir, no insistir".

La voz de Vladimir pronto fue tapada por otros sonidos. Estaban en Río de Janeiro.