Todo el tiempo quiero estar enamorado, y sin embargo no sé dónde estás (Federico Moura/Virus)
¿Cuántas formas hay de amar? ¿Existe algún límite? ¿Quién lo puso? ¿Para qué?
Es difícil salirse de los moldes. Pero cuando lo hacés mucho más difícil es volver. ¡Qué sentido tendría expandir los límites para después volver a estrecharlos!
Es cierto, no resulta fácil adentrarse en terrenos desconocidos. Pero justamente en conocer está la mayor recompensa. Todo lo nuevo que conozco expande mis posibilidades. Aun aquello que puede resultar doloroso. Como saber que nada es como nos contaron, porque sólo la propia experiencia escribe la historia de una persona.
El maestro taoísta leninista Vladimir Ilich Tao Tse Tung no estuvo mucho tiempo en Buenos Aires. Pero la verdad es que fue un tiempo intenso, de expandir límites. Era raro, porque no le gustaba la ciudad: sentía que había demasiado ruido, demasiada gente, demasiados recelos, demasiado todo. A la vez estaba fascinado con ciertos ámbitos en los que se movía, como el de los músicos.
Federico, que había nacido en La Mosca, una ciudad cercana que tiene lobos y leones, tenía una banda que se llamana Bacteria, y Vladimir empezó a seguirla. Los recitales eran rituales. Federico, magnético como pocos, era allí objeto del amor de todos y todas. Desde el escenario él también amaba.
Vladimir conoció más gente. Más músicos, más músicas, más oficinistas que iban a los recitales, más estudiantes. No se enamoraba. O se enamoraba, pero no de una sola persona. Lo mismo Federico. Y cada tanto volvían a enamorarse entre ellos dos.
El maestro lo disfrutaba y lo padecía. Algo en él siempre añoraba tener una pareja y volvía a ese deseo. Conocer una mujer, casarse, tener hijos, ser felices para siempre. ¿Existe?, se preguntaba. O a un hombre. Pensaba si ese momento que estaba viviendo no era como un impasse, un desvío en su vida.
Entonces, se miraba en el espejo de Vito Nebbia, tan enamorado de Rosemary Yorio, tan claro en su deseo, tan resuelto en cumplirlo.
¿Qué quería él? Por lo pronto aceptaba el amor que lo rodeaba y lo retribuía. Mientras tanto vivía, trabajaba de mozo en un bar de San Termo, soñaba con volver a estudiar Filosofía. Y también pasaba días y noches difíciles, en los que se sentía solo y triste entre la multitud.
¿Por qué esa idea de que tenés que conocer a alguien especial? Especial sos vos, le dijo una vez Federico, lo acarició con ternura y se fue.
Vladimir adoraba a Federico. Le alegraba la vida. Pero también se iba. Amar en libertad, le decía Federico. Ser un amor, no una pareja. Cada uno en su ser y amar desde allí. A todos los seres.
El maestro aceptaba, no tenía argumentos para discutir. Pero a la vez se incomodaba, y entonces dejaba de disfrutar.
Una noche de agosto hubo una fiesta en la casa del Músico Más Venerado del País, en el séptimo piso de la calle Santa Fue, en barrio Forte. Celebraba la incorporación a su banda de un tecladista nuevo, un flaco desgarvado, con lentes y pelo largo, que venía de una ciudad donde los músicos son plaga.
Corrieron las canciones, corrieron los tragos, tortas, espejos, cartones y demás vituallas. Vladimir bailó hasta la inconsciencia. Cuando se despertó no había nadie en pie. A su lado yacía Vito Nebbia. Se levantó: vio a Federico abrazado al famoso cantante Miguel Grandpa, a Rosemary Yorio con el Músico más Venerado del País, a Nito Metre con una botella de champán extra brut, y otras escenas por el estilo.
Menos mal que Vicenzo Di Moranti no vino, pensó primero. Pero cuando se levantó Vito Nebbia cambió de idea. Qué furia le agarró a Vito cuando vio a Rosemary Yorio con el Músico Más Venerado del País.
Hubo gritos, forcejeos, escupitajos cruzados. Y no más de eso, porque al fin de cuentas ellos eran pacifistas en un mundo que sangraba por la Segunda Guerra Mundial.
Vito sentía que le robaban a su mujer. Y que ella lo traicionaba. Pero Vladimir no: entendía, aunque le doliera, que Federico pudiera estar con Miguel Grandpa, pues así lo habían hablado.
Los dos se volvieron a la pensión en barrio San Termo hablando de eso. Iban en el subte y estaban absolutamente desalineados.
La charla fue rara: amor y propiedad privada, amor libre y amor en libertad, la soledad, los celos. A Vito le parecía razonable lo que decía Vladimir y a Vladimir lo que decía Vito. Pero a la vez ninguno cambiaba de idea y, sobre todo, de sentir. Como fuera, ambos estaban tristes. Y ambos sentían que tenían que cambiar para vivir mejor.
Qué trance complejo y lleno de contradicciones puede ser amar. Igual, allá vamos.