Federico Claramut tenía 20 años cuando una candela prendió fuego el techo de República Cromañón, el 30 de diciembre de 2004. El boliche de Once estaba al cuádruple de su capacidad: la habilitación decía 1.031 personas. Según las pericias, había al menos cuatro mil. Las puertas laterales estaban atadas con cadenas.
Como parte de ese magma humano envuelto en humo y desesperación que pugnaba por salir, Federico quedó contra el suelo, bajo una pila de cuerpos, a 20 centímetros de la línea de asfixia. Un chorro de agua en la cara lo trajo de vuelta a eso que había empezado como un recital de Callejeros y terminó en masacre: 194 muertos.
“Acá hay uno vivo”, escuchó decir. Era un bombero. Seguido, lo arrastraron hasta la puerta, la misma que había cruzado con su hermana Agustina, de 18 años, un rato antes. Ella cumplió con el objetivo conjunto de escapar.
Los hermanos habían entrado temprano al tercer y último recital de la serie anunciada por la banda de Villa Celina. “Ya habíamos estado en Cromañón y notamos que el lugar estaba detonado. Nos costó mucho subir las escaleras, pero no lo tomamos como algo raro. La capacidad no se respetaba en Cromañón, tampoco en Cemento o en Obras. Fue decir: «Bueno, está bien, cierra el año Callejeros, vienen de hacer 28 y 29». O sea, dos días antes había estado igual y el comportamiento de la gente había sido el mismo”, recordó Federico Claramut, en el diálogo telefónico con Rosario3. “En ningún momento pensamos que se iba a prender fuego”.
Notamos que el lugar estaba detonado. Nos costó mucho subir las escaleras, pero no lo tomamos como algo raro. Fue decir: «Bueno, está bien, cierra el año Callejeros». Dos días antes había estado igual y el comportamiento de la gente había sido el mismo”
A 20 años de la masacre de República Cromañón, el también guitarrista de Peligrosos inocentes sostuvo que lo ocurrido esa noche “fue el resultado de una cadena de irresponsabilidades que involucró a distintos estratos del Estado y a la corrupción enquistada en el sistema de habilitaciones y controles. Si las puertas hubiesen estado abiertas, el local se vaciaba en tres minutos. Este es un dato de una pericia de Bomberos que está en el juicio”.
Además, “esa cadena de responsabilidades explotó en un momento muy particular: fin de año. Una candela fue la que inició el fuego. Es un objeto que se vendía para las Fiestas”.
Para el músico, que integra el colectivo No Nos Cuenten Cromañón, a Callejeros "le mintieron". Si bien afirmó que la banda tuvo una “responsabilidad moral, no me tenía que cuidar más que el funcionario que habilitó el lugar o el que puso un candado en una puerta”.
Escapar de un recital
Federico comenzó a escuchar a Callejeros “desde fines del 2001 o principios del 2002. Empecé yendo solo a sus recitales y después, con mi hermana. La llevé una vez y ya no se separó más de de la banda. Era una de los pocos grupos que hacía letras combativas: hablaban del aborto, de una mujer presidenta, de jueces incumpliendo la ley.”
—¿Qué recordás de esa noche?
—Las imágenes son un poco difusas ya. Con mi hermana, mirábamos cómo la pirotecnia, las bolitas incandescentes, pegaban contra el techo, y el techo era una media sombra. Mirábamos porque nos parecía extraño que eso ocurriera cada vez más seguido. Hasta que una se quedó agarrada por completo y la prendió fuego. No pensamos en irnos. Dijimos: «Esto se va a apagar». En el momento en el que vimos que eso no pasaba y que la gente empezaba a escapar, tomamos la misma decisión. Ahí fuimos hasta las puertas que se abrían para adentro.
Agustina logró atravesar la puerta por su cuenta, pero a Federico lo sacaron los bomberos.
“Quedé debajo de una pila de un metro de personas. Cuando estaba internado, le conté al médico y me dijo: «Claro, te salvaste porque la cara te quedó contra el piso». Me explicó que el humo denso no baja a más de 20 centímetros. Probablemente, por ese huequito pude respirar”.
Mirábamos cómo la pirotecnia, las bolitas incandescentes, pegaban contra el techo, y el techo era una media sombra. Hasta que una se quedó agarrada por completo y la prendió fuego"
—¿Cuánto tiempo estuviste así?
—Hasta que vinieron los bomberos. En ese momento, no tenés registro del tiempo. Creo que algo de diez minutos, pero no lo recuerdo. Sí están los datos de cuánto tardaron en llegar y yo fui uno de los primeros que encontraron al ingresar. Desde donde estaba, yo podía ver la puerta... Era como un reflejo de luz. Adentro, no se veía nada. El humo era muy denso. Un bombero me sacó arrastrado. Yo estaba en shock, no podía abrir los ojos, articular un músculo. Todo era tratar de respirar.
“Me acuerdo de que, cuando me pusieron en el pavimento, un amigo me empezó a cachetear y a hacerme masajes cardíacos. Yo quería decirle que estaba vivo, pero no podía. Fueron, no sé, 30 segundos… pensé que eso era morirse. Hasta que logré abrir los ojos. Después de eso, me llevaron hasta la esquina. Ahí pedí que busquen a mi hermana”.
Agustina estaba a mitad de cuadra, “deambulando como si estuviese en el medio de una guerra, porque eso era zona de guerra”.
Los días siguientes fueron complicados para los Claramut: organizar la cabeza, buscar amigos, caer en la cuenta de lo que había ocurrido. La familia decidió que lo mejor era dejar la ciudad de Buenos Aires y emprendió un viaje a Mar del Plata. Ese fin de año “no había ganas ni de tomar una coca”. A la vuelta, el objetivo fue “dar una mano” y, con las semanas, comenzar una militancia que lleva veinte años.
—¿Cuál es el lugar que tiene Callejeros en toda esta historia?
—Una cosa es la responsabilidad y otra, la culpabilidad. Vos me preguntás si Callejeros es culpable penalmente, si merecieron estar presos, te digo que no. Ningún tipo quiere generar lo que se generó. No se tira de cabeza al público para tratar de salvar gente, ni mete a su familia en un balcón sabiendo que, a la altura de su cara, se va a prender fuego un techo. A Callejeros le mintieron. Si me preguntás si tienen alguna responsabilidad como banda, bueno, tal vez sea moral. Éramos su público y nos tenían que cuidar, pero no me tenían que cuidar más que el funcionario que habilitó el lugar o el que puso un candado en una puerta. Este es un dato de una pericia de Bomberos que está en el juicio: si las puertas hubiesen estado abiertas, el local se vaciaba en tres minutos, Tres. Como sobreviviente, me sigo preguntando por qué un tipo de 25 años, que subió a cantar en un escenario y que no tiene que saber de una habilitación, terminó preso.
“Quedé debajo de una pila de un metro de personas. Cuando estaba internado, el médico me dijo: «Te salvaste porque la cara te quedó contra el piso». El humo denso no baja a más de 20 centímetros"
—¿Cuánto tiempo pasó hasta que volviste a un recital?
—Un mes. Fui al (festival) Gesell Rock en el que, se suponía, tenía que tocar Callejeros. No pasó, pero yo tenía mis entradas. Después, creo que fuimos a ver a La Renga a Vélez (mayo de 2005). Pasa que a mí me gusta ir a ver bandas. Por suerte, pude manejar este tema, pero vi cómo mi hermana y otros sobrevivientes no la pasaban bien. Cada uno, en este universo de Cromañón, maneja las cosas como puede. Yo soy músico y necesito estar ahí, arriba del escenario, o abajo, viendo música. Es lo que me hace bien.
En 2004, Federico ya tocaba la guitarra y había formado su primera banda. En 2019, compuso el tema “Sin quebrarse”, que grabaron Kevin Johanssen, Javier Calamaro, Alejandro Lerner y Lito Vitale, entre otros, artistas.
—¿Qué cambió después de Cromañón, como público y músico?
—Como músico, me abrió los ojos a un montón de cosas que pasaban en ese momento y que hoy ya no. Te cambia la mirada sobre tu público, tu familia, los lugares a los vas a tocar y cómo llevar adelante ciertos contratos que, a veces, tenemos que firmar, por lo menos, en la delegación de responsabilidades. Pero si estás tocando y no te podés ocupar de si hay un cortocircuito eléctrico en la barra y se prende fuego el lugar. Ahora, se respeta a rajatabla la capacidad. Es con cuenta ganado: cuando se copa el lugar, ya no se abren más las puertas.
Callejeros no es culpable penalmente. Si tienen alguna responsabilidad como banda, tal vez sea moral, pero no me tenían cuidar más que el funcionario que habilitó el lugar o el que puso un candado en una puerta"
—¿Viste la serie Cromañón?
—No y no la voy a ver. Mi hermana sí y no le hizo bien. Solo vi imágenes del incendio, que son muy parecidas a lo que yo viví. Sí vi el documental (Cromañón, también disponible en Amazon) que sacaron después de la serie y me hizo muy bien. Son imágenes con las cuales estoy acostumbrado a convivir. Las vi muchas veces, ya sé cómo funcionan, sé lo que me van a mostrar.
Un reclamo que ya es ley
Esta entrevista fue realizada al día siguiente de que la Legislatura porteña aprobara la ley de reparación vitalicia para sobrevivientes y familiares de víctimas de la masacre de Cromañón. La misma contempla asistencia económica y comprende programas de salud, salud mental y educación. Hasta el último 12 de diciembre, la reparación era provisoria, por lo que, cada tres años, las organizaciones que tenían que reclamar por las sucesivas prórrogas.
El proyecto, que también reemplazó el concepto "tragedia" por el de "masacre", reabrió el padrón de quienes pueden percibir la mencionada reparación, aunque solo hasta el próximo agosto.
“Las organizaciones, no solo en la que milito, veníamos reclamando que el Estado se haga cargo de ese subsidio, tanto para sobrevivientes como para familiares, y que se reabran los padrones. Para que te des una idea, hay y mil y pico de sobrevivientes anotados y adentro de Cromañón éramos más de 4.000. Que solo haya un tercio anotado, conlleva que muchos no tengan contención en salud mental y, mucho menos, un subsidio”, consignó Claramut.
—Como sociedad, ¿Qué tenemos que aprender de Cromañón?
—Que tenemos derechos y obligaciones, que tenemos que cuidarnos y que no hay que dejar pasar situaciones, como lugares reventados de gente. Ha cambiado la seguridad, tanto en boliches como en recitales. Las habilitaciones de locales bailables, teatros, restaurantes hoy son mucho más complejas. Pensá que se podía prender pirotecnia en lugares cerrados. Pero falta. El otro día, veía el recibimiento a River en el Monumental con bengalas... Decían «qué lindo», mientras caían brasas incandescentes sobre la gente. No hubo ningún muerto, entonces, pasó de largo. A River le dieron una fecha o dos, una multa económica. No podemos dejarlo pasar. Ahí es donde necesitamos un pasito más. No sé, ya pasaron 20 años de Cromañón, parece que algunas cosas “se olvidan”.