Las cuatro décadas de la democracia argentina, inauguradas por Alfonsín en 1983, ponen en juego su estirpe y prestigio con la entrada a un balotaje surrealista. La inesperada victoria de Sergio Massa y la competencia que tendrá con, según Mauricio Macri, el inexperto Javier Milei, es un plato fuerte para digerir en un bocado.
Por un lado, el ministro de Economía de un gobierno fracasado e incendiado por sus propios números. Por el otro, un bravucón de la teoría económica que no ahorra gestualidades alocadas para los jóvenes y desencantados.
Los discursos de la recuperación democrática de 1983 donde Alfonsín decía que el pueblo “unido jamás será vencido” quedaron vetustos y solo apilan emoción en los nostálgicos de aquel pasado. “Con la democracia, se come, se educa y se cura”, decía Raúl. Cuarenta años después la balanza agrupa desequilibrios: varias generaciones se sucedieron sin conocer un proyecto distinto a la supervivencia.
Los jóvenes tienen razones para estar enojados e insatisfechos con un sistema que ha hecho sufrir a padres y abuelos.
Milei reconoció hace pocas semanas en sus fuertes críticas al radicalismo argentino que tiene un muñeco de Alfonsín en su casa donde descarga golpes cada mañana para amanecer sin tensiones.
Embestir a la UCR es un riesgo. Milei no dudó en mojarle la oreja a un protocolo político que puede recordarle eso en las próximas semanas.
Según un estudio de la encuestadora Poliarquia, más del 70% de las personas no están satisfechas con la democracia. Incluso hay dato más grave de la encuesta: “Al 50% de los consultados no le importaría que un gobierno no democrático llegue al poder si resuelve los problemas de la gente”. Según el informe, la predisposición hacia un gobierno no democrático aumenta a medida que baja el nivel educativo. El estudio es la tercera Encuesta de Cultura Constitucional, elaborada por la Facultad de Derecho de la Universidad Austral junto a Poliarquía Consultores y al Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires. Una bomba previa a la elección que intenta celebrar cuatro décadas de democracia ininterrumpidas en Argentina. Milei parece un chiste pero calza justo. La voracidad de acceder al poder pisoteando el ideario de un sistema que ha dejado heridos, desigualdades y demasiados privilegios. Por el otro lado Sergio Massa, el ministro de economía de un país prendido fuego. Con combustible que solo usan para que el motor de la maquinita de imprimir billetes no pare. Cabeza de la ficción de tener el bolsillo lleno de un dinero que cada minuto pierde valor y blindado por la cultura que banca el deseo y la ilusión de un mañana mejor. A Massa no le entran las balas porque Milei no le dispara. El especialista en economía ha decidido rivalizar con Bullrich a la que apodó "Montonera asesina de niños", con Larreta, con Alfonsín, con el kirchnerismo, pero no con Massa. Tendría un listado enorme de reproches políticos que decidió callar. Un poco por estrategia y otro por compromiso o condicionamiento. La política argentina ha sido y es muy enredada para no demandarle explicaciones a las teorías conspirativas sobre la financiación de la campaña de Javier o el armado distrital de listas con presencia de dirigentes muy cercanos al ministro. El 65% de los votos fueron para ambos. Toda de Sergio, dicen algunos que creen en que Milei fue un invento político alentado en las oficinas de Eurnekian para desarmar a Juntos por el Cambio. Los titiriteros juegan al filo. La grieta entre aquellos que vienen y los que se van es un arma que hiere a todos. Argentina es un país con suficiente crisis como para no abordarla con acuerdos. No pueden ser tan cínicos. De esta no se salva nadie.