El centro político es desde hace tiempo un lugar complejo en la Argentina. Las experiencias electorales exitosas de al menos los últimos 15 años no han construido desde ahí sino que, en todo caso, ese espacio fue cooptado desde cada orilla de la grieta para inclinar la balanza a su favor en las distintas disputas electorales. El 54 por ciento de Cristina Kirchner en primera vuelta de 2011 tenía ese componente. El 56 por ciento de Javier Milei en el balotaje de 2023 también.
El centro geográfico es otra cosa. Los gobernadores de Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos definieron este jueves en Agroactiva a la Región Centro como un motor productivo que expande riqueza hacia los costados. Los tres, Maximiliano Pullaro, Martín Llaryora y Rogelio Frigerio, buscan hacer de eso fortaleza política para dar una batalla desigual en la Argentina de la era del “no hay plata”: defender lo propio, sostener la inversión pública, frenar el inevitable deterioro que el retiro del Estado nacional de algunas funciones básicas genera, por ejemplo, en materia de políticas sociales y de infraestructura.
Lo hacen desde el centro político. Desde un lugar al que ellos mismos le dan un sentido de amplitud: Pullaro es radical, Llaryora peronista cordobés, Frigerio del PRO. Y eso, aunque intenten matizarlo con declaraciones de apoyo a la ley Bases, los pone del lado de los diputados que votaron una movilidad jubilatoria a los que el presidente ultra les dedicó su desprecio en su disertación en Armstrong: "Hay una voluntad de voltear el programa económico del Gobierno por parte de la oposición y los Corea del centro".
La excursión campestre de Milei, a la par de la de los tres gobernadores, dejó señales de un desencuentro evidente. Alcanza con decir que cerca de dos horas estuvieron en el mismo ámbito, pero solo compartieron un puñado de minutos: los del saludo cuando el presidente bajó del helicóptero para luego dirigirse a la camioneta que lo llevó hasta la carpa donde dio la disertación.
Pero también que el público que vivó a uno, el autodefinido “Terminator” que viene a “destruir el Estado desde adentro”, es el mismo que votó a los tres mosqueteros de la Región Centro que ahora, ante el proyecto nacional de disolución, apuestan a estrechar lazos asociativos entre las provincias para defenderlo.
Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos son estados subnacionales, como vienen repitiendo varios gobernadores, “preexistentes” a la Nación. Sus jefes políticos dicen buscar ni más ni menos que reponer el federalismo perdido.
Entonces, en los discursos, aparece la ambigüedad. La defensa de la nueva ley Bases coexiste con el grito contra “las malditas retenciones” y el reclamo de obras de infraestructura que el gobierno del déficit cero no está dispuesto a hacer.
Es el siempre complejo equilibrio del centro político. Que en el caso de los tres gobernadores del centro geográfico tiene hoy una complejidad extra: la de compartir clientela con el presidente ultra.
En la provincia de Santa Fe, por caso, ¿a quién fue el voto agropecuario a gobernador? A Pullaro, claramente. Ese mismo electorado respaldó ampliamente a Milei en el balotaje nacional y sostiene esa sintonía, que en un punto se parece al amor: ninguno le da al otro todo lo que tiene, pero igual se eligen.
El campo, con los gobernadores como voz cantante, pide el fin de las retenciones. El presidente la promete para un futuro incierto, pero dice algo que al sector le encanta escuchar porque lo siente desde siempre: que el Estado es parasitario, casi un vividor. El presidente necesita que el campo venda la cosecha para que entren dólares y se serene el mercado. Pero el agro entiende que el dólar está atrasado y retiene los granos en los silobolsas hasta que se devalúe o bajen las retenciones.
El amor no es eterno. ¿El desamor sí? Parece prehistoria. Pero hasta el intento por instaurar las retenciones móviles que generó el gran conflicto de 2008, el campo, o al menos la parte de los pequeños y medianos productores, supo ser kirchnerista.
Milei no repara en eso. El va y embiste. El público, por ahora, lo festeja. Pero el centro político intuye que algo puede empezar a cambiar. Eso lo abona el propio gobierno con sus fallos de gestión, con las crisis que encadena una tras otra, la última de ellas detonada por el escándalo de las toneladas de alimentos acumulados sin repartir en dos galpones, mientras la pobreza trepa al 55 por ciento.
Eso explica, por caso, que en Diputados por primera vez se haya roto un límite y que la misma oposición dialoguista que votó la ley Bases se haya asociado al kirchnerismo que se cansó de demonizar, para darle media sanción a una reforma jubilatoria a la que el presidente promete enfrentar con un veto de destino incierto.
Se quebró un límite que en realidad ya había traspasado un gobernador de la Región Centro, Maximiliano Pullaro, cuando se abrazó con Axel Kicillof bajo una máxima que es la que impulsa a ese centro político a intentar ensanchar su carril: se puede pensar en construir, y sobre todo reconstruir, con el que piensa diferente.