Una chica rosarina expuso en las redes sociales y después, en contacto con Rosario3, una experiencia a la que consideró sumamente traumatizante a bordo de un taxi. Una conversación que el chofer mantuvo con otra persona durante el trayecto la atemorizó al punto que, en medio de la noche en Entre Ríos y 27 de Febrero descendió del auto y horas después, radicó una denuncia: ella sintió que el conductor hacía referencia a su persona mediante metáforas de comida.
Familiares del conductor se comunicaron con R3 y aseguraron que el diálogo que tuvo durante el viaje fue con su hijo y que, realmente, hablaron de comida. Incluso, enviaron los supuestos audios en los que se escuchan palabras que coinciden con el relato de la joven y otras soeces. La Justicia deberá resolver si su conducta tiene que ser investigada, pero más allá de esto, hay un trasfondo que se relaciona con la calidad con la que se presta un servicio público y un contexto social atravesado por la violencia de género.
La denunciante tomó un taxi matriculado cuyo funcionamiento está ordenado y presuntamente fiscalizado. Es deber del conductor mantener una conducta respetuosa con sus pasajeros, lo que no incluye hablar por celular, menos con un lenguaje que incluya groserías. Se espera que el chofer atienda a la conducción y en todo caso, que mantenga un trato formal con la persona o las personas a las que lleve hacia algún lugar.
Quien está al volante no sólo maneja un vehículo sino que tiene a su mando un volante. Se trata de una situación de poder por sobre el pasajero que en la parte trasera debe confiar en que será trasladado –trasladada en este caso–de forma segura y tranquila.
El contexto es otro punto. Las mujeres sufren cotidianamente experiencias intimidantes, sienten miedo en la calle cuando están solas y deben desplazarse de noche. Mucho más, las chicas jóvenes, expuestas a comentarios, gritos y también a abusos. Es por eso, que las que pueden pagarlo, acuden a tomarse un taxi que, generalmente, resulta un modo seguro de traslado.
La intimidación es una forma de violencia y puede tener matices, algunos más o menos sutiles, incluso pueden aparecer como no intencionados. La cuestión es, más allá de este caso particular, que se hace impostergable revisar los modos en que los varones tratan a las mujeres. Es vital que, de una vez por todas, desanden conductas que atemorizan y causan daño y es hora también, que la Justicia intervenga porque, de lo contrario, el dolor se perpetúa y quienes lo ejercen se sienten impunes.
Desde Rosario3 celebramos las voces de las mujeres que se atreven a contar aunque las acusen de imaginar de más. Prestémosles atención y démosles cauce. Siempre a la luz. Siempre.