El crecimiento de los discursos de odio está en el centro de los peligros de una regresión autoritaria en la que convergen problemas económicos, fragilidades de la política y transformaciones ideológicas que dejó el neoliberalismo. El libro “Discursos de odio. Una alarma para la vida democrática”, escrito por Ezequiel Ipar, Lucía Wegelin y Micaela Cuesta, pone el foco en la relación existente entre discursos y prácticas autoritarias, a cuarenta años de conquistada la democracia en Argentina.
Antes de que surgieran las redes sociales, se las presentaba como nuevos medios que servirían a las sociedades para comunicarse mejor; sin embargo, actualmente también son usados para vigilar, hostigar, amenazar, descalificar, denigrar e insultar a otros. Y no es un fenómeno exclusivo de Argentina, sino que se expandió por el mundo.
“Lo que se presentó en sus inicios como una promesa de democratización de la palabra y circulación igualitaria de los discursos y las posiciones, devino, luego de varios años de existencia, en un modo muy solapado de la editorialización de las noticias, en relación con los algoritmos, en la exclusión de determinadas voces, a partir de la multiplicación de formas agresivas (lo que denominamos «discursos de odio») que producen –a través del acoso y el hostigamiento– el silenciamiento de esas voces de la comunicación pública. Formas de polarización política que en lugar de alentar la discusión, el disenso o el diálogo controversial sobre ciertos tópicos, establecen bandos entre amigos y enemigos y alientan la incitación a eliminar al otro y legitiman formas de violencia social y política que creíamos que no íbamos a revivir”, dice en el comienzo de la entrevista con el programa “A la Vuelta” (Radio 2), Micaela Cuesta, una de las autoras del libro, doctora en Sociología e integrante del Laboratorio de estudios sobre democracia y autoritarismo de la Universidad de San Martín (Unsam).
Redes y circulación del odio
Si bien las redes sociales no son el único canal a través del cual circula el odio hacia el otro (que piensa algo distinto, que actúa no acorde a las expectativas colectivas, que tiene un bebé cuya apariencia no satisface a la mayoría, etc), son la principal vía por la que transitan y se viralizan los discursos violentos, con mayor crudeza y con menos restricciones, a causa de los escasos y débiles controles que las rigen. Por eso, los autores analizan de manera especial los mensajes que se viralizan por este medio.
...estos discursos normalizan las acciones violentas, corren la vara de lo decible en términos democráticos y vuelven posibles actitudes agresivas, discriminatorias y prejuiciosas.
Un punto a considerar es el amparo en el anonimato, que desresponsabiliza a quienes emiten estos discursos violentos de los efectos que tengan en sus destinatarios. “Hay una hipermediatización de los mensajes que hay que empezar a cuestionar porque producen efectos en la vida real de los sujetos y causan lesiones y daños a la autoestima, y padecimientos psíquicos varios, además de temor a que esas agresiones verbales pasen a agresiones físicas, tal como ha ocurrido en algunas ocasiones. Por eso, lo triste y sobre lo que hay que alertar es que estos discursos que circulan con tanta facilidad en las redes sociales lo que hacen es normalizar las acciones violentas, autorizarlas y legitimarlas, y corren la vara de lo decible en términos democráticos y vuelven posibles esas actitudes agresivas, discriminatorias y prejuiciosas”, señala la autora.
“También —agrega— está la inteligencia tecnológica puesta al servicio de producir esos efectos. Existen las «granjas de bots» que hacen un trabajo imposible para un humano, escalan la circulación de discursos absolutamente odiantes, y producen una inflación del sentido, de la presencia y de los efectos de estas discursividades, que no es tan evidente para quienes usan las redes sociales. Existe todavía una suerte de consumo ingenuo (cada vez menos, por suerte) y cierta fantasía de que las redes abren las puertas a un consumo no mediado por ningún interés económico de noticias. Sigue funcionando, aún, una ideología de la inmediatez, de la autenticidad y la pluralidad que, para quienes estudian el fenómeno está cada vez más sospechada”.
Puntos de inflexión hacia el autoritarismo
Desde el advenimiento de la democracia, en 1983, hubo al menos tres momentos que actuaron como puntos de inflexión hacia conductas y acciones se sesgo autoritario, se explica en el libro.
Uno fue global (de hecho, existió una crisis global de las democracias atravesadas por la crisis del modelo neoliberal). La democracia se vio entonces impotente ante el fracaso del neoliberalismo como un modo de producción de lo común que pudiera ofrecer iguales condiciones de vida a los sujetos.
Esa crisis que se registró en 2008 –y de la que dieron cuenta varios autores– se aceleró y se volvió radical durante la pandemia, en 2020, que también fue un fenómeno global, asociado a las modalidades intensivas del capitalismo. “El coronavirus -destaca Cuesta– no es un virus surgido de un repollo o de un laboratorio como quisieron imponer las teorías conspiranoicas; es el efecto de un modo de producción capitalista de relación con la naturaleza que obliga a conquistar cada vez más territorio, a desplazar a especies de sus hábitats naturales, poniéndolos en contacto con otras condiciones que pueden producir zoonosis (enfermedades que provienen de los animales, pero que están incitadas por la práctica humana)”.
Y agrega: “Esto no fue leído del todo así. La pandemia sirvió para invisibilizar esas causas reales de los malestares en la democracia y ofrecer un chivo expiatorio para explicar esos malestares. En su momento, fueron «los políticos» sin distinticón político-partidaria, y con ellos, las instituciones de la democracia. Aún cuando uno hace el esfuerzo para distinguir a los funcionarios y a los dirigentes de las instituciones, es cierto que esa diferenciación no siempre se hace. En consecuencia, muchas veces cae la credibilidad en las instituciones de la democracia con la caída de la legitimidad de los políticos y dirigentes. Ese fue el segundo momento de erosión y crisis de las instituciones de la democracia”.
Y el tercer punto de inflexión, según explican los autores, estaría dado por el atentado a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, cometido el 1 de septiembre de 2022. “No tanto el hecho en sí (aunque el hecho en sí es gravísimo) –enfatiza la autora– sino por las lecturas que se realizaron en relación con ese acontecimiento que en muchos casos, fueron de lamento porque el disparo no haya salido, de excepticismo en torno a la veracidad del hecho (muchos decían que era una escena simulada) y muchos otros, no condenaron con la contundencia que ameritaba un hecho de esa naturaleza”.
“En ese momento, se puso muy en evidencia que estábamos atravesando no sólo un período de crisis múltiple (económica, sanitaria, política, etc.) sino también una crisis del sentido democrático de nuestras prácticas y de nuestras instituciones. Y en esto, jugaron un rol protagónico ciertos medios de comunicación y también ciertos dirigentes políticos que vieron en la situación generada en torno al atentado, una oportunidad de consolidar su apuesta política. Estos dirigentes políticos –el caso de Patricia Bullrich, por ejemplo– asentaron su campaña en los discursos de odio y la pretensión de emilinar a un adversario, dicho públicamente en los mensajes preelectorales”.
Discursos de odio: ni el arquero del Seleccionado Sub17 se salvó
La catarata de mensajes de odio se desgranan sobre funcionarios y políticos, pero también sobre artistas, profesionales, deportistas (el arquero del seleccionado de fútbol Sub-17, Jeremías Florentín, cerró sus comentarios en su cuenta de la red social Instagram por los “haters” que lo atacaron después de la eliminación en semifinales con Alemania por penales, luego del empate por 3 a 3 en el Mundial de Indonesia),y recae además, sobre ciudadanos comunes.
En 2020, algo similar padeció la nadadora Delfina Pignatiello, quien fue acosada y hostigada en la misma red social y en octubre último, la actriz y cantante Paris Hilton tuvo que salir al cruce de los odiadores que criticaron a su bebé, en redes sociales, por su aspecto físico.
La investigadora señala que hay un sesgo de género muy claro y que las mujeres están mucho más expuestas que los varones a ser objeto de los discursos de odio. Eso está comprobado por varios estudios, entre ellos, el realizado pro el Laboratorio de estudios sobre democracia y autoritarismo.
Ante este malestar, insatisfacción e impotencia, la pregunta que emerge nos lleva a buscar alternativas para revertir este cuadro de situación, que no sea cerrar las redes, limitar los comentarios, cobrarlos, o aislarnos en una burbuja de incomunicación.
Moderar para evitar que el odio se siga multiplicando
“Esa es una pregunta que no se responde individualmente, ya que en forma individual es muy poco lo que puede hacer con las herramientas que permiten las redes. Uno puede denunciar un comentario a la red, cerrar la posibilidad de que te comenten y no mucho más. Es escaso el menú de interacciones. Entonces, la respuesta debería ser social, colectiva y política. Deberían poder discutirse públicamente con todos los afectados, cuáles son las normas que deberían regir nuestras conversaciones públicas, y debería haber formas de proteccion y de moderación de ese tipo de contenidos. Porque las hay, pero son muy escasas y endebles. Y las empresas son muy ineficientes en remover este tipo de contenidos”.
... esas salidas pasan por la regulación o moderación de la palabra que puede traducirse en algún tipo de legislación o pedagogía crítica del uso de las redes.
Además, hay un caudal y una viralización de la circulación de esa información que es inédita, ya que se genera una memoria de archivo muy difícil de deshacer. Por eso, sostiene Cuesta, “deberíamos poder discutir esto públicamente para encontrar, de manera colectiva, con mucha creatividad, voluntad y decisión, herramientas que nos permitan moderar. Que nos posibiliten ser no objetos de esto que sucede en las redes sociales, sino sujetos partícipes”.
Una primera medida podría ser no personalizar, porque es poco lo que puede hacer uno ante esa lógica. Es una lógica que excede la interacción uno a uno. Si bien se piensa en soledad o se vive de modo atomizado, existen otras salidas, que son colectivas y comunes que sí podrían contrarrestar los efectos nocivos de las redes sociales. Esas salidas pasan por la regulación o moderación de la palabra que puede no traducirse en leyes punitivas y duras, pero sí en algún tipo de legislación o pedagogía crítica del uso de las redes”.