Algún desprevenido pudo haber pensado, al despertar, que había vuelto la niebla que durante días cubrió la ciudad. Pero el aroma era inconfundible. El humo y el olor a carne asada invadieron este jueves desde bien temprano la zona del Monumento, mucho antes de que se hiciera el escueto acto oficial de las 8 de la mañana. Antes de que el gobernador y la intendenta izaran la bandera con caras serias y los ex combatientes esperaran que la banda terminase de tocar el himno para reclamarles la vuelta del desfile. Antes de que, a media mañana, comenzaran a llegar integrantes de agrupaciones gauchas y bailarines enfundados en ropas típicas. Definitivamente antes de que una multitud, aprovechando el sol del mediodía y la leve subida del termómetro, copara el parque a la Bandera para festejar un 20 de junio bastante extraño, con un presidente en un “acto oficial paralelo” cerrado al público, en un club ubicado a tres kilómetros de donde se izó por primera vez la enseña patria, y con una ex presidenta promocionando para el mismo día una convocante cita editorial en un coqueto salón.
“Cuanto más lejos estén los políticos, mejor”, resumió Andrea, quien se trasladó desde zona oeste para apoyar a uno de los asadores que debutaba en la competencia que ya se volvió un clásico de la jornada patria: el Torneo Regional de Asado a la Estaca. Más clásico que el desfile cívico-militar y la bandera más larga del mundo, que hasta hace algunos años eran el sello indiscutido del 20 de junio en Rosario.
Los asadores atraían a la gente no solo por los manjares que ponían al fuego, también funcionaban como estufas improvisadas. El termómetro matinal estuvo cerca de los cero grados en la ciudad, por lo que la gente llegaba con capas de ropa, camperas inflables, bufandas, gorros y guantes. No faltaron los que tomaron de excusa el frío para disfrutar, a precios populares, de algunos de los platos típicos que se vendían. El costillar, sin dudas, era la estrella. Pero bien cerca estaban las empanadas fritas, los pastelitos y tortas fritas.
Antonio estaba indignado. Nacido en Corrientes, pero con 26 años en la ciudad, se reconoció amante de las fechas patrias. Sonrió vestido como gaucho para la foto, junto a unos amigos con los que integra una asociación tradicionalista, pero cuando se le consultó por la celebración mostró su enojo: “Que no hagan desfile y fiesta como deberían es una falta de respeto al criollo. Es muy triste. Esta reunión de hoy está muy buena pero sentimos un vacío, los políticos han quedado muy lejos de la gente”.
Un rato más tarde, Antonio comenzó a bailar con su pareja al ritmo de la música que tocaban diferentes bandas en uno de los escenarios. No todos eran bailarines de agrupaciones, también se sumaba gente "de civil" que pasaba por el lugar e improvisaba movimientos al ritmo de la canción de turno.
Cerca de ahí, se sucedían una serie de puestitos, carpitas, mesitas y otros espacios de venta. Artesanos que ofrecían su trabajo se intercalaban con emprendedores de economía solidaria y también vendedores de todo tipo de alimentos y artefactos. "Es como la feria de las colectividades pero todo de Argentina", resumió una nena de unos 10 años. Algo de razón tenía.
María José y Carlos, escarapelas en pecho, recorrían los puestos de venta. “Qué lástima que ya no hay desfile, mi hermano es gendarme y siempre desfilaba”, lamentó ella. Él aclaró que habían venido “por amor a la bandera” y que no llegaron al acto de las 8 porque estaban trabajando “no como los políticos, que no trabajan nada y encima ni siquiera pueden armar un festejo digno”, refunfuñó. Otra chica, cerca de allí, coincidió: “Pensamos que había desfile pero no hay, nos enteramos al llegar, qué mal”.
De tanto en tanto, desde el escenario o los asadores salía el grito de “Viva la patria” y la respuesta llegaba en coro y con aplausos. En una mesa, en un altar improvisado, convivían la Virgen de Itatí con el Gauchito Gil, referencia para selfies, tanto como los asadores y sus estacas repletas de carne. Algunos, en reposera, se ubicaban cerca de los bailarines o las bandas.
En la esquina de una de las tantas mesas dispuestas en la predio, charlaba animadamente una familia de Villa Gobernador Gálvez. “Siempre veníamos al desfile”, recordó Eduardo, para quien “se perdió el respeto por la bandera y ahora a esta fiesta popular le falta un condimento”. A su lado, Gisela celebró que el presidente haya decidido alejarse del Monumento aunque lamentó “la ausencia de los ex combatientes, que son patriotas, mucho más que los políticos”. El resto del grupo no abrió la boca pero asintió con la cabeza. Mientras continuaban la ronda del mate, dejaron en claro que solo iban a comer algunas facturas porque pensaban probar más tarde las delicias tradicionales que se vendían en la zona. “Hasta la tardecita seguro nos quedamos, es un día especial, el día de la bandera se disfruta entero”, concluyeron.