Javier Milei salió a cuidarse. Podría decirse que más de sí mismo, de sus propios errores no forzados (los tuvo), que de lo que pudieran hacer los otros. Sergio Massa y Patricia Bullrich, en cambio, fueron por la remontada. Y lo hicieron con todo. Sobre todo la postulante de Juntos por el Cambio, que en varios momentos se plantó en el centro del ring. La mayoría de las piñas se las tiró a Massa, siempre asociándolo al kirchnerismo, su enemigo perfecto. Pero también hubo para Milei. Ambos respondieron con dureza y eso hizo que el segundo debate de candidatos presidenciales fuera bastante más picante que el primero, aunque otra vez el coucheo predominó sobre la espontaneidad.
Juan Schiaretti y Miriam Bregman también asistieron. Aunque esta vez quedaron de manera bien marcada en el rol de actores de reparto. Algo lógico frente al hecho de que se acerca la hora de la verdad –la elección– y la disputa real por el poder es entre los otros tres. La candidata de izquierda, que la semana anterior se diferenció del resto por su solidez, soltura y picardía, esta vez dio la nota por otra cosa: fue la única que no se solidarizó con las víctimas del mega ataque terrorista de Hamas en Israel, pues en su lectura del conflicto el problema de origen es que el Estado judío oprime al pueblo palestino.
Rosario en foco
El debate que se realizó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA) tuvo a Rosario en foco, y no justamente porque uno de los moderadores fue el periodista de El Tres Sergio Roulier. Es que la narcocriminalidad que padece la ciudad fue uno de los ejes de las intervenciones del primer bloque temático, el de seguridad.
“Voy a entrar a Rosario con toda la fuerza”, primereó Bullrich, que buscó mostrarse como una dama de hierro a la hora de plantear su plan de combate contra la inseguridad y dejó en claro su alineamiento con la mano dura al comentar que había llevado como invitado al policía Luis Chocobar. A Massa, en una réplica, le facturó que durante la actual gestión los homicidios en la ciudad crecieron el 70 por ciento.
También Massa puso a Rosario en el centro de su propuesta sobre el tema, cuando anunció su intención de crear una agencia federal de investigaciones, una especie de FBI argentino, con sede “en el edificio Central Córdoba”. La mención despertó de inmediato el ingenio local en Twitter: “FBI charrúa”, fue el chiste repetido. El ministro de Economía no lo explicó, pero hablaba de la ex estación ferroviaria y no del club de fútbol.
Bullrich auténtica
No fue novedad que Patricia Bullrich vertebrara su discurso a partir de una crítica feroz al kirchnerismo, pues esa –kirchnerismo– debe ser la palabra que más veces pronunció durante toda la campaña. Pero sí cambió, al menos en comparación con el debate de Santiago del Estero, la energía que desplegó y cómo se dispuso a aprovechar las oportunidades que le da un peronismo que no para de cargarle piedras a la mochila de Massa.
Avisó de entrada nomás, en la presentación, cuando prometió “terminar con los Insaurraldes”. Pero no solo eso: dijo que Massa es “uno más de estas mafias” y acusó a MIlei de haberse asociado con ellas.
Con su tono mandón, con sus dificultades habituales para la expresión oral, apegada en muchos momentos a la lectura del guión que tenía escrito (el minuto de cierre fue todo leído), con chicanas más que con argumentos de fondo, la ex ministra de Seguridad mantuvo esa línea en todo el debate y consiguió un objetivo: la centralidad que no tuvo en el primero.
La estrategia fue no darles respiro ni a Massa ni a Milei.
A Massa le pasó la boleta por el aumento de la inflación y la pobreza durante su gestión económica, a la que también vinculó a la corrupción con un neologismo que dio en el blanco: “Tongolini”, dijo un par de veces en referencia a Matías Tombolini, titular de la Secretaría de Comercio, el área que aprueba por goteo los permisos de importación. El golpe más duro se lo tiró en el final, en las preguntas cruzadas, y fue casi en resumen no solo de su prédica contra el kirchnerismo sino también de los modos que utilizó en todo el debate. Habló de los bolsos de López, el yate de Insaurralde y lanzó el interrogante fuerte y claro: “¿Cuándo van a dejar de afanar?”.
A Milei, si bien le cuestionó aspectos de su plan económico –por ejemplo al mencionar que la dolarización solo cierra con salarios bajísimos– y su autoritarismo –"le decís mogólico al que piensa distinto”–, lo que lo golpeó fue cuando Bullrich volvió a recordar su alianza con Luis Barrionuevo y lo acusó: “Tenés a todos los chorros en tus listas”.
Milei, que hasta ese momento parecía en condiciones de despejar los ataques rivales, esta vez trastabilló: en lugar de negarlo, le respondió que también en Juntos por el Cambio “hay gente que viene de otro lado” y contraatacó con el argumento de que así como Bullrich pudo “lavar” su pasado de “montonera asesina”, el sindicalista gastronómico también pudo haber cambiado. Algo así como decir: más corrupta serás vos y Barrionuevo ya robó lo suficiente, así que capaz que deja de hacerlo no por dos años sino por cuatro.
Todos contra Massa
Era claro que Massa, que además de candidato es la única cara visible que le queda al oficialismo ante la virtual desaparición de la escena pública del presidente Alberto Fernández y la vice Cristina Kirchner, iba a ser el blanco preferido del debate.
No solo Patricia Bullrich le disparó dardos envenenados. También Milei le apuntó varias veces –llegó a decirle que tenía “adicción al estatismo”–. Pero acaso lo que más sorprendió al ministro de Economía fue que Juan Schiaretti, que se mostró mucho más combativo que la semana anterior, lo cuestionó casi con la misma dureza que la candidata de Juntos por el Cambio. Córdoba es una provincia claramente antikirchnerista y se sabe que ese es el único voto que realmente busca el mandatario mediterráneo.
Massa no se privó de responder, sobre todo a Bullrich. Por caso, cuando la candidata de Juntos por el Cambio le habló de Insaurralde, él le contestó con Gerardo Milman, el diputado que acusado por el kirchnerismo de haber dado sostén político al intento de asesinato de Cristina Kirchner y que hasta el momento no demostró demasiada voluntad de colaborar con el esclarecimiento del hecho.
Pero su estrategia fue mostrarse propositivo. Así, en su menú hubo anuncios concretos –el FBI argento fue uno de ellos–, un nuevo llamado a un gobierno de unidad nacional y apelaciones a cuestiones que en el debate anterior solo estuvieron en boca de la candidata de la izquierda, como la brecha salarial entre hombres y mujeres, y la problemática ambiental.
El voto de las mujeres, de hecho, es el que más le cuesta a Milei y Massa buscó sacar tajada. Tanto que uno de los momentos salientes del postulante de Unión por la Patria fue cuando el libertario quiso ridiculizar a Miriam Bregman, que se había quedado sin derecho a réplica, al señalar en tono socarrón que “si los socialistas supieran de economía no serían socialistas”.
“Javier hasta acá llegaste, dejá de faltarle el respeto a las mujeres. Muestra tu rasgo autoritario”, lo desafió Massa. Algo que Bullrich no dejó pasar: “Massa, no necesitamos que nos defiendas; nos defendemos solas”, le dijo más tarde.
El ministro de Economía, con probada habilidad en este tipo de instancias, salió también a buscar voto útil, por ejemplo cuando le recordó a Bregman que la izquierda votó decenas de proyectos del gobierno en el Congreso y que difícilmente haría lo mismo con iniciativas de Bullrich o Milei.
Milei, el enojado
La estrategia bilardista de Milei se mantuvo durante el segundo debate. Por momentos parecía un jugador que, como su equipo está arriba en el marcador, solo hace tiempo. Otra vez evitó hablar de dolarización, dio vuelta cosas que él mismo dijo –por ejemplo que proponía liberar el mercado de armas–, recurrió a tecnicismos que corrían los ejes de discusión, y en el final dejó en claro que su fortaleza real no está en lo que pueda proponer sino en lo que consigue representar: el enojo de una parte importante de la población con la dirigencia política.
Así, en su intervención de cierre, acusó a “la casta” de tomarle el pelo a la población e inscribió los propios debates dentro de una especie de plan maligno, al calificarlo, con furcio incluido, como una “pantomina (sic) irritante” porque se trata de una instancia en la que “los políticos se citan citan para decir cómo van a solucionar los problemas que ellos mismos han causado”.
Antes, culpó de la inseguridad al ex juez de la Corte Raúl Zaffaroni, dijo que Massa se reunió con Carlos Melconian para negociar “que siga la corrupción con los derechos de importación” y anticipó que impulsará una flexibilización (“modernización”, dijo) laboral.
El tópico más complicado para él era el que votó el público: Desarrollo humano, vivienda y protección del ambiente. En su exposición no dijo ni una palabra vinculada a la vivienda o al medioambiente.
Pero en la tanda de preguntas Schiaretti le pidió que respondiera si en caso de ser presidente va a mantener la adhesión de Argentina a la Agenda 2030, un plan de desarrollo sostenible acordado por los países miembros de la Organizaciones de las Naciones Unidas. “No vamos a adherir a la agenda 2030, no adherimos al marxismo cultural”, sostuvo el hombre que niega el cambio climático.
El voto útil
Una pregunta habitual frente a los debates es si realmente lo que pasa en esas dos horas puede impulsar que una parte significativa de los millones de televidentes que lo siguen en vivo o lo que luego ven los recortes en redes sociales cambien su voto.
Los especialistas dicen que no. Sin embargo, luego de lo ajustados que fueron los resultados de las Paso, con menos de tres puntos entre la fuerza que salió primera y la que quedó tercera, con que solo influya un poco ya puede tener un efecto concreto.
Esta vez, a diferencia de lo que pasó en Santiago del Estero, el protagonismo del debate lo monopolizaron los candidatos con chances más fuertes de llegar a la Presidencia. Los otros dos, Bregman y Schiaretti, incluso tuvieron que afrontar que en nombre del voto útil los otros tres intentaran pescar en sus peceras.
Con la candidata de la izquierda lo hizo Massa, pues ni a Bullrich ni a Milei se le ocurriría que puedan captar ni una voluntad de ese electorado. Pero los tres lo hicieron con Schiaretti.
Bullrich le preguntó sí creía que la dolarización iba a favorecer a Córdoba. Contestó que no. Milei le dijo que él es el único que propone reducir a cero las retenciones al agro, algo que el gobernador mediterráneo pide y propone. Massa lo trató de “querido Juan” y puso sobre la mesa que él le había planteado al presidente de la AFA, Chiqui Tapia, que el estadio Kempes era una sede posible para el único partido del Mundial 2030 que se jugará en Córdoba.
En la primera fila del público, cuando se enfocaba a los moderadores del debate, se veía en medio de la pareja de conductores la cara de Maximiliano Pullaro, gobernador electo de Santa Fe.
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