Gustavo, productor agropecuario de Las Rosas, no podía creer lo que estaba viendo. Un silo bolsa que alojaba parte de su producción (con los mejores granos de soja que pensaba reutilizar en la próxima siembra) había sido vandalizado por ladrones. Ingresaron de noche a su campo y según supieron después entre 4 y 5 jóvenes con baldes de 20 litros llenaron el camión a mano con una carga que podría costar entre 2 y 3 millones de pesos.
Al día siguiente no durmió. Al otro tal vez un poco. Entre el enojo y la impotencia intenta buscar respuestas: que camino se camina cuando están todos empantanados.
Gran parte de la población argentina mira de reojo y desconfía de casi todo. El enojo como herramienta de la política. Sabiendo que lo que viene tal vez no sea mejor a estos días de tormentas e incertidumbre.
Los liderazgos en la conducción política se han desdibujado frente a una realidad circular obscena: pobreza, indigencia y falta de reglas claras que organicen a una población en crisis. El Estado y su sistema han fracasado y hoy no arregla ni soluciona ningún problema. Los parches de un Estado que tiene solo como misión que las llamas no lleguen a los tanques de combustible. Si el resto arde, se verá mañana.
En la próxima semana se conocerán los candidatos a presidentes. ¿Larreta, Bullrich, Massa, Scioli, Milei? Tal vez irrumpa alguna sorpresa, pero los nombres intentarán ofrecer algo que el enojo ha motorizado: certeza, reglas claras para intentar pelear por lo básico, el ansiado bienestar argentino.
Estamos en un momento donde el “no sabe/no contesta” es utilizado para casi todo. En el limbo argentino se actúa como si fuese un día solo en la playa. Llevamos reposeras, heladerita, sombrilla y paletas en un lugar donde hay mar y playa, pero también viento, nubes, tormenta y frío que atentan contra ese bienestar playero. Estamos en la playa si, simulando disfrutarla, autoconvenciéndonos que es mejor a estar en el trabajo. Ni el churrero, ni el vendedor de choclos alteran el negocio del limbo: se simula que es un hermoso día de sol en medio del arenal que condimenta los mates de la tarde.
El enojo, la bronca, las ganas de pelear lo puso sobre la mesa Javier Milei. Un eficaz invento que irrumpe sobre el bipartidismo del tiempo de la grieta. A los gritos contra Keynes, los zurdos y la casta que hace 40 años gobierna un país incluso sin ganar las elecciones.
Y el enojo como herramienta de pesca de votos prendió entre los asesores de comunicación de candidatos de todos los partidos. Empatizar con la bronca de la población como estrategia para sumar adeptos. Muchos le copian a Milei eso de mirar enojados al fotógrafo para que en sus afiches no haya sonrisas. ¿Es genuino u otro paso de la comedia electoral?
El observatorio de la pobreza de la Universidad Católica Argentina presentó en la feria del libro en Buenos Aires un informe demoledor sobre el tiempo injusto post covid. “El sistema no funciona; estamos al borde de iniciar un cambio profundo en Argentina”, dijo Agustín Salvia, titular del Observador de la Deuda Social Argentina.
El cambio de sistema se asume como un crack. No alcanza con elegir a representantes del Estado cada dos años. El espíritu de la democracia representativa deberá encontrar consensos y empatías a diario. Comprar los votos de los sectores excluidos previo a una elección y darles a cambio respuestas a la urgencia no alcanzará para cambiar los efectos de la incertidumbre.
“Hay procesos que se saturan, no solamente en términos económicos, sociales, por aumento de la pobreza, por las clases medias que caen en la pobreza, sino también porque la política no responde a esas demandas sociales, porque se aleja cada vez más el sistema político y el discurso político de las necesidades de la gente. Creo que discutir hoy la sociedad argentina es discutir justamente de ese cambio futuro, de ese cambio político, económico y social posible. Necesario, diría, que se viene en un contexto de una crisis estructural de un ciclo largo de la historia argentina que no da para más”, dijo Agustín Salvia.
El enojo como herramienta de la pesca de votos no alcanzará para construir empatía con quienes sufren las consecuencias de la decepción. No hay recetas ganadoras para la batalla que vendrá. Lo que es casi seguro que será imposible salir del pozo de la crisis sin consenso. El proyecto que gane las elecciones presidenciales necesitara convencer a la mayoría del camino que, por más embarrado que sea, deberemos transitar.
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