No hace falta hurgar demasiado en las publicaciones de prensa de los medios de nuestro país y del resto del mundo para encontrar noticias que den cuenta de los estragos que está provocando el calentamiento del sistema climático en nuestro planeta: todos los días hay publicaciones que hablan del descongelamiento de los hielos, del crecimiento y caldeamiento de los mares, de inundaciones intempestivas o prolongadas sequías, de la mayor propagación de enfermedades como dengue (que se expanden más cómodamente en climas más tropicales) o de incendios monumentales que aprovechan la falta de lluvias para seguir creciendo.

Esta es una realidad palpable. Pero lo más preocupante no es sólo que muchos de los cambios observados en la Tierra en los últimos 70 años no han tenido precedentes en un periodo de decenios a milenios, sino que lejos de tender a disminuir, se siguen agravando. Y los pronósticos no son muy alentadores, por lo que tanto la naturaleza como la civilización humana no tenemos tiempo para adaptarnos a la “nueva normalidad”.

Primera pregunta clave: ¿por qué está subiendo tanto la temperatura de nuestro planeta? Básicamente, porque las actividades humanas han intensificado peligrosamente el efecto invernadero. Este es un fenómeno natural clave para nuestra subsistencia: son gases que componen la atmósfera y que retienen parte de la energía solar reflejada por el suelo, absorbiéndola y transformándola en un aumento de la temperatura, sin el cual en la superficie de la Tierra la temperatura media sería de 18° bajo cero. Pero por culpa de las emisiones descontroladas de gases como el dióxido de carbono (CO2), nos estamos acercando peligrosamente al lado contrario.

Segunda pregunta clave: ¿somos conscientes de lo que está sucediendo y como civilización, estamos haciendo algo para mejorarlo? Las respuestas no son muy tranquilizadoras. Para el brasileño Sergio Margulis, uno de los principales expertos en economía ambiental de América Latina, quien desde hace años trabaja en el Instituto para Sostenibilidad en Río de Janeiro, el fenómeno no se puede negar y los gobiernos de Latinoamérica están haciendo poco al respecto.

“Lo que podemos decir es lo que los modelos científicos climáticos nos dicen: desde hace tiempo, esas predicciones nos indican que el clima global está cambiando rápidamente y ya no hay duda sobre esto. Los negacionistas ya casi no existen, porque las cosas son obvias. Ahora, existe una distancia entre nosotros, que vemos el problema aconteciendo en todo el planeta, y que los gobiernos puedan tener un compromiso mucho más fuerte y definitivo en relación a esto. No sé si es un problema de falta de consciencia: tal vez se necesita esa consciencia con acción concreta de los países”, dijo en Punto Medio, por Radio 2.

Una agenda que deja a un costado lo ambiental

“Tomemos Argentina como ejemplo”, propone Margulis. “Vive una crisis económica muy seria, de la que le es difícil salir, debe hacer arreglos fiscales, de empleo, de tasa de cambio, de todo. En Brasil es igual: aunque empezamos a estar un poco mejor en términos de gobierno, también hay mucha pobreza, injusticia, desigualdad social. Entonces en América Latina los gobiernos tienen una agenda política, social, económica enorme, que va por otro lado”, añadió.

“Con la situación así, los gobernantes piensan: ‘Si nosotros vamos a estar sólo por cuatro años en este gobierno, y esta cuestión climática se va a quedar por doscientos años, ¿qué voy a priorizar? Voy a tratar de mejorar la desigualdad, la injusticia social, la falta de alimentos, que parecen ser más urgentes’. Hay una perspectiva equivocada de que esta es una cuestión de largo plazo. Los gobiernos entienden el problema, hablan muy bonito en los encuentros mundiales, pero siguen sin hacer nada. Y estamos muy lejos de ir hacia un cambio de producción sin emisiones”.

Mientras tanto, el sector agropecuario y los recursos hídricos son los más impactados directamente por esta modificación de la temperatura planetaria, expresada en largas épocas de sequía o en lluvias descontroladas. Para Margulis, “hay que acostumbrarse a lo que llamamos la 'nueva normalidad'. Lo que parece un absurdo, como tener 30º en pleno invierno en Rosario, forma parte de eso. Son locuras que pasarán a ser normales. Y los sectores agropecuarios de nuestros países van a sufrir consecuencias: no digo que estará en peligro la producción de alimentos, pero sí que habrá pérdida de esa producción y cambios en los momentos en que se genere esa producción, entre otros”.

Un llamado a la acción

Para Margulis, somos los ciudadanos los que tenemos que llamar a la acción a los gobernantes para que la agenda climática pase a los primeros planos. “Si pensamos que con nuestro comportamiento individual no hacemos ninguna diferencia, ¿por qué cambiaríamos de hábitos? ¿Por qué dejaría de usar mi auto, hacer viajes en avión o comer carne? Así no se va a cambiar lo necesario. Es una vía de dos manos: los gobiernos deben hacer su parte, porque no se trata sólo de lograr cambios individuales o en familia; pero los gobiernos tampoco pueden lograr nada sin el aporte individual o familiar”.

“Es una cuestión política: nosotros, los ciudadanos que tenemos consciencia, tenemos que lograr un grado de compromiso mucho más fuerte de parte nuestros políticos, porque estamos muy lejos hoy de pasarles a nuestros hijos y nietos un planeta mínimamente igual al que recibimos de nuestros antepasados”, agregó.

Mientras tanto, habrá que levantar la guardia para lo que vendrá: “Ahora no veo un escenario optimista: tenemos que estar preparados tanto para sequías intensas y largas olas de calor, y simultáneamente para tormentas muy violentas, con fuerzas nunca antes vistas. En Brasil ya está pasando: tuvimos la sequía en San Pablo en 2014, cuando la ciudad casi colapsó hasta que una lluvia la salvó, y en estos dos últimos años sufrimos inundaciones con muerte de gente de sectores vulnerables. Seguro que el escenario no es promisorio, ni en verano ni en invierno”.