La renuncia del ministro de Economía Martín Guzmán tiene una teatralidad que no puede ser casualidad. La dio a conocer en el mismo momento que la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, aprovechaba el homenaje a Juan Domingo Perón para renovar sus cuestionamientos a la política económica en particular y a la marcha del gobierno en general.
Guzmán es la última pieza en caer de una saga que se inició en el temprano 2020 con la salida de María Eugenia Bielsa a poco de la famosa frase sobre “los funcionarios que no funcionan”. Cristina Fernández fue implacable en todo este tiempo: tarde o temprano tumbó a los funcionarios sobre los que puso la mira. Se entienden sus cuestionamientos, pueden compartirse o no; lo que no termina de visualizarse es dónde está la ganancia de desmoronar golpe a golpe al gobierno y vaciar de poder al presidente.
Guzmán era el ministro clave de Alberto Fernández. Era la última llave para gobernar después de las salidas de Santiago Cafiero de la Jefatura de Gabinete y Matías Kulfas de Producción. De los hilos neurálgicos del gobierno nacional, el presidente sólo conserva a Agustín Rossi en la Agencia Federal de Inteligencia y a Miguel Pesce en el Banco Central. Claudio Moroni, un albertista puro, por ahora resiste en las trincheras del Ministerio de Trabajo.
Por los términos de la carta de renuncia, cabe concluir que Guzmán es el que definió cuándo irse y no el presidente, al que no le quedó más remedio que aceptarla. Lo habitual es que los presidentes definan los alejamientos y recambios en función de sus tiempos. Hasta estos aspectos se le están yendo de la mano al presidente.
Guzmán se fue doblegado por el poder del cristinismo para obstaculizar y condicionar desde las segundas y terceras líneas del gobierno. Y desde la tribuna, por supuesto. La vicepresidenta fue muy dura con el rumbo económico, en especial a partir de la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Repasemos lo escrito en el panorama dominical del pasado 10 de abril. “El presidente resiste la ofensiva mientras puede. Sabe que Cristina no sólo no se irá del gobierno sino que pretende conquistar mayor poder en el gabinete nacional. Cuatro de sus ministros, los más cercanos a él, están en la mira del cristinismo: Guzmán de Economía, Kulfas de Producción, Moroni de Trabajo y el canciller Cafiero”.
“A Guzmán, además de no perdonarle el acuerdo con el FMI, le endilgan que no conoce los intereses de la Argentina. Cristina lo dijo elípticamente hace 10 días cuando contó (rememorando un fragmento del libro “Diario de una temporada en el quinto piso” que le mandó de regalo al presidente) que el gobierno de Alfonsín envió a José Luis Machinea al Banco Mundial a pedir un crédito para privatizar el polo siderúrgico y petroquímico y que el presidente de la entidad le dijo que no podrían dárselo porque Estados Unidos se opondría porque afectaba sus intereses, en el sentido de que si Argentina se volvía más eficiente en esos sectores, sería una competencia para ellos.
Esa anécdota la contó en el acto del 2 de abril, horas después del viaje de Guzmán a Houston a donde fue a ofrecer Vaca Muerta. La versión que Cristina recibió es que los petroleros y potenciales inversores estadounidenses le dieron a Guzmán una respuesta parecida a la que hace 30 años recibió Machinea. “Estados Unidos está defendiendo sus intereses, ojalá todos acá tuviéramos esa actitud”, facturó Cristina.
Guzmán resistió hasta donde pudo. Evidentemente se cansó de las internas y las dificultades para implementar medidas y políticas. Son notorios sus conflictos con el área de Energía (comandada por gente que responde a la vicepresidenta), ya sea para reducir subsidios, aumentar tarifas o segmentarlas.
Este fue el último conflicto: las demoras en la implementación del formulario para que los usuarios puedan mantener los subsidios actuales. El cristinismo le hizo el vacío porque cree que es una medida muy difícil de implementar, que generará problemas y quejas y que no resolverá el problema de déficit que se busca subsanar.
El ministro se va acorralado también por la coyuntura. Buenos índices de recuperación económica postpandemia y relativamente buenos en materia laboral. Pero en Argentina la inflación se come el bolsillo y le quita brillo a cualquier otro logro de gestión. Los mercados financieros también lo pusieron entre las cuerdas por estos días. El presidente habló de un intento de golpe de mercado, pero nadie de los propios lo siguió en esa teoría. Para Guzmán era el síntoma que le indicaba que tenía que irse, por algo que venía repitiendo en los últimos tiempos. La economía y las finanzas no pueden resultar en medio de tanto desacuerdo y peleas políticas.
Sobre el final de la carta de renuncia dirigida al presidente lo expone: “…será primordial que trabaje en un acuerdo político dentro de la coalición gobernante para que quien me reemplace… cuente con el manejo centralizado de los instrumentos de política macroeconómica necesarios… Eso ayudará a que quien me suceda pueda llevar adelante las gestiones conducentes al progreso económico y social con el apoyo político que es necesario para que aquellas sean efectivas”.
Guzmán expone en su carta lo que a su entender son los logros. El acuerdo con los acreedores privados, el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional sin ajuste, la gestión económica durante la pandemia, la recuperación económica de 2021, el salto exportador de 63 a 81 mil millones de dólares el año pasado.
Pero el deterioro de la distribución del ingreso y la imposibilidad de acumular reservas a pesar del crecimiento de las exportaciones –dos temas muy señalados por la vicepresidenta– oradaron el plan de “normalización del funcionamiento de la economía argentina, que por tanto tiempo ha estado caracterizada por patrones que generan incertidumbre y angustias en la vida de millones de compatriotas”, como dice en la carta.
El reordenamiento del poder
Ahora la pregunta es qué viene. No en el Ministerio de Economía sino en el gobierno. Lo esencial de esta hora es lo político, el reordenamiento del poder dentro del Frente de Todos. Si no será más de lo mismo. La definición del futuro ministro de Economía, y tal vez una reorganización del gabinete nacional, serán el reflejo de cómo se salden las diferencias y se definan los roles que desempeñarán Sergio Massa y Cristina Fernández como fundadores y accionistas del Frente de Todos.
El gobierno que venga tiene un año para las elecciones y un año y medio de gestión. Al dominó albertista ya casi no le quedan piezas. El futuro del gobierno y del Frente de Todos está en manos de Sergio Massa y Cristina Fernández.
En ellos está sostener lo que hay, salvo que la salida del ministro de Economía haya iniciado la cuenta regresiva a una crisis con derivaciones institucionales más profundas que deposite la centralidad en la vicepresidenta. El drama de estos días es que no parece ser un escenario que el presidente tenga bajo control.
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