En el concierto europeo hay consenso sobre la necesidad de mantener la ayuda militar a Ucrania. Está claro para los 27 países miembros de la Unión Europea que Rusia no puede ganar esta guerra. Pero el panorama no es bueno: círculos de defensa evalúan que la resistencia militar ucraniana podría desvanecerse antes de mediados de 2024. Si esto ocurre, aumentan las posibilidades de que el gobierno de Vladimir Putin planifique un ataque a algún país aliado de la OTAN. Europa parece haberse percatado de su propia fragilidad.

Desde la invasión a Ucrania se teme que el Kremlin ponga a prueba el artículo 5 que garantiza la seguridad común del continente y considera que un ataque a un miembro de la Alianza Atlántica es un ataque contra todos, por lo cual los recursos del organismo se pueden utilizar para proteger a la nación miembro agredida. Con la incorporación de dos importantes nuevos miembros que rompieron su neutralidad histórica, Suecia y Finlandia, ahora el cerco occidental se encuentra ampliado a 32 países

En tanto, el presidente ruso, elegido por quinta vez, gobernará hasta 2030. Esto le otorga la estabilidad deseada a su país para continuar con la economía de guerra que comenzó a implementar luego de las sanciones económicas de Occidente. En el discurso tras su triunfo advirtió que si la OTAN pone un pie en Ucrania "nos colocará a un paso de una Tercera Guerra Mundial a gran escala”. Fue luego de que el mandatario francés insinuara esa posibilidad. 

Alertados por Emmanuel Macron, los países europeos comenzaron estas últimas semanas a expresar intranquilidad. El primer ministro de Polonia, Donald Tusk, advierte que no se ha vivido una situación así desde 1945 y el mundo se encuentra “en una época de preguerra” en la que Europa debe prepararse para defenderse. En tanto, el español Pedro Sanchez pide no alarmar a la población con estos mensajes: “No se puede hablar alegremente de terceras guerras mundiales ni trasladar mensajes que preocupan a la ciudadanía”.

También se ha expresado Josep Borrell, el jefe de la diplomacia europea, quien ha sugerido que el viejo continente debe acondicionarse “para un largo periodo de tensiones con Rusia, que puede tener la tentación de provocar política y militarmente a otros de sus vecinos”. Por su parte, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha encargado al expresidente finlandés Sauli Niinistö que redacte un informe sobre la organización, disposición y herramientas de defensa civil de los europeos. Finlandia comparte una frontera de 1340 kilómetros y “hay mucho que aprender de un pueblo que vive muy cerca de un vecino tan impredecible y agresivo”.

Estos hechos demuestran que se está resquebrajando el modelo de paz, bienestar y desarrollo consensuado luego de la cruel y devastadora Segunda Guerra Mundial. El rol de la OTAN será crucial. Su secretario general, Jens Stoltenberg, afirmó el deber de “estar preparados para lo imprevisto, y por eso debemos invertir en nuestra disuasión y defensa”. De una buena vez y, como se lo ha pedido Donald Trump cuando era presidente, Europa no podrá mirar más para el costado a la hora de hacerse cargo de su propia seguridad. Cada país deberá proponerse cumplir el compromiso de dedicar el 2 por ciento del PIB a Defensa.

Muchos consideran que Trump es un peón estratégico en el juego de Putin. Si el republicano vuelve al poder en 2025, el escenario se direccionará en beneficio directo del Kremlin afectando a su favor el curso de la guerra. Luego de una reunión con Trump en Florida a principios de marzo, el primer ministro de Hungría Viktor Orban expresó que el norteamericano no pondrá un peso y “por eso se acabará la guerra, dado que es obvio que Ucrania no puede mantenerse sola en pie. Si los estadounidenses no dan dinero ni armas (...) entonces la guerra se acabará”. 

A mediados de marzo, el vicepresidente del Consejo de Seguridad y ex presidente ruso, Dmitri Medvedev presentó la llamada “Fórmula de Paz rusa” en la cual prevé la anexión de todo el territorio ucraniano. Por ello, le exige a Ucrania varias condiciones: que admita su derrota en el conflicto y se rinda incondicionalmente pagando las compensaciones debidas, que acepte la pérdida de su personalidad jurídica mundial y que conforme un parlamento provisional. Además, le prohíbe unirse a alianzas militares sin el consentimiento de la Federación Rusa.

Esta fórmula de paz parece cada vez más tangible con el actual curso de los hechos, sumado al envión con el que podría contar el Kremlin si Trump llega a la presidencia. Será entonces cuando Putin se encuentre en posición de iniciar nuevas conquistas, reviviendo, como lo ha hecho en Ucrania, la narrativa imperialista que considera que Rusia está luchando por sus “fronteras históricas”. Un concepto que el presidente podría utilizar para justificar la agresión contra casi cualquiera de sus vecinos.

Los temores ante la amenaza de Moscú son mucho mayores en los países más cercanos geográficamente a Rusia y con una historia común. Tiene sentido: es probable que antes de que una gran guerra estalle en Europa, primero lo haga en el vecindario de los zares. Ante esto, ¿qué pueden hacer los 27? Cerrar el cerco lo máximo posible.

Especialistas consideran que el próximo foco de conflicto de Rusia podría darse con Moldavia por la región prorrusa de Transnistria, a la cual se ha sumado en las últimas semanas la región de Gagaúzia. Hay que tener en cuenta que Moldavia posee en el este la frontera con Ucrania. Esto la convierte en uno de los últimos territorios que frenarían un eventual avance del Kremlin hacia el centro de Europa. 

Otra barrera hacia Europa es Bielorrusia que limita con Polonia. Este país es gobernado por el único aliado incondicional que Rusia posee en la región: Alexander Lukashenko. El presidente gobierna con mano de hierro desde 1994 cuando se celebraron las primeras elecciones desde la disolución de la URSS. Putin lo considera parte del territorio de la “Gran Rusia” junto con Ucrania. Allí ha trasladado estas últimas semanas armas nucleares tácticas. De esta manera, estos peligrosos arsenales ahora se encuentran significativamente más cerca del territorio de la OTAN. 

En tanto, los países bálticos Estonia, Letonia y Lituania, ex integrantes de la URSS y actuales miembros de la OTAN y la Unión Europea, firmaron acuerdos para construir “instalaciones defensivas antimovilidad” entre Rusia y Bielorrusia. El objetivo es disuadir y bloquear cualquier agresión militar. También existe la preocupación de que el Kremlin utilice el enclave de Kaliningrado y el mar del Norte para intimidar a sus vecinos. Es este un territorio estratégico junto a la frontera entre Lituania y Polonia, anexionado por la URSS en 1945.

En tanto, hace poco Rusia anunció que desplegará tropas y armamentos pesados cerca de la frontera con la recientemente ingresada a la OTAN Finlandia. Este país, elegido por séptima vez consecutiva como el más felíz del mundo, pasó décadas tratando de no enfurecer a Moscú, hasta que apoyó a Ucrania en la contienda y se sumó a la Alianza Continental rompiendo dos siglos de neutralidad. Sus autoridades comentan que "desde la Segunda Guerra Mundial nos hemos estado preparando para un conflicto como éste". 

En una entrevista con la televisión rusa, Putin analizó la actitud de Finlandia y consideró erróneo su proceder. El mandatario afirma que Rusia había retirado todas las tropas de la frontera y que ya no había sistemas ofensivos, pero que ahora nuevamente los habrá. Y se explayó: “Creo que se beneficiaban más siendo neutrales, ya que es algo que les proporciona ciertas ventajas, al menos como plataforma negociadora para reducir las tensiones en la misma Europa”. 

En estas últimas semanas, también se han expresado diferentes analistas, como William Alberque, ex director del Centro de desarme, control de armas y no proliferación de la OTAN, quien considera que “si los europeos se toman en serio la cuestión de la Defensa, Rusia no atacará. Rusia ataca donde huele debilidad, no donde percibe fuerza”. Otros, suponen que al Kremlin le falta músculo para dar el golpe de gracia. Aunque bien se le podría agregar la palabra “aún”. 

Lo cierto es que, mientras los mandatarios europeos recuerdan escandalizados y con estupor el momento de la Segunda Guerra Mundial en que sus fábricas pasaron de producir automóviles o electrodomésticos a elaborar armamento, en Rusia hace ya un buen tiempo que lo están haciendo.