Se reconoce difícil de entrevistar, pero respetuoso y sincero. Esa misma sinceridad y crudeza que lleva a su obra y que imparte en sus talleres de escritura. Hace poco, Pablo Ramos lanzó El origen de la alegría, su última novela que retoma al personaje Gabriel Reyes que más que un alterego, señala como "un yo literario".
Y asegura además que es su mejor novela, dedicada a la memoria de su hermana muerta Verónica. "Escribir civiliza el dolor", señala el autor de El origen de la tristeza, libro al que reconoce de una época mucho más pura suya, como El juguete rabioso, de Roberto Arlt, que acababa de releer cuando charló con el Club de Lectura de Rosario3.
Para Ramos, con excepción de Domingo Sarmiento, Arlt es el mejor escritor argentino de todos los tiempos, el paralelo absoluto de Edgar Allan Poe y a quien siempre quiso abrazar.
–En El origen de la alegría vuelve a aparece Gabriel Reyes, ¿encontraste en él tu alter ego?
–Completamente voluntaria la tetralogía, no como la trilogía de (Mario) Levrero, que es involuntaria. Ésta es voluntaria en función a que mi literatura nace de la motivación de cosas que me pasan en la vida que no sé dónde poner. Entonces como no sé dónde poner, las cargo un poquito en la mochila y en un momento escribo un libro.
Nació con la promesa, cuando muere mi hermanita Verónica, yo prometo en un libro Amor, no Roma, mi amor, escribo un poema y le prometo que mi mejor novela va a tener la motivación de ella y de no dejarla morir del todo. Y eso lo vine mascando dos años, tuve intentos, pero sin embargo un poquito antes de que empiece la pandemia, me largué con todo, con El origen de la alegría, que no se llamaba así. El primer archivo se llamaba Desde esta noche tan oscura, que es la primera parte, la parte larga.
El origen de la alegría es un cuento, viene a ser el primer cuento que escribe Gabriel, el personaje se transforma en escritor.
Me largué a escribir desaforadamente y desorganizadamente textos que yo sabía que eran del mismo orbe, que compartían el mismo universo y compartían la negación, el dolor, la laceración de la pérdida y en un momento me lo puse a organizar y vi que había una novela.
En realidad siempre vi que había novela porque soy de cumplir esas promesas sagradas a los muertos y, bueno, dije que mi mejor novela iba a tener su nombre sobre mi nombre en el poema y está dedicada a ella. Y creo que es mi mejor novela.
–A la hora de escribir, ¿se puede escapar del dolor del recuerdo? ¿Cómo lo transitaste?
–No, escapar del dolor es absurdo. Yo lo transité de todas las maneras posibles que se transita un duelo: negación al principio, con recaídas de actitud personales, deprimiéndome, haciendo de cuenta que no había pasado, como aislándome. Después de la negación viene el enojo. Yo identifico esos procesos que (Jacques) Lacan habla. Estuve muy enojado con ella, con Dios –yo soy una persona católica–, dejé de la misa. Después del enojo viene la depresión: estuve tirado casi un año en un sillón y después viene la aceptación.
Y con la aceptación viene la conciencia de que lejos de quedarte en la oscuridad de haber perdido a alguien, entendés el privilegio de haberlo tenido. Esos procesos se pueden ver en la novela.
Y si una persona escribe, no digo un escritor, si una persona, cualquier persona como dice Santa Teresa, escribe un diario personal atraviesa estas etapas del duelo que pueden ser más . Porque está la vergüenza también a veces, la vergüenza ante la muerte. Mucha gente siente vergüenza ante la muerte de un ser querido según cómo es esa muerte, pero en mi caso fueron esas cuatro bien identificadas que estructuran esta novela.
Si uno escribe, como la escritura es un sistema, y uno corrige y vuelve a lo escrito y lo puede leer, no solo son palabras tiradas en un confesionario o llanto en el pecho de un amigo –que está bien también–, si uno escribe atraviesa eso de una manera muy sólida. Es más profunda la negación, es más profunda la depresión, y la ira también es más fuerte, pero a su vez cuando viene la aceptación, es más completa. Creo profundamente en que escribir civiliza el dolor en el sentido que lo convierte en una materia prima.
La civilización, por lo menos la que me dio mi cultura y de la cual no reniego que es occidental y cristiana, me da las herramientas con la palabra escrita de civilizar, de convertir, esto que diría (Jean Paul) Sartre, un escritor dinamita su vida y construye con los escombros de su biografía los ladrillos de su literatura: de agarrar un cacho de escombro de mi vida y perfilarlo y convertirlo en un ladrillo. Con un escombro difícilmente se pueda construir algo recto, algo sólido. La diferencia entre escombro y ladrillo se llama civilización.
–Hablando de cosas tan íntimas y tan fuertes...
–Mi literatura es íntima y fuerte, no puedo no ser autorreferencial, me pasa eso.
–¿Hay algo que te guardás?
–Absolutamente todo. Por eso mi literatura es buena, porque es pudorosa. Quien crea que está leyendo el detalle de mi vida privada no entendió nada de lo que es la literatura. Por eso la palabra alterego no funciona en lo más mínimo, es un yo literario. O sea la gente que piensa que yo escribo sobre mi vida, cuando lee (En cinco minutos levantate) María, ¿qué piensa? ¿que yo fui una mujer de 60 años?
Roberto Arlt dice a veces pienso que no sé si la gente es estúpida en serio, o se toma muy a pecho toda la burda comedia de sus noches sin sus días. Cuando en esta novela hay un perro que habla, ¿qué piensan?, ¿que yo encontré un perro que habla?
Entonces lo que me guardo es todo, pero lo cuento todo. Si yo contara los detalles particulares de mi vida privada, no tendría lectores.
–¿Cómo te gusta definirte entonces como escritor?
–Escritor y músico, el sustantivo alcanza. Soy un escritor sincero, frontal y que trabaja mucho el lenguaje, un trabajador. Lucho mucho con las novelas antes de ponerme a escribir y después las corrijo muchísimo, nunca menos de 10 versiones van a ver, de hecho bastantes más.
Y mi literatura también es muy física, se siente como en el cuerpo. Yo trato de que no sea una cosa de una comunicación de una mente a la otra, sino que imparte un poco en el cuerpo y a veces incomoda, por supuesto, pero no a nivel de la truculencia.
–Decías que sos muy trabajador del lenguaje, ¿cuándo y cómo empezaste a prestarle atención?
–En el psicoanalista. El psicoanalista trabaja en el lenguaje, no el psicólogo, el psicoanalista digo. Nueve años de psicoanálisis con un lacaniano a mí es lo mejor que me pudo pasar, me hizo entender las posibilidades y las potencias del lenguaje, me hizo entender la posibilidad del significado, de la resonancia, de cómo yo pongo una palabra en un personaje y resuena de otra manera.
Por ejemplo, imaginemos esto: vamos a usar a Rocío. “Rocío entró, estaba ensangrentada y me dijo que la había matado”. No a Soledad. Vamos a poner la muerte en la voz de un personaje para que resuene en nosotros. “«Rocío entró, estaba ensangrentada, la maté», me dijo”. Cambió por completo. La información es exactamente la misma, pero lo que resuena del significante en vos es completamente distinto. Yo digo que tiene como diez veces más potencia la segunda versión.
Entonces, empecé a entender cuando hablaba –recomiendo el segundo seminario de Lacan a todos los escritores–, la verdadera potencia que hoy entiende la física cuántica. Esta idea del Génesis que Dios dijo que haya luz hizo y fue luz. Si nosotros, cuando escribimos decimos algo y eso se hace. Imaginate, estamos reunidos acá por una historia que yo escribí –por otras también– esta relación de ahora es una relación de transferencia, por lo tanto esta entrevista es una de las formas del amor, indudablemente.
Porque es transferencia, respeto, amistad, sinceridad, tratar por más que sea difícil. Yo soy escritor difícil de entrevistar, me meto en lugares difíciles. Mi respeto es meterme igual en el lugar difícil, ese sería mi parte el respeto. Entonces en este momento, la palabra generó esto. Esto no existía antes: Pablo, Soledad, María en un costado también para mí. Es una realidad para mí, para ustedes no. Entonces yo descubrí esa potencia del lenguaje y dije, “bueno, es lo mejor que puedo hacer en la vida”. La música es lo mejor que uno puede hacer por uno, para mí.
–¿Qué estás leyendo en este momento?
–Estaba leyendo El juguete rabioso porque me encargaron un prólogo. Y después... no estoy leyendo nada nada, perdón por defraudarlas.
Puedo estar sin leer un montón de tiempo porque entiendan esto: tengo tres grupos (de talleristas). A veces escucho 25 cuentos en una semana. El juguete rabioso es lo último que leí.
–Me imagino que El juguete rabioso lo releíste...
–Lo releí, lo releí, la segunda lectura después de los 16 años.
–¿Y que encontraste en esa relectura?
–Bárbaro, como siempre: esos personajes tan fuertes, conmoverme con el primer Arlt que era un poquito más torpe que el Arlt en su prosa maravillosa de Los siete locos, o de Amor brujo. Imagínense que lo escribió a los 20 años. Pensé mucho en él, en esas ganas de abrazarlo que siempre tuve. Un muchacho de 20 años escribiendo en las sierras de Córdoba con su mujer muriendo de tuberculosis al lado, el paralelo absoluto de (Edgar Allan) Poe.
Silvio Astier, más allá de la dificultades de la prosa, se anticipa a Holden (Caulfield) en el personaje de El guardián entre el centeno (de J. D. Salinger) y encima tiene 14 años. Se anticipa a Salinger como 20 años. La verdad que lo que más rescato es la construcción de esos tremendos personajes y ese diálogo final con el ingeniero (Arsenio) Vitri está el título de mi novela La ley de la ferocidad.
Sale de ahí de ahí. Esta idea tan romántica de Arlt de la malicia, es una malicia tan bondadosa que es como el terror de Poe, no asusta a nadie. La malicia de Roberto Arlt en los tiempos que corren no no perturba a nadie, pero conmueve.
Reencontrarme con personajes como El Rengo, con su idea de La vida puerca que fue el título que (Ricardo) Güiraldes le hizo cambiar... menos mal que se lo encontró a Güiraldes, ¿no? Y se le murió muy rápido, tuvo mucha mala suerte, imaginen que murió a los 42 años Roberto Arlt y dejó toda esa obra.
Solamente Los siete locos y los lanzallamas, alcanza para ponerlo a la altura del mejor escritor argentino de todos los tiempos, sin contar a (Domingo Faustino) Sarmiento. Hay gente que juega aparte, por la cantidad de libros, como demasiado. Pero aparte hay muchos escritos políticos. Pero si uno saca a Sarmiento no hay comparación con una obra tan pasional, tan desmedida.
Casi no lo dejan entrar en el grupo de Boedo y terminó siendo el referente el grupo de Boedo con un un libro. Yo entiendo cuando le costaba conseguir editor porque tenía una prosa muy explicativa, muy pretenciosa, pero por supuesto, si yo leyera El origen de la tristeza, mi primera novela encontraría todos los mismos defectos que puedo encontrar en una primera novela de Arlt y tampoco podría reescribirla porque perdería el candor que tiene. Era un escritor más puro cuando escribí El origen de la tristeza. Ahora tengo un nombre, me dan un adelanto. Un poco me aburguesé en mi vida para bien, pero creo que no en mi literatura. Pero eso le corresponde juzgarlo a ustedes, cualquier cosa me avisan.