En ese sentido explicaron que los mencionados hábitos son: realizar actividad física regular, llevar una dieta equilibrada y con bajo contenido de sodio, no fumar, reducir la ingesta de alcohol, mantener un peso saludable, identificar y tratar la presión arterial, mantener el colesterol en niveles aceptables y controlar la diabetes.
Ante un episodio, aseguran que reconocerlo tempranamente ayudará a mejorar el pronóstico, por lo que es recomendable prestar atención a síntomas como: imposibilidad de mover una parte del cuerpo, entumecimiento u hormigueo en las extremidades, dificultad para hablar, alteraciones en la visión, incoordinación o falta de equilibrio o dolor de cabeza intenso.
"En ese sentido, usamos la escala FAST, que evalúa los siguientes parámetros: simetría facial, la debilidad de un miembro superior y las dificultades para hablar. Si se percibe alguna anomalía en alguno de estos puntos, es recomendable llamar en forma urgente a los servicios de emergencia para ser trasladado rápidamente a un hospital", aseguró la doctora María Cristina Zurru, jefa del Área de Enfermedad Cerebrovascular del Hospital Italiano de Buenos Aires.
En tanto, frente a un episodio agudo, es una patología tiempo-dependiente: cuanto antes se evalúe al paciente y se inicie el tratamiento, mayores serán las posibilidades de que su evolución sea favorable y una vez que ya pasó el estadio agudo, se deben analizar sus causas para evitar un nuevo evento.
"Quienes presenten alguna discapacidad luego del ACV deberán asistir a algún programa de rehabilitación, ya sea ambulatorio o con internación, de acuerdo al nivel de sus secuelas", agregó la doctora Zurru.
Entre las principales precauciones que deben tenerse en cuenta en los días posteriores al evento se encuentra el estado nutricional ya que cerca del 50% de las personas que sufrieron un ACV experimenta dificultades para tragar y, si bien la mayoría logra recuperar la función de deglución luego de 7 días,
entre el 11 y el 13% continúa con esta condición luego de los 6
meses.
Los pacientes con enfermedades neurológicas agudas como el accidente cerebrovascular hemorrágico o isquémico, incrementan el riesgo de malnutrición por múltiples factores: el organismo aumenta sus requerimientos calóricos diarios que, asociados a una baja ingesta por trastorno deglutorio, imposibilidad muscular para llevar a cabo las actividades cotidianas o deterioro del estado de conciencia, crean un ambiente propicio para la malnutrición.
Sin embargo, más de un tercio de los pacientes con ACV puede estar malnutrido o deshidratado ya al ingresar en el hospital, debido a comorbilidades previas, condición que complica su evolución y empeora el pronóstico, causando trastornos musculares como la disfagia que, a su vez, aumenta el riesgo de infecciones respiratorias, poniendo en peligro la vida de la persona.
Los especialistas destacan la importancia de la pesquisa del trastorno deglutorio ya que la disfagia puede afectar la calidad de vida: sólo el 45% de los pacientes con disfagia se sienten cómodos con la alimentación y el 41% experimenta ansiedad o pánico al alimentarse.
"Para iniciar la rehabilitación, los pacientes deben estar adecuadamente nutridos. Si no se lleva adelante un plan nutricional adecuado, los individuos internados en terapia intensiva pueden perder hasta un kilo de masa muscular por día, debido a que necesitan proteínas para recuperarse y, al no
recibirlas desde la alimentación, deben tomarla de los músculos", consignó Zurru. Asimismo añadió: "En contrapartida, quienes tengan un buen estado nutricional, contarán con mayores posibilidades de realizar una rehabilitación funcional y volver al estado previo al ACV".
Una de las estrategias para combatir la malnutrición consiste en actuar para asegurarse que el estado nutricional sea el mejor posible, evaluando cómo se encontraba previamente el paciente, cómo está ahora y ajustando la alimentación según esta información.