Pasaron dos años de la invasión rusa en Ucrania y probablemente la guerra se encuentre en un punto que no complace a ninguno de sus jugadores. El desenlace se hace cada vez más incierto. Actualmente, alrededor del 18 por ciento del territorio ucraniano permanece bajo ocupación rusa. Esto incluye la península de Crimea, anexada en 2014, y gran parte de las regiones de Luhansk y Donetsk en el este.
La línea del frente se extiende a lo largo de casi mil kilómetros y no ha cambiado mucho en los últimos meses, salvo que las fuerzas rusas celebraron como una gran victoria el retiro ucraniano de Avdivka. Se trata de una ciudad estratégicamente ubicada y que puede abrir el camino para una invasión más profunda. El número total de soldados ucranianos y rusos muertos en la guerra es una incógnita. Si bien cada tanto alguna autoridad desliza cifras, nunca coinciden con los cálculos que suelen hacer terceros países u ONGs.
En perspectiva, quien tiene la ventaja en este momento es, sin dudas, Rusia. El presidente Vladimir Putin sigue tras sus objetivos, ganará las presidenciales de mediados de marzo sin oposición y seguirá en el poder al menos hasta 2030. Hasta ahora, apenas si las muertes sospechosas de los opositores Yevgeny Progozhin y Alexei Navalny, han tenido algún costo para su gobierno. Un gran logro de Putin ha sido contener los efectos de las sanciones internacionales; incluso las nuevas luego de la muerte en la cárcel de su mayor rival.
El mandatario ruso ha decidido orientar gran parte de su economía a la industria bélica y los resultados parecieran ser exitosos. El gasto militar y de seguridad representa hasta el 40 por ciento del presupuesto, lo que significa que Rusia ha regresado a los niveles de finales de la época de la Unión Soviética. Según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), el crecimiento de este año será del 2,6 por ciento, lo que significa que su economía crecerá más que el promedio de la Unión Europea. No obstante, los líderes occidentales sostienen que este modelo es insostenible a mediano plazo.
Más allá del conflicto, Rusia ha podido seguir vendiendo su petróleo y obteniendo piezas y componentes para su industria militar. El comercio con India, Turquía y China le ha dado un gran impulso, sumado a que cuenta como aliados principales a los autocráticos Bielorrusia, que le ha proporcionado territorio y espacio aéreo para acceder a Ucrania, e Irán, que ha colaborado con drones. Esta capacidad de producción rusa, es algo con lo que Ucrania no cuenta, ya que depende de terceros. Tampoco con la posibilidad de reclutar nuevos soldados, ya que la población rusa es tres veces mayor a la ucraniana.
En cuanto a Ucrania, se puso en debate cuánto tiempo más los aliados podrán apoyar al país de manera realista. Si bien le han enviado ayudas militares, financieras y humanitarias, éstas fueron lentas y en cantidades mucho menores a lo necesario. Los tanques, las defensas aéreas y la artillería de largo alcance han ayudado sustancialmente a Ucrania, pero no fueron ni son suficientes. A modo de ejemplo, la Unión Europea está en camino de entregar solo la mitad del millón de proyectiles de artillería que pretendía proporcionar a Kiev para finales de marzo de 2024.
A medida que pasa el tiempo se hace cada vez más complejo para los países aliados enviar ayuda. En febrero, la Unión Europea aprobó, con mucho esfuerzo, un paquete de 54 mil millones de dólares. La oposición más fuerte vino de Hungría, cuyo primer ministro, Victor Orban, rechaza abiertamente respaldar Ucrania. Algo similar ocurre en Estados Unidos, donde un nuevo paquete de 60 mil millones de dólares se encuentra estancado en el Congreso, atrapado en disputas políticas entre demócratas y republicanos. A esto se suma el riesgo de que el apoyo a Ucrania se termine si Donald Trump es reelecto presidente en noviembre de este año.
Hace unos días, en una reunión sobre Ucrania en París a la que asistieron más de 20 jefes de Estado y de Gobierno europeos, Macron declaró que no descarta el envío de tropas terrestres a Ucrania. Su discurso se centró en que hay que evitar la victoria rusa a cualquier costo: “Rusia no puede y no debe ganar esta guerra”. Sus declaraciones sorprendieron a todos. Los países europeos salieron a matizar sus dichos y aclararon que no está previsto movilizar tropas. Todos lo saben: el envío de tropas de combate a Ucrania equivale a entrar directamente en guerra contra Rusia.
La pregunta es qué busca realmente Macron con sus dichos. Quizá que Europa despierte de este letargo que, entre una y otra discusión sobre presupuestos, le evita mirar de frente la realidad: la guerra está en sus narices. Si bien la Otan amplió sus miembros con Finlandia y Suecia, el problema consiste en reformular y destinar más recursos a su seguridad. En su momento, el entonces presidente Trump se los había advertido e hicieron oídos sordos. Ahora, como candidato, reiteró que en caso de volver a la Casa Blanca no defenderá a aquellos países que incumplan sus objetivos de gasto en Defensa.
Quien retrucó fuertemente los dichos de Macron fue el propio Putin. En su discurso anual sobre el estado de la nación, el mandatario se jactó de las sofisticadas armas que posee su país: aviones hipersónicos y submarinos no tripulados. Agregó que las fuerzas nucleares estratégicas se encuentran en un estado de “plena preparación". No hay dudas: ya nadie puede especular con la guerra. Es Putin quien le pide a Europa que de una buena vez reaccione. El ruso afirmó: “Todo esto realmente amenaza con un conflicto con el uso de armas nucleares y la destrucción de la civilización. ¿No lo entienden?”. Pareciera que no.