En nuestras conversaciones cotidianas casi siempre aparece nombrado el corazón: “Te lo digo de corazón”… ”Hablemos de corazón a corazón”…”Tengo una corazonada”; también está la canción que aclara que “corazones partidos yo no los quiero, si te doy el mío te lo doy entero”, o la mayoría de nuestros tangos, que lo nombran y hasta lo ubican como la palabra final en el último acorde.
De paso, “acordar” es ponerse de acuerdo sentidamente y “recordar” es “hacer pasar otra vez por el corazón”. Es lo más dibujado por lejos y, hasta los deportistas lo presentan con sus manos para expresar sus logros. Es el saludo sentido de los artistas y personajes populares que lo ofrecen con un golpe en el pecho con su puño cerrado y la mano abierta después, desde allí para todos. Cuando este “gigante” se para culmina nuestro ciclo vital.
Más que preguntarnos qué hay detrás de esta insistencia, cabe preguntar qué hay adentro de este órgano tan misterioso; también por la riqueza de significados que atesora. Dentro del corazón hay algo grabado que él mismo lo repite cien mil veces por día, en cada latido. Resulta que cuando Dios se enojó con su Pueblo elegido porque no respetaban el Pacto de Amistad que tenían y no cumplían las leyes, decidió escribir su Ley, ya no en tablas de piedra, sino en el corazón de los humanos, para que todos se den por enterados.
Dar y recibir es la ley de la vida, escrita y grabada en el corazón. Con su impulso continuo hace circular la sangre y la distribuye por todo el cuerpo, hasta el último rinconcito, a través de sus diecinueve kilómetros de arterias, venas y capilares. Recibe y da, da y recibe y así garantiza que la vida continúe, se sostenga y se multiplique.
Por eso: hacer circular bienes, servicios, condiciones y posibilidades, como lo hace nuestro corazón, es la verdadera economía que puede sostener la vida del planeta entero. Otra vez, muy cerca, tenemos el dibujo de LA TIERRA SIN MAL.