El 27 de febrero de 2020, a menos de tres meses de asumir, el presidente Alberto Fernández estuvo en el Monumento a la Bandera por el aniversario de la creación de la enseña patria. A los gritos, prometió que el 20 de junio siguiente, Día de la Bandera, iba a volver al mismo lugar con “muchas respuestas del gobierno nacional al problema de la inseguridad”. Pero pasaron cosas.
La pandemia fue la excusa para no viajar ni ese año ni el siguiente. Podría haber venido en 2022; no lo hizo. Tampoco estuvo presente en este Día de la Bandera, el último de su mandato. El vacío del primer mandatario a la ceremonia institucional más importante que tiene la ciudad resume, de alguna manera, su gestión en general y la relación de la misma con Rosario en particular: las promesas, el entusiasmo del inicio, quedaron desvanecidas ante la contundencia de una realidad que todos los días duele un poco más.
La presencia o no del presidente suele marcar el peso institucional del acto del 20 de junio. Esta vez, como el año pasado, la ceremonia oficial se hizo bien temprano, con las autoridades rodeadas por un vallado de seguridad que las mantuvo muy lejos de la poquísima gente que se acercó al Monumento a esa hora. El desfile de los ex combatientes de Malvinas, en el final, fue el único vestigio de una fiesta que supo vincular ambas cosas y que tuvo su esplendor en la época de la bandera más larga del mundo, la del proyecto Alta en el Cielo.
Otro signo de los tiempos que corren, hoy lo político-institucional va por un lado y lo popular por otro, como si fueran dos líneas paralelas que no consiguen tocarse. De hecho, cuando los funcionarios y legisladores presentes se iban del lugar, tras participar de la promesa a la bandera que se hizo en el patio cívico, los rosarinos comenzaban a bajar en oleadas por calle Córdoba mientras desde la zona donde se realizaba el concurso de asadores a la estaca llegaban el humo de las parrillas y la música de chamamé.
Mientras duró el acto oficial, además de la enorme bandera que llevaron los ex combatientes y fue izada en el mástil mayor, hubo solo una enseña patria más que llamó la atención: la que llevaron familiares de víctimas del delito, que quedaron del lado de afuera del vallado y cantaron “justicia, justicia” cuando habló el gobernador Omar Perotti.
Es que más allá de presencias y ausencias es inevitable que cada 20 de junio, en esa escena pública que monta la política, aparezcan las tensiones del momento y se pongan en diálogo con un hecho histórico que es constitutivo de la argentinidad y de la rosarinidad. A la vez, ese acontecimiento fundacional tiene un protagonista con el que las dirigencias quisieran verse espejadas: Manuel Belgrano.
Lo sagrado, sangrado
De hecho, el prócer estuvo en boca de los tres oradores políticos que tuvo el acto. "Belgrano nos enseñó a amar la bandera que hoy está rasgada por la mafia que mata gente buena", dijo Javkin. Que tuvo un furcio, un lapsus, que describe la realidad mejor que lo que había escrito para su discurso: “No podemos permitir que los padres de los chicos ni los docentes tengan miedo de que una decisión tomada desde la celda de una cárcel hiera a sus hijos. No podemos permitir que las escuelas cierren. No podemos permitir que la violencia armada amenace algo tan sangra... (ahí se corrigió) sagrado".
Perotti, en tanto, evocó al creador de la bandera como alguien que entendía que la Nación a crear no terminaba en Buenos Aires y por eso fundó escuelas públicas en diferentes partes del país. Para luego contraponerlo al actual gobierno nacional: “Aún hoy está muy presente una Argentina muy centralista con mirada fría y distante a nuestras preocupaciones que se expresa de muchas formas. Se expresa cuando la Nación frente a la criminalidad organizada hace años sobre todo en Rosario no aporta las fuerzas federales para enfrentarlo”.
Que el gobierno nacional no esté a la altura y, más allá de las palabras, en los hechos se manifieste indiferente a la realidad de Rosario perjudicó seguramente las gestiones de Perotti y Javkin. Pero les da, también, una salida discursiva.
En el caso de Javkin, desde hace un tiempo también la provincia es blanco de sus críticas, algo que evitó en los tres primeros años de gestión. En una entrevista en Radio 2 previa al acto dijo que se siente “dolido” por el hecho de que la ciudad “no está priorizada” por la administración Perotti, mientras que en su discurso en la ceremonia oficial reclamó presencia en la calle de la policía santafesina y levantó la bandera de la autonomía municipal.
A contramano
Después de que habló Javkin y antes que lo hiciera Perotti, fue el turno de Jaime Perczyk, que vino a la ciudad para un encuentro nacional de rectores universitarios y ya que estaba improvisó unas palabras de ocasión. Era lo que faltaba para demostrar la poca jerarquía que el gobierno de Alberto Fernández le dio a este Día de la Bandera. Puro chapuceo, coronado por una frase digna de un asado dominguero: “Belgrano fue un grande de la Patria”.
Tan pobre fue el discurso del titular de la cartera educativa que muchos se preguntaron por qué no se le dio al ministro de Transporte, Diego Giuliano, que como rosarino sabe de la significación de este día para la ciudad, la posibilidad de representar al gobierno nacional en el acto, en el que también estuvo presente.
“El presidente entendió que en una ceremonia como esta si estaba el ministro de Educación le correspondía hablar a él”, explicó una fuente vinculada al gobierno nacional, cuando la ceremonia había terminado.
Mientras, los dirigentes comenzaban a subir por calle Córdoba, a contramano de la gente que bajaba para disfrutar de la fiesta popular.