Era febrero, el coronavirus era una noticia china y la escena criminal rosarina parecía llegar a su máximo punto de violencia cuando una pareja de 21 años y su hijita de un año y medio fueron asesinados a balazos en Génova y Cabal, en el barrio Empalme Graneros. Ese 16 de febrero ya sumaban 38 los homicidios en la región. Sin embargo, la sangre seguiría siendo derramada con más homicidios –un asesinato que sacudió la opinión pública fue el de Sebastián, el Oso, Cejas– femicidios y balaceras y a un mes de terminarse 2020, en el marco de la pandemia, se acumulan más y más robos, asaltos, y enfrentamientos.
Mientras, los vecinos se congregan en las esquinas intentando mantener la distancia social y al calor de un aplauso sostenido describen el terror que los recorre, ya no solo en la calle sino también bajo techo cuando escuchan a los ladrones andar y se recopilan los casos de delincuentes atrapados y golpeados por la mano propia en nombre de la Justicia. El gobierno provincial ha ido ensayando hipótesis vinculadas a la narcocriminalidad, la corrupción policial y la crisis económica y ha probado atacar la delincuencia con más recursos logísticos, una reforma policial y una persecución al delito derivada en procedimientos con secuestros y detenciones.
Rosario3 buscó miradas distintas que pueden integrar un debate más amplio sobre el problema de la seguridad a partir de pensar el espacio público y su uso social. Desde El Desafío y Gregaria, dos organizaciones sociales con raíces locales, coinciden en que mayor sea la permanencia de vecinos y vecinas en la calle, menor será el índice delictivo. ¿Pero cómo lograrlo cuando ese mismo espacio se ve vaciado por el miedo y la desconfianza que se instala?
Co fundador del Desafío con el holandés Jorn Wemmenhove en 2004, una organización que trabaja con la juventud, mayormente de chicos en situación de exclusión y pobreza y temas de empoderamiento ciudadano, el rosarino Mario Raimondi explicó que abordan la problemática de la seguridad desde los jóvenes que caen en la criminalidad y la forma en que diseñamos la ciudad. En cuanto a lo primero, advirtió la necesidad de correr el eje: “El debate siempre está atravesado en las consecuencias de la criminalidad y la violencia y debemos pensar en trabajar en la prevención. Si un joven viene a este mundo y no tiene acceso a las necesidades más básicas y vive rodeado de un ambiente criminal, ese joven va a ser mucho más propenso a caer en esa red de criminalidad. Entonces hay que resolver los contextos de exclusión para todos los jóvenes”, consideró.
“La forma en que diseñamos la ciudad tiene un componente muy fuerte para reducción de la criminalidad”, sostuvo en cuanto la otra mirada que sostienen, y profundizó al respecto: “El cómo creamos espacios públicos de calidad tiene una relación directa a cómo vivimos, en la medida en que todos tengamos acceso a calidad de vida vamos a tener menos niveles de estrés, a estar más propensos a crear, a entrar en círculos sanos y saludables de creación, de imaginación, de emprender nuestros caminos en la vida. En los espacios públicos es donde se ve la exclusión cuando comparas los ciudadanos de primera y de segunda, cuando una persona tiene que andar por una vereda toda rota y el Estado te dice «no me importás y si querés importarme te vas a tener que comprar un auto y así poder acceder a una mejor calidad». Estos mensajes son muy fuertes y generan el caldo de cultivo de estrés, frustración, resentimiento que sumado a la vulnerabilidad genera una grave problema de inseguridad”, apuntó.
“Rosario se vanagloria de tener 12 metros cuadrados de espacio verde por habitante pero no se tiene en cuenta la calidad de ese espacio en los que están calculados los canteros de Circunvalación –continuó–. Vas a los barrios y quizás tenés espacios de juegos para los chicos que están destrozados, o las plazas no están mantenidas, por eso la calidad del espacio público es sumamente importante, la conectividad, el estado, la infraestructura que hay para caminar, para movilizarse en bicicleta de manera segura para otro tipo de transporte que no sea el motorizado”, agregó.
Para Gisel Levit, arquitecta fundadora y directora de Gregaria – equipo multidisciplinario dedicado a diseñar y gestionar estrategias de innovación conectan personas, instituciones, lugares e ideas– “el problema de la seguridad ha sido tapa de diarios hace años y Rosario tiene oportunidades de revertirlo, puede cortar los círculos viciosos que plantea, porque el tema de la seguridad tiene muchas aristas pero algunas tienen que ver con la forma en que se permanece en la calle”, comenzó.
En sintonía con Raimondi, Levit propone el espacio público como salvoconducto. “Muchos estudios urbanos establecen que cuanto más gente y más actividades se sucedan en la calle los índices de inseguridad disminuyen, nos sentimos más seguros cuando hay otras personas ocupando el espacio”, observó y precisó: “Vidrieras, balcones, timbres y puertas abiertas provocan más seguridad que un paredón de 100 metros de largo. De noche, sabemos por qué vereda caminar si en una hay un muro cerrado y enfrente hay negocios abiertos. Nos quedamos más tiempo en la calle cuando nos sentimos seguros y nos convertimos en vigilantes sociales porque nos cuidamos mutuamente”. Lo mismo aplica, de acuerdo a lo que manifestó, al estado de estos espacios: una buena luminosidad y un equipamiento permiten que las personas se queden. “Los espacios cobran vida, se vuelven menos inseguros y más abiertos a todos”, determinó.
Huevo y gallina
¿Es posible permanecer en los espacios públicos que se sienten peligrosos para poder volverlos seguros? Mario Raimoni admite que “existe un círculo vicioso, un huevo y la gallina, que a veces es de no retorno y en el que nosotros en Rosario estamos al límite”. La inseguridad provoca huellas en las personas: “Afecta con desintegración, tenemos una sociedad fracturada con niveles de credibilidad y confianza en el otro bajísimo, y eso erosiona el capital social que cualquier sociedad necesita para resolver problemas y para imaginar una realidad mejor. Tenemos miedo al salir, no sabés si te van a robar entonces desconfiás y eso se traduce en que no hay tolerancia para nada”, observó.
Desde Gregaria entienden que a “las ciudades las hacemos entre todos”. “Si coloco un banco en el umbral de la ventana no es lo mismo a que si pongo pinches, es una forma de modificar el espacio público y hay cosas que se pueden cambiar por ordenanzas pero otras no y ahí el trabajo con la ciudadanía es clave porque son los propios ciudadanos los que saben de las problemáticas y los desafíos a resolver, conocen su realidad”, estableció. “Rosario tiene oportunidades para revertirlo, por su gran infraestructura urbana y planificación urbana con la que se puede trabajar”, consideró la urbanista.
“Hay que seguir creyendo en las instituciones, en el otro, siendo empático, no apurarse tanto a juzgar, poniéndose en el lugar del otro, intentar comprenderlo requiere inteligencia emocional asombrosa y la gente que ha sido víctima está atravesada por el dolor y no puede tener la cabeza fría, pero hay que hacer el esfuerzo”, mencionó a su turno Raimondi, quien por último propuso: “No olvidamos que en Rosario estamos atravesados por la narco criminalidad y no la vas a resolver con espacios públicos, pero se las podés complicar con espacios públicos de calidad que siempre van a tener un impacto positivo. Tenemos la infraestructura pero ¿qué espacios para el desarrollo, educación y contención para la juventud hay y cómo hacemos para que se queden y que no estén en espacios vulnerables para la criminalidad? No sólo basta con invertir en la infraestructura sino en programas”.
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