Hefesto, el dios de la fragua, el fuego y la metalurgia, creó por encargo de Zeus a Talos, un gigante de bronce que tenía la misión de proteger la Isla de Creta de intrusos e invasores. Talos, un guardián autómata de unos treinta metros de altura, dotado de inteligencia y habilidades sobrehumanas, recorría la isla lanzando piedras a las naves que se acercaban a la costa.
Pero Talos no era la única criatura mecánica capaz de moverse de manera independiente que Hefesto había creado en su taller. De su maestría en la metalurgia y la ingeniería también surgieron fuelles y martillos que podían golpear el metal fundido y avivar las llamas sin necesidad de que él los accionara manualmente, mesas de tres patas que se movían por voluntad propia y las llamativas “doncellas doradas”, figuras femeninas fabricadas en oro que poseían inteligencia propia y eran capaces de actuar por sí mismas, asistiendo a Hefesto en su taller.
Aunque ficticios, estos relatos mitológicos de seres sintéticos continúan resonando en nuestro tiempo, anticipando avances tecnológicos contemporáneos, como la robótica y la inteligencia artificial. Es inevitable trazar un paralelismo entre los fuelles y martillos mágicos de Hefesto con los robots industriales que, desde hace décadas, se multiplican en fábricas alrededor del mundo. Incluso las “doncellas doradas” recuerdan en algún punto a C-3PO, el androide de protocolo de la saga Star Wars y fiel compañero de otro robot, R2-D2.
La concepción de máquinas capaces de imitar al hombre en forma y función es, por mucho, anterior a su capacidad tecnológica de fabricarlas. Sin embargo, esto no impidió que estos ingenios capturaran la imaginación, desde los seres artificiales de la mitología griega, pasando por el caballero mecánico diseñado por Leonardo Da Vinci en el Renacimiento, hasta llegar al considerado el primer robot de la historia, el autómata flautista de Jacques de Vaucanson, fabricado en 1737, la idea de recrear mecánicamente al ser humano ha sido una constante a lo largo de los siglos.
Los robots están tan arraigados en la cultura popular que incluso la palabra “robot” no fue acuñada en un laboratorio de ingeniería, sino por por el escritor checo Karel Čapek en su obra de teatro de 1920 "R.U.R." (Rossumovi Univerzální Roboti o Robots Universales de Rossum). El término proviene del checo "robota", que significa "trabajo forzado" o "servidumbre". En la obra de Čapek, los robots eran criaturas artificiales, fabricadas por los humanos para realizar trabajos pesados y peligrosos. Inicialmente eran dóciles y obedientes, pero con el tiempo se rebelaron contra sus creadores, asesinándolos y tomando el control.
Desde entonces, los robots han aparecido en innumerables obras de ciencia ficción, películas, series de televisión y videojuegos, convirtiéndose en un ícono de la modernidad tecnológica. En muchas ocasiones, retratados en el papel de asistentes e incluso amigos de los seres humanos, pero en tantas otras, rebelándose contra sus creadores al punto de buscar la extinción total de la especie. El temor de que esto pueda ocurrir fue resumido por el escritor y divulgador científico Isaac Asimov bajo la expresión “complejo de Frankenstein”, la posibilidad de que aquello que hemos construido con nuestras propias manos pueda escapar a nuestro control y convertirse en nuestra propia destrucción.
Asimov creía que era importante establecer reglas claras para la interacción entre humanos y robots, garantizando la seguridad de la humanidad en un mundo con una tecnología cada vez más avanzada. Así fue que formuló las ahora famosas Tres Leyes de la Robótica, presentadas por primera vez en el cuento Círculo Vicioso, escrito en 1941 y consideradas la base ética para regular el comportamiento de los robots.
-Un robot no puede dañar a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños.
-Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.
-Un robot debe proteger su propia existencia siempre que dicha protección no entre en conflicto con la Primera o Segunda Ley.
En obras posteriores, Asimov introdujo varias leyes adicionales para abordar situaciones más complejas. Manteniendo el mismo espíritu, diferentes organizaciones, como el Consejo de Investigación de Ingeniería y Ciencias Físicas (EPSRC) y el Consejo de Investigación de Artes y Humanidades (AHRC) del Reino Unido, han publicado en 2010 directrices y principios éticos para constructores y usuarios de robots. Con esto pretenden fomentar una investigación robótica responsable y comprometida con los mejores estándares de integridad moral y responsabilidad social.
Las buenas intenciones tal vez den paz mental a los desarrolladores de sistemas autónomos robotizados, pero eso no impide que la constante evolución tecnológica proyecte una y otra vez su sombra amenazante sobre una parte vulnerable de la humanidad: los trabajadores. Según datos del informe World Robotics 2023 de la Federación Internacional de Robótica (IFR), se estima que actualmente hay 3,9 millones de robots industriales en funcionamiento en todo el mundo. Esta cifra representa un aumento del 10% respecto al año anterior, lo que demuestra el rápido crecimiento de esta industria.
Los robots industriales, que comenzaron como brazos articulados para soldadura, corte, pintura, montaje y otras tareas que requieren precisión y repetitividad, han evolucionado a la robótica inteligente. Tecnologías como el Big Data, IoT (internet de las cosas), visión computacional y la inteligencia artificial han permitido dotar a estos robots de capacidades cada vez más avanzadas. Ahora pueden realizar tareas de mayor complejidad, adaptándose a los cambios en los procesos de producción e incluso interactuando de forma más natural con los trabajadores humanos.
Las nuevas iteraciones de estos sistemas automatizados están dotando a estos robots, antes mayormente anclados al piso, de una nueva herramienta: un par de piernas. Los robots bípedos, capaces de caminar y moverse de manera autónoma, representan un salto cualitativo en la robótica. Esto les permite acceder a entornos más complejos y dinámicos, expandiendo el rango de tareas que pueden desempeñar. Desde mantenimiento y reparación en instalaciones industriales hasta la asistencia directa a los seres humanos. Este escenario, hasta hace muy poco exclusivo de la ciencia ficción, es ahora una realidad palpable, en la que los androides comienzan a salir de los laboratorios de investigación para convertirse en una presencia cada vez más común en fábricas y depósitos.
En diciembre de 2023, Amazon comenzó a probar a Digit, un nuevo robot bípedo, en sus operaciones de almacenes. Diseñado por Agility Robotics para “trabajar en colaboración” con los empleados, Digit es capaz de moverse en espacios diseñados para humanos, agarrando y manipulando objetos incansablemente. Actualmente, Amazon tiene una flota de 750,000 robots, pero a diferencia de sus robots normales que solo operan en un área enjaulada lejos de los trabajadores humanos, Digit está diseñado para trabajar codo a codo con los operarios.
Según el fabricante, el costo de operación actual de Digit es de aproximadamente 12 dólares por hora, sin embargo la compañía prevé que ese costo disminuirá drásticamente a solo 2 o 3 dólares por hora a medida que se escale la producción del robot. La presencia de Digit y sus bajos costos operacionales preocupan a los empleados, quienes no pueden dejar de ver en estos androides una amenaza directa a sus puestos de trabajo. por más que Amazon ha rechazado estos temores una y otra vez, asegurando que sus robots sólo crearán nuevas categorías de puestos de trabajo dentro de la empresa.
BMW está adoptando un enfoque similar. A finales de enero anunció un acuerdo con Figure, una empresa de robótica especializada en el desarrollo de robots humanoides impulsados por inteligencia artificial, para comenzar a usar sus androides en todas sus fábricas. Los robots se encargarán de las tareas más difíciles o más peligrosas, liberando a los trabajadores humanos para que se centren en tareas más seguras. El pasado mes de marzo, Figure firmó una colaboración con OpenAI, empresa detrás de ChatGPT, para avanzar en la creación de un modelo de inteligencia artificial que permita que los robots “procesen y razonen a partir del lenguaje”.
En la misma dirección, Mercedes-Benz ha firmado un acuerdo de asociación con la startup robótica Apptronik. Su robot más reciente, Apollo, es un humanoide de uso general que puede automatizar tareas como la manipulación de cajas, la carga de remolques y el reaprovisionamiento de stock. Apollo, que mide 1,70 m, pesa 80 kg y tiene una autonomía de cuatro horas por batería, puede transportar una carga útil de hasta 25 kg. La automotriz alemana planea utilizar a Apollo para automatizar algunas tareas manuales de baja calificación y físicamente agotadoras.
Las empresas están demostrando una mayor voluntad por implementar robots cada vez más sofisticados e independientes en sus operaciones. Recién estamos viendo las primeras etapas de una revolución en la robótica y la IA, y a medida que la automatización avance integrándose con la vida humana, los temores que hasta hace poco eran retratados como fantasías de ciencia ficción, hoy se convierten en una realidad cada vez más palpable. En poco tiempo, los robots que puedan aprender de su entorno, pensar y razonar, eventualmente superarán a los humanos en la habilidad y capacidad para realizar tareas. Finalmente el círculo se cerrará, y robots capaces de construir y reparar otros robots nos reemplazarán por completo.
Este escenario plantea interrogantes inquietantes sobre el futuro del trabajo y el papel de la humanidad en un mundo cada vez más dominado por la inteligencia artificial ¿Trabajarán estos robots por y para nosotros, generando una abundancia de bienes y servicios que nos permita vivir sin preocupaciones? O, por el contrario, ¿hundirán a la mayoría de la población mundial en el desempleo y la miseria más abyecta? No falta mucho para que conozcamos la respuesta.