La regla tácita número uno en internet es “no leas los comentarios”. Quien descubrió esto de la peor manera fue Ralph, el gigante protagonista de la película animada de los estudios Disney “Wifi Ralph” (2018), al visitar la sección de comentarios donde la gente hablaba de él y sus vídeos. En esa escena, descubrir y leer la inmensa cantidad de comentarios hirientes y ofensivos lo destroza emocionalmente, vinculado al mismo tiempo al espectador con la situación que está viviendo el personaje porque, probablemente, ya pasó por lo mismo en algún momento de su vida de internauta. Finalmente Yesss, la amiga de Ralph, al verlo afligido por las críticas le dice: “Olvidé decirte la regla número uno, Ralph; jamás leas los comentarios”.
Cualquiera que haya participado en redes sociales, juegos online, foros o comentarios en medios digitales se ha topado con estos ciberbullies, individuos que escudados tras el anonimato que ofrece Internet, disparan gratuitamente cantidad de comentarios dañinos y expresiones hirientes.
El blanco de los haters puede ser el autor de una nota, un compañero de equipo en un juego online, el creador de un video o sus participantes y muchas veces, otros comentaristas como él. YouTube, Twitter, Instagram y Facebook están llenos de ellos. El fenómeno no solo es -tristemente- común, sino que además está muy extendido: una encuesta realizada en enero de 2021 descubrió que el 41% de los usuarios de internet habían sufrido personalmente algún tipo de hostigamiento en línea, con casi la mitad de estos incluyendo algún tipo de amenaza de daño físico.
¿Qué lleva a la gente a comportarse en Internet de una manera en la que nunca lo haría personalmente? El psicólogo y profesor John Suler, quien ha escrito sobre el comportamiento de la gente en Internet, ha elaborado extensivamente sobre el fenómeno llamado “efecto de desinhibición online”, donde básicamente estar conectado actúa como una bebida alcohólica que disminuye tu filtro inhibitorio. Esto hace que la gente se comporte con mala intención o, al contrario, se brinde emocionalmente de una manera más abierta de la que lo haría normalmente en una conversación cara a cara.
Entre las razones que Suler enumera se encuentra una observación interesante: mucha gente tiende a ver a la red como un espacio lúdico donde las reglas de la vida real son de aplicación optativa y las figuras de autoridad no tienen mayor peso.
Dave Grossman, teniente coronel retirado del ejército de los Estados Unidos, psicólogo militar y profesor de psicología en la academia militar de West Point escribe en su libro “Sobre matar: El costo psicológico de aprender a matar en la guerra y la sociedad”, respecto a lo que él llama la distancia técnica. En líneas generales, establece que cuanto más grande es la distancia en el combate, más fácil resulta para los soldados matar al enemigo sin sufrir la carga psicológica que implica terminar con la vida de otra persona.
Durante la Segunda Guerra Mundial, lo que permitía a los pilotos de los bombarderos acabar con la vida de millones de civiles era la distancia espacial, la altura a la que desarrollaban su misión de combate, que los protegía de ver la masacre que estaban causando. Intelectualmente entendían el horror que significaba lo que estaban haciendo, pero emocionalmente, la distancia física entre ellos y la carnicería que provocaban permitía negar el resultado de sus acciones.
En la guerra moderna, donde los visores térmicos transforman a la silueta humana en una masa lumínica informe, sucede lo mismo. Este dispositivo actúa como una suerte de amortiguador mecánico que permite al soldado negar la humanidad de su víctima, manteniendo una distancia física y psicológica.
Salvando la desproporcionada diferencia que existe entre el acto de matar a alguien con el de insultarlo a través del anonimato de Internet, el concepto de distancia técnica tiene la misma aplicación. La computadora y la red actúan de filtros mecánicos que proporcionan una distancia no solo real, sino también emocional con quien recibe los insultos.
Consultada al respecto de este ejemplo, la Dra. Paola Radice, médica psiquiatra y docente de posgrado de la Facultad de Psicología de la UNR opina: “Estoy muy de acuerdo con esta cuestión de la distancia que hay entre lo que vos hacés y lo que recibe el otro. Creo que lo principal es el tema del anonimato. Cuando las personas están cara a cara se producen un montón de interacciones que tienen que ver con que vos te hacés cargo de lo que estás diciendo y tenés que -de alguna manera- responsabilizarte directamente de la respuesta que genera tu acción", reflexionó.
"El anonimato da impunidad, donde aparentemente no va a haber grandes consecuencias, y adicionalmente, está esta cuestión desenfrenada de la falta de límites del otro. El otro aparece como alguien abstracto, no hay un límite concreto, entonces esto genera que la gente libere el mayor odio”, precisa la Dra. Radice.
El anonimato brinda seguridad, y el hecho de no ser descubierto invita a muchos a hacer o decir cualquier cosa. Protegidos por la discreción que ofrece un nombre de usuario misterioso y desconocido, este álter ego del ciberespacio muchas veces canaliza frustraciones e impulsos reprimidos en el mundo real.
“Siempre hay cuestiones internas que las personas exponen”, agrega la Dra. Radice. “La cancha y la tribuna es un ejemplo de esto, en la masividad de la cancha se dice cualquier cosa, es raro que esa persona tenga el desenfreno de decírselo a otro par en la cara con el mismo grado de violencia. El hecho es poder ver al otro como una persona y no con esta cuestión anónima donde no es un par“, concluye la médica psiquiatra.
Otro elemento que se suma al anonimato y la desconexión física es la aceptación y normalización de este comportamiento tóxico online, manifestado en el ya clásico “nunca leas los comentarios”. ¿Alcanza simplemente con ignorarlos? La mayoría de las veces no resulta tan sencillo, y las palabras hirientes de un desconocido pueden afectarnos profundamente, causando un impacto emocional muchas veces persistente por más empeño que pongamos en evitarlo.
Si bien hay gente que es naturalmente malvada y lo seguirá siendo, afortunadamente gran parte de la humanidad puede conectar emocionalmente con los demás de manera natural. Podemos hacer de Internet un lugar mejor. Ejercitar la tolerancia y reconocerse a uno mismo en el otro tal vez sean los primeros pasos para dejar el odio de lado.