La política juega a lo que más le gusta: disputar el poder a todo o nada. El próximo domingo se definen los candidatos a ocupar puestos en listas en una nueva interna abierta y el ajedrez de piezas se enreda en ese “todo o nada”, el anabólico auto convincente contra el apático entusiasmo electoral en tiempos de covid. En medio de discursos donde la palabra perdió valor, las acciones entre sirenas y vacunas que hizo percha toda gestión, nacieron los demagogos, se develaron los torpes y los virtuosos prefirieron esconderse temerosos de que la horda del reproche se los lleve puestos. En fin, las típicas tensiones de discutir una vez más quien manda en cada distrito. Y para eso es necesario que los votos legitimen el camino.
El Presidente se muestra como aquel peleador que reconoce que una vez que sonó el gong le sacan el banquito y lo dejan solo. Pero no pelea en igualdad de condiciones. Solo contra una multitud que hace fila para reprocharle los pifies de la gestión que son y serán siempre muchos. De a poquito la estructura que lo empoderó se distancia de la foto a pocos días de las Paso. El análisis es brutal: si gana Alberto seguirá siendo un líder débil, si pierde, ni el café en Olivos. “No traicioné a Cristina, ni a Máximo, ni a Sergio, ni a los que me votaron”, dijo en la semana. Pedía públicamente que no lo dejen solo. Las fichas están sobre una mesa cruel.
En tiempos de vacunatorios, inversiones y gastos sanitarios, el manejo de la pandemia ha sido determinante para el aplauso o el abucheo. Y en todo el mundo las elecciones políticas han evaluado eso. Donald Trump fue eyectado del poder de EE.UU por su pésimo manejo sanitario. Sobre ese ejemplo deambulan las especulaciones en Argentina.
En nuestras comarcas, un ingrediente es mucho más contundente, la violencia. Los comandos parapoliciales trabajan a destajo en tiempos electorales. Robos, balaceras, el fogonazo imparable del narco rosarino se despierta ante cada elección política. Pudrir la calle para esparcir miedo. Todo negocio delictivo se incrementa en tiempos electorales. Y en esa pesada olla todos meten su pancito.
“Cuando la Policía quería pedir aumento de salario me armaban amenazas de bombas contra los bancos, ese era el código”, contó en off hace varios años un ex ministro de Seguridad. Los pasos de comedia de un drama donde todos parecen actores: el malo, el bueno, el que mira para otro lado, el que se esconde por miedo. El que pide y el pagador.
El sistema que incluye a personal policial como herramienta de la construcción política tiene titiriteros fuertes. Saqueos a supermercados en otros tiempos para debilitar gobiernos, robos a taxis; ahora balaceras.
La investigación judicial sobre la nueva balacera en pleno centro de Rosario no tiene pistas que pueda mostrar a pesar de las declaraciones de ayer del ministro de Seguridad Jorge Lagna que argumentan lo contrario. Pero la política tomó nota. La Asociación de Empleados de Comercio no es solo representante de los trabajadores mercantiles, en sus oficinas se gestó parte del más leal Perottismo de la región. Luciano Battistelli, estrecho asesor del gobernador es hijo del secretario General de Empleados de Comercio Luis Battistelli. Una de las pistas apunta a si esas balas eran un violento mensaje contra el propio gobierno provincial.
Lagna confirmó ayer que el centro de Rosario debía ser custodiado por fuerzas federales en la noche del ataque. “Estamos en un periodo preelectoral, a veces los ánimos aportan a que este tipo de situaciones se den”, afirmó el secretario de seguridad de la Nación Eduardo Villalba. La idea de la conmoción política fue confirmada por el funcionario. “No podemos relacionarlos directamente porque está muy fresco pero vemos que Santa Fe y esencialmente Rosario se producen estos hechos, estos periodos, coincidentes con los procesos electorales. Robo de la placa del multimedio La Capital, declaraciones de Cantero, violencia en los barrios, etc”.
¿Pueden operadores políticos contratar marginales para agitar la violencia en tiempos electorales? Lagna ayer definió el atentado como “curioso episodio”. Es que algo debajo de los sótanos se discute con operaciones de fuego. Profesionales del marketing incrementan sus ingresos en tiempos electorales. Los que maquillan para embellecer y los otros, que hacen lo mismo pero al revés: embarrar los títulos periodísticos con el estruendo de balas repiqueteando entre vidrios.
La ley de la calle en tiempo de pandemia. Acaso la campaña electoral también necesite de respiradores que la saquen de esta interminable terapia intensiva.
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