Lector precoz –gracias al regalo de una tía que llegó envuelto en arpillera–, contador de historias desde los 13 años, vago por naturaleza y emprendedor por aburrimiento, Hernán Casciari se sumó al Club de Lectura de Rosario3. Es el protagonista del nuevo capítulo.
La información básica dice que nació en Mercedes, donde conoció a su amigo, socio y secuaz, protagonista de muchos de sus cuentos, Christian Basilis. Chiri. Mercedes es lugar también al que siempre vuelve y que ahora es sede de la Fundación Orsai, que le da ubicación geográfica a la gran comunidad que lograron construir a lo largo de los años con Chiri a partir de la revista y la editorial. Ahora están en la aventura de producir y filmar de cero una película y una serie. Casciari dirá que a medida que uno se va poniendo viejo, las ideas se hacen cada vez más espectaculares.
–Te definís como un contador de historias esencialmente, ¿te consultan si lo que contás es real o no?
Sí, permanentemente, porque juego mucho con lo autoreferencial. No uso un tiempo pasado ni futuro, sino que me nutro de mi familia, mis amigos, mis propios paisajes, entonces la pregunta se cae de madura todo el tiempo: "¿Y esto es verdad? ¿Y esto que pasó cuando vos eras chico es cierto?".
Y la mayoria de las veces tiene de verdad la esencia, y yo adentro le pongo ingredientes nuevos. Pero en general no miento, no cuento algo que no pasó, lo que suelo hacer es editarlo. A veces las cosas que pasaron en el trascurso de un año, yo hago que hayan pasado en el transcurso de una semana. Elimino los aburrimientos de la vida cotidiana pero no suelo mentir, asi que generalmente la respuesta a esas preguntas que me hacen es: sí, la verdad que sí es verdad. Y la gente se va sospechando que les estoy mintiendo por segunda vez.
–¿Qué es lo que te interesa de contar esas relaciones familiares?
Vos sabés que no sé. Supongo que en un primer lugar debería estar la pereza de no tener que ir a buscar las historias muy lejos. Tengo todo como muy a mano. Si fuera pintor, dibujaría sólo con los crayones que tengo en el cajón. No iria a comprar nuevas herramientas pictoricas. Me parece que es más eso, es tener las cosas cerca, a mano, los personajes cierro los ojos y ya se qué es lo que van a decir, entonces me resulta más conveniente a efectos de la fiaca que me da trabajar.
–¿Por qué gusta tanto el cuento? ¿O por qué te gusta tanto a vos y de quién te nutriste?
El cuento es la unidad de cualquier historia, es el punto cero, es como el metro, como el litro. Es la unidad de la historia. Puede haber más chiquititas, más breves, que ya son historias en decimales o pueden haber historias larguisimas. Las novelas son kilos de cuentos. Pero el cuento es la unidad, es una introducción, un nudo y un desenlace, en donde no puede haber demasiada floritura, ni demasiados personajes. Tiene que ser claro, sencillo, te tiene que nutrir en un tiempo corto. A mi me parece excepcional como estructura narrativa.
¿De quién me nutro más? Me parece que de Edgar Allan Poe, de (Julio) Cortázar, Gabriel García Márquez, (Jorge Luis) Borges, sobre todo. Oscar Wilde, Guy de Maupassant, son como los grandes genios de esa estructura única que es la narración breve.
–¿En qué medida te parece que el espacio afecta al proceso creativo? Pensamos en la convocatoria que hicieron desde Orsai de curaduría y edición de tuits y posteos.
El hilo de Twitter es la utilizacion de un espacio reducido de forma corrupta. Es decir, Twitter te ofrece 280 caracteres, pero alguien quiere contar una historia más larga y entonces inventa el hilo.
El hilo es poner una frase de 280, la autorespondés, seguís con otra, con otra, y entonces tenés un cuento de la extensión que vos quieras. Pasa con Instagram, con Medium, con Facebook. Finalmente no importante el formato que te ofrezca la modernidad, el cuento, como el agua, va a atraversarlo y va a seguir existiendo.
Así que, a mi lo que más me divierte de esta convocatoria que hicimos en Orsai, que la gente sigue escribiendo cuentos, ya no en papeles, ya no tallados en piedras, sino en las herramientas que les ofrece la modernidad.
–¿Desde muy chico arrancaste a leer y escribir? ¿O fue más tardío?
Siempre supe que mi oficio iba a ser escribir, no tanto leer en voz alta. Eso fue algo bastante más tardío, pero yo empecé a trabajar en el diario El Oeste de Mercedes a los 13 años y mi primer sueldo a los 13 años y nunca dejé de trabajar de periodista primero, y de editorialista después y de escritor más tarde. Siempre fue así, pero no, en cambio, el hecho de leer en voz alta. Eso empezó casi por casualidad.
(Mario) Pergolini me dijo, "Che, qué lindos cuentos, ¿no los leerías por la radio?". No, le dije, la verdad que me parece una garcha leer en voz alta algo. Y después me gustó, lo empecé a trabajar, empecé a trabajar los matices de la voz, ciertos cambios que hay que hacerle a un texto para que sea coloquial, para que sea oral. Es todo un trabajito, muy divertido.
Y después de eso empecé a subirme al escenario, empecé a leer con mucha timidez, y después se me fue la timidez y empecé a darme cuenta que además de los matices de la voz había gestos que hacían perdurar el final de una frase, silencios que complementan. Estoy como aprendiendo diferentes formatos de la narración activa, de la narración en tiempo real, el streaming también es otro, o hacer televisión o radio. Cada una de esas fórmulas tiene sus pequeños secretos que yo desconozco pero que empiezo a indagar una vez que me pongo a ensayar. No es algo que haya previsto de chiquito, la lectura en voz alta, pero es algo que hago hace cinco seis años y me gusta.
–¿Cómo te parece que llega mejor o impacta más la historia? ¿En el registro oral o escrito?
Todo depende del que recibe la información. Yo no creo que haya nada mejor que leer en voz baja un texto, pero el receptor tiene que ser una persona muy entrenada en la lectura. Si vos le das un texto escrito, muy bien escrito, con sus puntos y comas, con sus aliteraciones a una persona que lee más o menos bien, que no sabe leer un punto y coma, no lo va a leer bien. Lo va a leer a trompicones, como si nosotros leyéramos algo arriba de un colectivo que va sobre un asfalto de empedrado. No estaríamos disfrutando de la lectura.
Las personas que no leen habitualmente es como si vivieran en un empedrado, el texto está todo el tiempo en un movimiento raro, no terminás disfrutando, te dan ganas de vomitar o te aburrís. Entonces, para esas personas que son muchísimas y que en realidad son cada vez más, ahí esta la voz. Ahí están los auriculares, en donde vos estás lavando los platos, o cuidando a tu hijo, o andando en bici, y el cuento te entra con la cadencia correcta. La persona que te lo lee, sabe lo que es un punto y coma, sabe dónde hay que parar, cómo hay que seguir, qué matiz hay que darle a esa frase, a esa oración. Es lo mismo que con la música, creo que una persona que sabe leer partituras, puede abrir una partitura y emocionarse. Ahora, los que no sabemos leer partituras, abrimos esos y son hormigas en fila, no es nada una partitura. Con la lectura pasa exactamente lo mismo, estamos en un mundo donde cada vez más la lectura deja de ser principal, es un complemento.
Los viejos saben leer muy bien, los chicos ya no tanto, no es tan importante, hay otros estímulos. Bueno, entonces hay que estimular la lectura desde esos otros lugares. Por ejemplo el oído, la vista, las series, los audiolibros, los podcasts, que te cuentan historias del mismo modo que te la cuenta un libro. La diferencia es que el mensaje llega mucho mejor porque el receptor sabe interpretar el sonido, y no sabe tanto interpretar los mensajes y los símbolos de la escritura.
–¿Cuál es la historia detrás de la autogestión?
Una comunidad. Más que una historia hay una manera de hacerlo diferente. Vos tenés dos posibilidades cuando generás contenido. Podés ser pintor, músico, cineasta, escritor, lo que quieras: generador de contenidos culturales, para decirlo de un modo amplio. Vos nacés y un día cumplís 20 años y sabés que sos un generador de contenidos. ¿Qué se puede hacer con eso? Podés ser empleado de un multimedios que tiene un montón de generadores de contenidos o podés tener una comunidad de gente que te sigue. Las dos cosas te van a dar dinero, las dos.
Y es un tema de decidir si te interesa más algo que ya está muy trabajado en el siglo XX, que tiene sus reglas, sus dueños, su sistema muy armado, o si te interesa más descubrir cuál va a ser el sistema del siglo XXI, que es cada generador de contenido, en comunidad con los que consumen esos contenidos. Son dos maneras. A esta manera más moderna la gente le llama autogestión, pero en realidad es la nueva manera, porque esta (otra) se está cayendo a pedazos, lo vemos todo el tiempo.
Estos dueños necesitan siempre de la publicidad para poder pagarle a estos empleados, que son los generadores de contenidos. La publicidad se está yendo a la mierda de estos lugares. Es preferible que Darío Barassi diga “Hola, comprá este pañal”, a que lo diga el locutor de una radio, entonces la guita va a Barassi directamente, o a Migue Granados. Esta radio empieza a perder publicidad, entonces esta gente que trabaja en ese lugar empieza a cobrar menos, a cobrar a destiempo o a no cobrar.
Cuando vos tenés una comunidad, funciona distinto. Si vos nutris permanentemente esta comunidad con materiales nobles, esta comunidad te va a pagar, entonces no vas a tener el problema de ir a golpear la puerta al jefe y decirle "Che jefe, ya estamos en febrero, en noviembre cobré por última vez". Deja de pasar. Una se cae a pedazos y la otra empieza a surgir. Cuando vos tenés la posibilidad de ir a cualquiera de las dos, a veces pensás que (la vieja) es la segura, y es mentira; y a veces pensás que (la nueva) es insegura, y es mentira.
–Con la comunidad Orsai están haciendo dos productos muy participativos, la película La uruguaya y la serie Canelones, ¿dónde queda el misterio de sorprenderse con el producto final?
En la gente que no está participando como productora asociada. No estamos haciendo una película para los productores asociados, sino para el público, como todas.
En La uruguaya los productores asociados son 1.937 personas a las que ya obviamente se les spoileó todo. Porque son eso, son productores asociados, saben todo, conocieron el guión, estuvieron como extras en algunas escenas, están permanentemente tomando decisiones respecto al producto final. Obviamente, la película no es para ellos, es como si quisiéramos sorprender a la directora. La directora está ahí, no va a ser sorprendida pero sin embargo, sí. Los 1.937 vieron durante un año entero cómo se hacía una película pero el día que vayan al estreno se van a emocionar un montón porque no solamente van a ver la obra terminada, sino que van a ver su propia participación en cada detalle de esa obra.
Es como ver crecer a un hijo. Hay una diferencia entre el spoiler de ver a tu hijo de 18 años por primera vez, a verlo crecer y que un día cumpla 18 años.
–¿Se fueron achicando los nichos de público? ¿Hay muchos nichos, más chiquitos?
Pensalo en la música, por ejemplo. En 1975 mi mamá, si se quería comprar un disco, se iba a comprar un disco que le decía la radio. O sea, un disco de Julio Iglesias. Le pagan 2 millones de dólares a todas las radios de Argentina para que pasaran un tema de Julio Iglesias y lo pasaban, lo pasaban y las señoras iban a la disquería y compraban ese disco.
Hoy no pasa eso, hoy vos entrás a Spotify y le decís “quiero escuchar música africana”, y te pasa música africana. “Y ahora quiero escuchar el primer disco de Charly García”. Y te lo pone. Entonces escuchás lo que querés. No es que sean nichos, me parece que es libertad antimonopólica: cada cual hace lo que se le antoja. Después vendrán otros a decir: “Sí, pero Spotify le paga monedas a...”. Bueno, sí, es otro problema, estoy hablando de otra cosa. Estoy hablando de la libertad de quien escucha, de escuchar lo que se le antoja y no lo que sale en radio Del Plata, de 1975 que era todo lo que se podía escuchar.
Me parece que lo que genera Internet es la posibilidad de democratizar ciertas formas de cultura independiente o que no son mainstream, y al mismo tiempo provoca que el mainstream de siempre intente volver a monopolizarlo, porque el malo siempre quiere volver, no se va a dar por vencido. El malo no va a decir “Ay, llegó Internet, me retiro”. No va a hacer eso. Me parece que tenemos un poquito más de libertad que mi vieja en 1975.
–¿Cuáles son las historias que a vos te gusta escuchar? ¿Qué es lo que vos buscas?
Me divierte mucho, en los últimos años, tener ideas. Es mi manera de divertirme, es mi hobby. Y ese hobby suele llevar cada vez más tiempo, porque las ideas, conforme te vas poniendo más viejo, son más espectaculares, hacen falta más personas, dirigir a más personas, formar a otras y entonces mi juguete hoy, es este. Es decir “Ay, quiero hacer un película de esto, llamemos a 65 tipos y expliquémosle cómo”. Es como mi manera de seguir divirtiéndome, no estoy tanto escuchando cosas, sino tratando de generarlas.
–¿En este momento, qué estás leyendo?
En este momento estoy leyendo un libro de cuentos de Lucia Berlín que es una escritora yanqui que fue durante muchos años absolutamente desconocida y medio como que desempolvaron un manuscrito.
Es una mujer que nació en 1936 y murió en los 60 o 70 (N. de la R.: Lucía Berlín murió a los 68 años, el 12 de noviembre de 2004) y que escribe unos cuentos increíbles y medio que el mundo la está descubriendo en los últimos diez, 15 años.
De hecho (Pedro) Almodóvar compró los derechos de muchos de sus cuentos para hacer su próxima película. Y estoy leyendo eso porque justamente se habla mucho del tema, y estoy con ese libro y con otro que me prestó mi hija, mucho más adolescente, pero solamente para ver qué está leyendo mi hija. Lo miro para ver cómo funciona la juventud, más que nada.
–¿Recordás aquel primer libro que te hizo dar cuenta que te daba placer la lectura?
Fui muy prolífico de lecturas de chiquito, tuve mucha suerte. Una tía me regaló una bolsa de arpillera llena de unos libros juveniles que ella no podía seguir manteniendo porque se habia mudado a un lugar más chico. Nunca supe, nunca recuerdo cuál fue el primero pero sí sé que eran libros de Oscar Wilde, de Arthur Conan Doyle, de Chesterton.
Sherlock Holmes, father Brown, Tom Sawyer, sagas de lo que hoy se llama literatura juvenil, pero me partió la cabeza, me enloqueció. Y en una de esas creyendo que estaba agarrando un libro juvenil, justo saco de la bolsa uno que se llama Historias extraordinarias de Edgar Allan Poe y yo pensé que eran cuentos juveniles y me recontra cagué de miedo. Y ahí entró la gran literatura en mi cabeza. Una literatura donde los libros te dan mucho miedo, no dejarte dormir a la noche.
Un nene que se entera que un pedazo de papel puede generar tal terror, empieza a tenerle mucho respeto a eso. Me parece que ahi me dieron ganas de ser escritor, de provocar eso, no terror, sino algo a otro. Es muy divertido eso, escribís una cosa, se lo das a otro, el otro se lo lleva, lo abre en otro lugar y se rie, o llora, o se caga de miedo. El mensaje es muy poderoso.
–¿Tenés algun toc a la hora de escribir? ¿La letra en Arial 15, interlineado doble, por ejemplo?
Sí, a través de los diferentes formatos o herramientas de escritura recuerdo haber tenido muchas taras de esas. En las epocas de escribir a máquina trataba de que no se serruchara el lado derecho de la hoja, que es muy dificil cuando escribís a máquina. Yo cambiaba a mitad de línea, buscaba palabras que fueran sinónimos, que no se serruchara del otro lado. Un problemón.
Y después tuve muchos de ese tipo en diferentes herramientas, en la computadora, tipos de letras, interlineados.
Y después de un tiempo largo, ya descubrí que lo único que necesitás es un bloc de notas, elminar toda posibilidad de diseño o de prediseño porque el prediseño lo que te genera es la excusa de no pensar en la idea. Entonces, trato, en los últimos 10 años de elimnar todo formato. Si no, me cuelgo con eso: “Ay, ahora pongo Verdana... no, Verdana 18 vamos a poner”. Tu cabeza te pone esa excusa porque la idea no está llegando, entonces eliminemos la excusa para que sea muy claro que lo que hay que pensar es una idea.
–Aparte no es fácil, lo de la máquina de escribir, ni pensar en sinónimos... no es lo mismo casa que hogar...
No, en su momento cuando yo tenía 14, 15 años a mi me sirvió para tener un gran vocabulario. Yo pensé que me estaba sirviendo para otra cosa, pero me sirvió para ser veloz en la escritura y tener siempre dos o tres sinónimos muy presentes para poder cambiar. Y finalmente terminó siendo muy rentable, muy bueno, pero al principio era solamente un toc.
–Y cuando pasa que la idea no llega, ¿tenés algún truco para desbloquearte?
Después de tanto tiempo no me pasa nada. Pero a los 20 o a las 30 me preocupaban esas cosas y tenía rituales... ahora, si la idea no viene, mejor, me voy a la pileta. Es un tema de la experiencia y de la edad, que las cosas dejen de parecerte importantes.
–Solés decir que sos un vago, ¿por qué?
Es que soy, pero un vago con una suerte tremenda. Se que escribir no es un laburo, lo tengo clarísimo, lo se desde siempre. Y siempre trataba de demostrarle a los demas, primero a mis viejos, después a mis novias, a mis amigos: “Chist, estoy escribiendo, no molesten”, como si fuera un trabajo. Y en realidad es vagancia. Agarrarte fuerte de lo que mejor sabés hacer, es vagancia. Te puede ir mal, te puede ir bien, te puede ir muy bien. A mi me fue muy bien, pero no me olvido que soy un vago. Soy un vago.
–Y también solés decir que la mejor manera para escribir es sin esperar nada a cambio, ¿qué otra manera hay?
Creo que esa es la mejor manera, sin esperar nada a cambio, porque me parece que ahi hay algo genuino, me da esa impresión. Y no digo solamente escribir, cualquier cosa que uno haga de manera obsesiva sin esperar nada a cambio, debería ser ese el trabajo de cada uno. Descubrir esa obsesión y darle una cierta rentabilidad es un laburo en sí mismo.
A mi me parece que a los chicos habría que decirles más que se abogado, médico, ¿qué cosa no podés dejar de hacer a los 12 años? Además de la paja y eso... ¿Qué cosas no podés dejar de hacer? Y ahí está lo que viniste hacer, después está el ser rentable, pero me parece que va por ahí.
Hay un filósofo contemporáneo, que no se muy bien de qué país de Oriente Medio es, que dice que hay tres grandes adicciones en el siglo XXI: la heroína, los carbohidratos y el sueldo fijo.
Algo más sobre Hernán Casciari
Publicó las novelas El pibe que arruinaba las fotos, Más respeto que soy tu madre y Seis meses haciéndome el loco; los libros de cuentos España decí alpiste, El nuevo paraíso de los tontos, Charlas con mi hemisferio derecho, Messi es un perro y otros cuentos, El mejor infarto de mi vida, Los consejos de mi abuelo facho, Todos los desechos reservados, 100 covers de cuentos clásicos, la antología Renuncio y los libros de historietas Doce cuentos de verano junto a Horacio Altuna y Papelitos junto a Gustavo Sala.
En 2010 renunció públicamente a las editoriales Mondadori, Plaza & Janés, Grijalbo y Sudamericana, y a los periódicos El País (España) y La Nación (Argentina), para embarcarse en proyectos autogestivos.
Desde 2012 lee sus cuentos en las radios de mayor audiencia de Argentina; el éxito de esas lecturas hizo que comenzara a leer sus cuentos en televisión y a hacer lecturas de cuentos en teatros. Protagonizó las obras teatrales Una obra en construcción, junto a personajes reales de sus cuentos; Tragedias con Zambayonny, Comedias con Fabi Cantilo, Nostalgias con Cucuza Castiello, Cuentos dibujados con Horacio Altuna, Criaturas salvajes con Gustavo Sala y los unipersonales Parece mentira, A la carta y Puro cuento; además de escribir las obras Quedate conmigo Lucas y Más respeto que soy tu madre. Desde 2021, junto a la Comunidad Orsai, desarrolla proyectos audiovisuales junto a miles de socios productores. En 2000 se radicó en Barcelona. Tuvo un infarto en Montevideo en 2015. Desde 2016 vive en Buenos Aires.