Cada 5 de junio se conmemora el Día Mundial del Medio Ambiente. Desde Naciones Unidas se focaliza el interés en restaurar las tierras, la resiliencia a la sequía y la desertificación. Este último punto es uno de los mayores problemas ambientales del planeta.
En este aspecto y llevándolo al plano de la salud, la desertificación acrecienta la desnutrición, infecciones respiratorias y parasitarias, entre otras consecuencias, sobre todo en la infancia.
Somos la #GeneraciónRestauración
Naciones Unidas utiliza el lema "Somos la #GeneraciónRestauración" para este año, a modo de estrategia de lucha contra la desertificación. La misma implica la destrucción del suelo fértil y compromete la capacidad de la tierra para mantener la salud del planeta, así como proporcionar seguridad y bienestar a sus habitantes.
Entre los principales factores que causan desertificación se encuentran las variaciones climáticas y actividades humanas como sobreexplotación por deforestación, minería, sobrepastoreo o malas prácticas de riego.
De hecho, según Naciones Unidas, hasta un 40% de la superficie de la Tierra está degradada. El continente más afectado por la desertificación es África, al que sigue Asia y el “corredor seco centroamericano” (que comprende países como Nicaragua, Honduras, El Salvador o Guatemala, entre otros).
El agua
Según los expertos, la desertificación afecta a varios ámbitos de la salud a causa, en primer lugar, de la falta de agua. Y, cuando falta agua, hay problemas de saneamiento y llegan las enfermedades como la fiebre tifoidea, causada por una bacteria, y que se puede contraer, por ejemplo, con el consumo de frutas o verduras que no están bien lavadas.
Asimismo, el beber agua contaminada puede ocasionar otras enfermedades graves como el cólera u otras que provocan también diarrea. Todo ello respecto de la perspectiva de un mal saneamiento, pero hay más: la falta de alimentos, ya que con la desertificación la tierra ha dejado de ser fértil.
Impacto “desproporcionado” en la infancia
La infancia es especialmente vulnerable a la desertificación. La reducción de la productividad agrícola, la escasez de agua potable y el aumento de la inseguridad alimentaria repercute directamente en su salud.
Aparte de la desertificación, cada vez más menores sufren las consecuencias de fenómenos meteorológicos extremos que desembocan en crisis alimentarias, por lo que les afectan de manera “desproporcionada”.
De hecho, según datos de la Clasificación Integrada de las Fases de Seguridad Alimentaria, el número de niños que se enfrenta a niveles críticos de hambre en los 18 países donde los fenómenos meteorológicos extremos están afectando más a la seguridad alimentaria se han más que duplicado en los últimos cinco años. En el último año ha aumentado un 20%.
La inseguridad alimentaria provoca una mayor prevalencia de enfermedades como la diarrea, las infecciones respiratorias y las infecciones parasitarias debido a las malas condiciones de vida y a la falta de acceso a agua potable y alimentos nutritivos.
A largo plazo, la exposición persistente a niveles crónicos de inseguridad alimentaria, como los que se observan en partes del mundo donde la desertificación es un verdadero desafío para las poblaciones, hará que los niños se enfrenten a los efectos físicos y cognitivos de por vida de la desnutrición crónica, también conocida como retraso del crecimiento. De esta forma, esos niños tienen, asimismo, más dificultades para aprender en la escuela al verse afectado su desarrollo cognitivo.
Por lo expuesto, las y los expertos coinciden en la necesidad de sistemas sanitarios más fuertes que planifiquen y respondan a los cambios y peligros climáticos y enfermedades. Asimismo, una mayor conciencia social de lo que sucede a nivel medioambiental para mejorar las prácticas cotidianas y reclamar aquellas que requieren intervenciones estatales.
Fuente: EFE.