Leo Oyola puede asociar un libro que leyó a cada persona que conoce. Escribe contra el olvido, desconectado del mundo y del wifi. Y aunque ahora es un escritor establecido, de esos imprescindibles de la literatura argentina contemporánea, con un estilo bien definido que combina realismo, ciencia ficción y fantasía, hubo una época en la que veía una librería y se cruzaba de vereda, y en la que Literatura era de esas materias del secundario que le quedaba para marzo.

Distintas crisis marcaron su rumbo de autor: la energética de los 80, que sus amigos aprovechaban para jugar al fútbol por plata pero nunca lo sumaban al equipo –cosa que aún le pesa– y la del 2001, cuando se quedó sin trabajo y de pronto “tuvo tiempo”. En la primera, conoció a Ray Bradbury; en la segunda, a Alberto Laiseca y ahí sí que le cambió la vida.

Oyola forma parte de una tanda de distinguidos discípulos laisequianos, como Selva Almada y Gabriela Cabezón Cámara, que también pasaron por el Club de Lectura. Consiguió notoriedad con Chamamé (2007) y Kryptonita (2011), y ahora recorre algunas ciudades justamente con anécdotas de "Lai" a propósito de la reciente publicación de sus Cuentos completos. Esa misión lo trajo a Rosario y habló con el Club en Oliva, destacada como una de las librerías más lindas del mundo. Encontró sus libros entre las repisas y el de otros colegas queridos. 

–¿Qué te pasa cuando entrás a una librería y te ves en esos anaqueles?

 

–Y es no podría decir que es orgullo, pero sí es felicidad. Las librerías son de los lugares más lindos, más felices para mí. Y de repente entrar ver qué lindo el espacio y encontrar Hacé que la noche venga, pienso en la historia que tengo con la novela y con Rosario. Yo la presenté acá en el 2008 en una Feria del Libro. Gracias a esa presentación la conocí a Lily Bodoc, cenamos en El Cairo. Ahora que ya no está ella físicamente... Vas acumulando historias y momentos compartidos que son como libros. Creo que tendría un libro por cada persona que conocí, que me tocó compartir acá. Tengo una relación muy linda con Rosario.

(Foto: Alan Monzón /Rosario3)

–Mencionaste a Liliana Bodoc, ¿qué libro se te viene a la cabeza si tenés que hablar de ella?

El perro del peregrino. Es un libro que escribió para Norma y que vendría a ser el perro de Jesús y a raíz de ese encuentro que tuvimos y después que compartimos en una colección que era por el Bicentenario, empezamos a familiarizarnos y a ver alguna cosa que ella quería que yo viera, no sé por qué. Fue un recuerdo muy lindo, la generosidad de ella, de colega a colega.

Los días de la sombra como lector fue fascinante porque tiene un momento, un combate de la Vieja Kush que me acuerdo que me puse de pie cuando lo leí, me quería meter en la pelea. Ella tenía también no sólo esa cosa cinematográfica, sino por delante el lirismo, una prosa muy poética. Y me adoraba. Era guerrera, era una prosa guerrera también.

–¿Recordás otros libros que te hayan dado esa sensación?

–Muchos. Pero para hablar de autores de acá, Trasnoche vudú, de Mariano Buscaglia, que lo editó Interzona. Me pasó eso de estar viendo una película de sábado de trasnoche, una película clase B pero en la que me quería involucrar.

Lo mismo un libro que escribieron a cuatro manos un escritor que firma como C. Castagna y Christian Broemmel que se llama A morir. Esas cosas me gustan. Y de acá (Rosario), Meli Torres con su saga con Silvana Aguirre y Ulises Herrera. Les adoro. Y también siento que van de caravana por Rosario y por muchas partes que conozco y muchos otros lugares que ojalá me inviten a comer, porque ellos son muy gastronómicos.

–Te apasionan los policiales, ¿encontrás diferencias a la hora de abordar un policial desde el conurbano bonaerense, o desde Capital Federal o desde cualquier otro lugar?

–Sí, sí, porque cada uno tiene su identidad y quiera o no. Por ejemplo, quien escribe de Rosario inevitablemente, se mete en el tema narco, en el maldito clásico... muchas cosas que son bien identidad de acá, como a la vez hay casos calcados de gatillo fácil, murales sobre chicos que por una cuestión física se los trató de delincuentes y no.

Está ese grupo "Mi cara, mi ropa, en mi barrio no son delito" y no es algo que haya pasado donde me crié yo o que sea del conurbano, pasa lamentablemente acá en Rosario. 

(Foto: Alan Monzón /Rosario3)

–¿Qué te interesa de contar esas historias?

–Que no se olviden. Porque desde lo periodístico y desde el noticiero yo entiendo que sean la noticia del día, incluso la noticia de la semana y por ahí cuando termina ese año, que aparezca en un compilado. Pero son cosas que después quedan tapadas, se olvidan y me parece que es por respeto a quien ya no está físicamente, pero sobre todo al dolor enorme de las personas que sobrevivieron a un ser querido y que encima sufrió una injusticia.

–¿Qué libro recomendarías con esa impronta que hayas leído en el último tiempo?

–Desde otro lugar el libro que sacó César González, El niño resentido. Me parece que sin querer edulcorar, sin victimizarse ni nada, contó más que una biografía, una radiografía de sectores. La rutina aparentemente inalterable y veloz que nosotros tenemos a diario y la realidad muchas veces se ve solamente en los celulares, entre comillas. Él no sólo recuerda de dónde viene, dónde tiró el ancla, dónde está.

Es algo que va a seguir ocurriendo y lamentablemente el tipo de gobierno que tenemos nosotros, en lugar de paliarse, se reproducen más. Es un Gremlin que le dieron de comer después de la medianoche, que le tiraron con agua por más que lo advirtieron.

–¿Cómo contás tu propia historia de escritor? Ahora ya establecido, pero con un ingreso tardío al mundo literario...

–Yo siempre digo lo mismo, que toda la suerte que me fue esquiva en otros aspectos de la vida, se me dio literariamente. Por favor, que esto no suene como algo pedante, pero lo que me pasó a mí no es habitual. Entonces, sobre todo cuando laburo con gente, lo principal es que termine la historia, el libro. Después vendrán las publicaciones. Porque una cosa es escribir y otra cosa es el trabajo de escritor.

Yo quería ser (Claudio) Caniggia pero tenía dos pies izquierdos y la lectura siempre fue refugio, siempre fue una cosa linda. En la crisis del 2001 cuando perdí uno de los trabajos y nos juntábamos, había un asistente que nos hablaba para levantarnos la moral, nos decía, “es el momento de hacer algo que nunca hicieron porque le faltaba tiempo”. Yo ahí tenía un amigo que quería hacer taller literario.

(Foto: Alan Monzón / Rosario3)

Yo había visto un par de películas donde vi más o menos lo que era un taller literario por lo menos en la ficción y no quería saber nada con eso. Tuve la suerte de llegar a un buen taller literario, pero sobre todo a una buena persona y a un excelente maestro que fue Alberto Laiseca y que me terminó dando una vida, porque no era la vida que yo esperaba.

Igual, con lo de Caniggia el año pasado me pasó que estuvimos en un evento con Coqui De Bernardi y cuando terminamos él me dio un pico y pensé, “me dio un pico el Diego, entonces yo soy Caniggia”.

–¿Qué es lo primero que se te viene a la mente de Laiseca?

–Todo y de todo, pero sobre todo su etapa luminosa, lo juguetón que era. Veníamos en el micro con Sebastián Pandolfelli, que vamos a presentar los Cuentos completos y revivir anécdotas que ya nos tocaron juntos, otras que no conocíamos...

Para nada es casual que haya sido un hervidero de gente que salió como el mismo Seba, Selva Almada, Gaby Cabezón Cámara, Natalia Rodríguez Simón, Leandro Ávalos Blacha... Lo agarramos en un momento que era espectacular porque lo estaban contratando para empezar a hacer Los cuentos de terror de I.Sat, estaba teniendo un ingreso fijo por fuera de los talleres. Un gran momento, y él estaba tan contento, era tan luminoso y era tan bueno ver cómo ensayaba o nos decía, “no sabés, papito, voy a leer un cuento que encontré en esta antología”. Y verle ese entusiasmo te prendía fuego.

Y a la vez él valoraba mucho que escribiéramos. No escribías dos semanas y te sentaba, “a ver, Oyola, ¿qué anda pasando? ¿es falta de tiempo? Recuerde que usted viene acá a escribir, entonces tiene que escribir”. Pero la que siempre yo me acuerdo de él en lo personal... Nosotros lo ayudábamos un poco a hacer algunos trámites, la burocracia lo hinchaba mucho y él tenía el teléfono fijo de mi casa y el teléfono del laburo, en ese momento todavía no estaba el celular, y un día me llamó al trabajo. Yo pensé que le había pasado algo y me dice, “no, no Leíto, nada. Sabe, me estuve pensando el caballito del inspector Vals se muere si va desde la Boca hasta Mataderos. Usted tiene que hacer que haga una parada y que cambie de caballo. Es tan lindo lo que usted está escribiendo y ahí se rompe un poco el verosímil y no me vaya a matar un caballo”.

Me acuerdo que eso fue un lunes antes del mediodía y yo tenía taller con él los jueves a la noche,y por cómo laburaba yo en ese momento, sólo escribía los domingos y los miércoles, tarde noche y robándole horas al sueño para el otro día después del laburo ir al taller. Y me pareció sumamente amoroso que él se acordara de eso siendo que había varias historias siempre dando vueltas de alumnos. Se ve que estaba enganchado con ese tema. Y a la vez también desde ese momento empecé a pensar que no quiero esperar para escribir, al contrario, quiero escribir y después ver qué pasa.

–¿Cómo evitó que se “contagiaran” estilos entre ustedes y, sobre todo, de él?

–Eso era lo principal. Él te decía, “yo no quiero laisequitas, me va a dar vergüenza absoluta que alguien diga lo está copiando; yo los estoy alentando a que cuentan lo que tengan que contar”. Él no decía lo de sacar una voz propia. Era muy respetuoso con términos que están muy manoseados. Yo también trato de emular eso. Literatura es una palabra que puede ser sumamente distante como muy amorosa y en el medio se habla un montón de cosas.

Yo antes de conocer a Selva (Almada), ya Laiseca hablaba de Selva: “Yo tengo una piba en tal taller que no saben lo que es...”. Así de generoso también era con lo que hacíamos nosotros, pero él era generoso también cuando vos te comprometidas. Si no te comprometías era embromado.

(Foto: Alan Monzón /Rosario3)

–¿Eran jornadas largas?

–No, él era muy disciplinado y a la vez como era una época muy dulce suya, era jurado de concurso..., si te aparecías incluso cinco minutos antes te ladraba. A la vez, llegaba el primero y él decía, “papito, mirá justo estoy terminando esto, ¿me podés bancar?”. Y creo que todas esas cosas que le vimos a él, después cuando nos tocó a nosotros estar desde ese lado, se lo debemos a él y a la vez es un compromiso porque vos sabés que ahí hay una oportunidad: alguien que hace un trabajo bien está dando una oportunidad a una persona desconocida y esa oportunidad cambia muchas cosas, incluso puede llegar a cambiar vidas.

–¿Cómo combatían sonar “muy Lai”?

 

–Al comienzo todos empezamos imitando, homenajeando tus lecturas, tus cosas, pero me parece que mientras vas escribiendo, va apareciendo lo tuyo. Y a medida que seguís trabajando te vas despegando de eso, pero en todos nuestros primeros trabajos está algo presente de esas lecturas, de esos temas.

Y de Laiseca era fácil, entre comillas, alejarte porque era tan particular su estilo, el realismo delirante es creador y único cultor entre comillas porque se pueden rastrear cosas de él en otros escritores y escritoras. Algunos sé que lo leyeron, otros no, pero iban de la mano. Es muy loco: son contemporáneos y no sé si se alcanzaron a leer entre ellos. Lai creo que sí a (Mario) Levrero, pero Levrero no sé si lo leyó a Laiseca. Y tenían sus mambos similares, algunas cosas de humor también.

–Vamos a tus obras, ¿de dónde viene la fusión de ciencia ficción con realismo?

 

–No soy un escritor que pueda bancarse meter solo la realidad, necesito de la ficción, la fantasía. En Ultratumba me pasó que la editora me dijo, “mirá, la historia solo carcelaria ya está. Si sacamos los zombies, ya está, es más potente todo”. Yo no sé si es más potente o no, yo sé que no la termino si me quedo solo con la realidad. Necesito el momento de los zombies. Sé que en cuanto al verosímil soy el primero que atenta, pero necesito la exageración, necesito que haya gente que en algún momento la pase bien, que todos los protagonistas tengan su momento de paz y después cuando se pudre, se pudre.

(Foto: Alan Monzón /Rosario3)

–¿Recordás lo primero que leíste o te leyeron que te hizo darte cuenta que disfrutabas la literatura?

Cuando me di cuenta que no iba a ser el Pájaro Caniggia. Era el verano del '88, '89 que estaba la crisis energética, entonces tenía los cortes de luces programados cada ocho horas y estaban jugando a la pelota por plata y me dejaban de lado porque, obviamente, para el equipo que jugara era desventaja. Me sentía re mal de eso, de que no me eligieran para jugar. E hice lo que nunca, preparé las materias que me había llevado con mucho tiempo y una que me había llevado era Literatura, de vago principalmente, por no haber leído Crónicas marcianas (de Ray Bradbury).

Entonces, leo los cuentos que eran obligatorios para la lectura y me di cuenta que me gustaba y leí todo el libro. Es el primer libro que tengo conciencia de haber leído y tener placer. Di un examen muy bueno, la profesora estaba anonadada y me dijo, primero, “sos un vago”, y después “por favor seguí leyendo e itentando interpretar estas cosas”. Porque había un relato que no estaba para el examen, pero del que yo quería hablar que es “Aunque siga brillando la luna”, sobre un astronauta negro al que el resto de la tripulación le hace la cama, básicamente por el color y también porque el tipo viene a traer unas ideas y los otros son más dogmáticos. Para mí ese astronauta, Spengler, era de mi barrio. Yo conocía a Spengler en otra gente, que no era astronauta, pero que estaba esperando el 242 para ir a laburar y después, por ahí, ir a militar en la unidad básica... Para mi Spengler hasta jugaba a la pelota. Todo eso le flasheó a la profe cuando le dije.

Y después de eso, yo tenía un compañero que era más malo que yo para jugar a la pelota y que yo lo veía leer en los recreos. No sabía, pero él leía la colección Minotauro y él me pasó La naranja mecánica y me flasheó. Primero la intertextualidad con la canción de Los Violadores, "1, 2 ultraviolento". Después la jerga, que muchos años más tarde me enteré que la había inventado (Anthony) Burgess. Yo pensaba que era como hablábamos nosotros en mi barrio, y yo decía así hablan en el barrio de Burgess, pero no, el inventó todo eso. De hecho todavía estaba prohibida la adaptación cinematográfica de Stanley Kubrick. Casi dos años después, casi a finales de los 90 se edita en VHS, la quise ver y fue una desilusión. La volví a ver varias veces y jamás me pudo producir lo que había sentido en el libro. Esto que se corporice, sentir a Álex y los drugos más bolches era hacer esquina.

–Caminemos un poquito entre los libros, ¿encontrás alguno que te haya marcado o que quieras recomendar?

–Por suerte aparecen muchos de muchos colegas, de mucha gente querida. Por ejemplo, el fenómeno de Dolores (Reyes) con Cometierra. Ella lo trabajó años y siempre fue honesta con quién era ella como persona y lo que ocurrió es increíble con Cometierra y está re bueno.

(Foto: Alan Monzón /Rosario3)

La gente de (la editorial) El gran pez con estas colecciones, la novela de verano que le llaman, está bárbara. Ellos se hacen cargo y hacen este concurso que sea una novela que uno con mucho orgullo vaya y lea en la playa mientras está de vacaciones. Pero más allá de eso, tienen un nivel literario enorme.

Este libro lo compré por el color, Sustancia de hígado de Michelle Recinos, una chica muy jovencita, no tiene 30 años, pero todo lo que está contando ahí sobre explotación laboral y otros temas me fue una una sorpresa enorme.

Mike Wilson, con este Leñador tan experimental también.

–¿Leés mucho a tus contemporáneos?

Leo más contemporáneos que otra cosa porque después tenés la suerte inesperada en cualquier momento de encontrarte y de poder charlar de sus libros. No solo de trabajo, sino de mundos y si al colega le caes bien, te cuenta un poquito de dónde salió. Pero si no, por lo menos estamos menos flojos a la hora de compartir una mesa, compartir unos días.

Ese autor (señala Grupo de apoyo para final girls) Grady Hendrix es muy alucinante, muy loco, porque labura el terror con el humor, muy actual y generacional. Grupo de apoyo para final girls me lo recomendó Leandro Ávalos Blacha que también es un discípulo de Laiseca. Es un escritor que ganó un premio muy importante, el Indio Rico con Berazachussetts (en 2007). El jurado era César Aira, Daniel Link, Alan Pauls. Y éste por ejemplo son todas las chicas que sobrevivieron a Freddy Krueger, Jason... sin nombrarlos a ellos, pero te das cuenta que se saben juntar los jueves para hablar de su experiencia de haber sobrevivido. Y de repente las empiezan a matar de a una. ¿A quién soltaron? ¿Quién volvió? ¿Es un copycat?

El exorcismo de mi mejor amiga, del mismo autor, es sumamente entretenido como también tiene sus momentos espeluznantes. Hicieron una película muy mala (disponible en Amazon Prime, N. de la R.).

(Foto: Alan Monzón /Rosario3)

–¿Qué escritores o escritoras admirás? Esos que decís “qué bien que resolvió tal personaje, o tal situación”, “qué envidia”.

 

–Estábamos acá en Rosario mismo con Germán Maggiori, que escribió un novelón policial que se llama Entre hombres, hicieron una adaptación a mini serie que estaba increíble, y habíamos ido a ver a Rosario Smowing y estábamos bailando y bailaba re bien Maggiori y yo estaba un poco copeteado y me dio bronca. Este guacho encima que escribió Entre hombres, mirá cómo la mueve y estaba sonando “Diez mil berretine” y digo, “lo voy a tumbar”, y le apunté con el codo a la nuez y me esquivó con una habilidad... Ese tipo de cosas me da bronca, que encima que es buen escritor, baile tan bien. Y si juegan a la pelota, ni te puedo explicar.

–¿Cuánto tiempo le dedicás a la lectura?

–Lo que pueda. A veces por laburos o compromisos no le podés dedicar lo que quisieras. El último recurso siempre para mí es la noche porque ahí le restas un poquito al sueño. Soy muy feliz cuando me puedo levantar y puedo ponerme a leer, que no tengo que salir o hacer alguna otra cosa. Yo vivo en una localidad que es Parque Centenario y enfrente tengo un parque importante, entonces salir a leer al parque es mi actividad.

–Considerando que en buena medida tu trabajo consiste en leer, ¿llega un momento en el que no querés leer más nada, ni los subtítulos de un película?

 

–La única vez que me pasó, pero también eso era un honor y era un gran trabajo, estuve junto a otros cinco escritores convocado por la provincia de Buenos Aires para una colección que se llamaba Identidad bonaerense y tuvimos que leer muchísimos libros para seleccionar 100, que después se repartieron a 5.600 bibliotecas en la provincia de Buenos Aires, bibliotecas de escuelas públicas, bibliotecas de terciarios y Bibliotecas Populares. Había cantidad de libros, algunos hubo que releerlos, hubo muchos nuevos y en la discusión ese casi año completo que estuvimos obviamente hubo una saturación de libros pero también porque creo que eran libros que había que leerlos, no que elegías.

Ese fue el único momento, me parece, desde Crónicas marcianas allá en el verano del '88, '89. Había tenido una saturación. A la vez, no doy con el “phisique du rol”, pero yo soy muy ordenadito y el tema de tener tantos libros y todos en la casa, me deprimía.

–¿Seguís sin redes sociales? ¿Es una militancia?

–No es una militancia, es una elección de parte mía porque me parece que nos exponemos bastante cuando te escribe un lector o una lectora y te das cuenta que habrá dado muchas vueltas hasta que se animó, que se tomó un tiempo importante y no me da contestarle genéricamente “muchas gracias”. Te comparten cosas que son fuertes. Si ya acceden al mail y te mandan unas devoluciones así...

No me llevo bien con la inmediatez, me conspira a la hora de escribir, necesito de una abstracción por eso escribo de noche y desconecto el wifi, no solo del celular, sino de la computadora, de todo. Es el Word y a otra cosa.

También porque creo que vivimos una época que a veces parece más interesante la figura del escritor y algo de lo que yo había visto en Laiseca y me gustaba es que la historia vaya adelante. Yo prefiero mil veces que hablen de Chamamé, de Kryptonita, de algo que escribí yo, no de Leo Oyola.

Incluso las mismas editoriales, con la necesidad obviamente de mover el título, de volverlo más popular o venderlo, te tiran el fardo para ese lado. Yo no tengo la habilidad, la paciencia para eso, suficiente que ya puedo escribir, que cada vez cuesta más.

(Foto: Alan Monzón /Rosario3)