El cielo de Rosario está por fin limpio, celeste, despejado. El humo parece un recuerdo lejano. Pero a 14, 16, 19 y 20 kilómetros hacia el este, el Delta del Paraná arde. El viento sur sopla intenso. Las llamas de hoy se estiran y arman una hilera al norte de la ruta 174 que une la ciudad con Victoria. Las de ayer se reavivan y renacen, del lado sur de la traza. Ahí están los bomberos con un trabajo hostil que este jueves empezó a las 8 pero que tiene casi dos meses (51 días) sin tregua.
Son las 12 y la escena es al menos llamativa: el grupo de seis brigadistas del Plan de Manejo del Fuego prende fuego. Operan pegados al alambrado del campo, justo antes de que se inicie la subida hacia la vía nacional donde una camioneta de Gendarmería controla el tránsito.
–No es seguro, se tienen que retirar –pide uno de los bomberos.
Cuando las ráfagas se intensifican, la gramilla levanta fuego. Las lenguas naranjas preceden al humo negro. Asciende, se vuelve gris y se funde con el cielo celeste. El calor se siente en la cara primero. Los sauces verdes resisten al paso de las llamas porque avanzan demasiado rápido. Un árbol más seco, en cambio, es un problema si cede ante el incendio y se vuelve parte. Los troncos carbonizados son una trampa. Una amenaza para los días siguientes, sobre todo si el viento cambia de dirección y se inicia un nuevo foco (o la continuidad del mismo).
–Hace tres días que estamos trabajando en esta zona. Ayer saltó del otro lado –alcanza a decir a Rosario3 uno de los integrantes de la Brigada de Respuesta Ambiental de Entre Ríos antes de volver a la zona de trabajo. Se acerca a un compañero preocupado.
–No me gusta acá che –le dice y señala un pajonal denso.
–¿Cómo? –le grita el otro y se pone a la par.
Hablan entre ellos. Señalan. Llega un tractor con un disco y abre la pastura seca del piso para dejar una calle de tierra: un cortafuego. A los cinco minutos esa medida se complementa con otra. Extienden el contrafuego generado por los propios bomberos hacia ese lugar, el oeste, mirando a Rosario. Es una tarea preventiva pero que en este momento se traduce en una pared de humo que trepa justo hacia la ruta y sigue.
Ningún fuego es legal en un humedal seco
Los movimientos cruzados que despliegan los especialistas en pleno combate del fuego grafica lo manifestado por las autoridades los últimos días, en respuesta a los apicultores detenidos. Los tres arrestados y su familia dijeron que no eran culpables porque solo hicieron un contrafuego para evitar que las llamas llegaran a sus colmenas, frente a Villa Constitución.
Esa podría ser una explicación entendible pero no deja de ser una acción ilegal. Todo inicio de un fuego en el humedal en este contexto de bajante del Paraná histórica y sequía extrema es un acto criminal, afirma Mauro Rodríguez, titular del Plan de Manejo del Fuego de Entre Ríos.
“Un contrafuego es prender fuego un poco más adelante de la cabeza del foco para quemar la zona por donde viene y extinguirlo cuando se juntan. Es una modalidad de manejo pero tiene que estar autorizado y hay que saber hacerlo”, señala Rodríguez, quien forma parte de los comandos coordinados con Santa Fe, Buenos Aires y Nación.
Y agrega: “Previo a eso, hay que hacer un cortafuego, abrir una zona sin pastura seca con un tractor y eso requiere de mucho trabajo, no se hace con una palita en una zanjita. Si no es controlado, se convierte en otro fuego que se puede ir de las manos”.
En los papeles, los cortafuegos preventivos deben realizarse con la autorización y supervisión de Entre Ríos. Pero solo se hicieron de esa manera cinco este año en todo el Delta de la provincia vecina. Hay otros cinco pedidos por privados y a la espera de la autorización de la Justicia federal, que debe validar el trabajo de maquinaria pesada en el humedal. Pero agosto, el mes crítico de los incendios, congeló esa gestión.
Entonces, en plena emergencia, cada uno hace lo que puede. Eso vale para los apicultores, según declararon, y para los dueños del campo bajo amenaza de las llamas hoy. Desde el lunes los propietarios iniciaron un cortafuego de 12 kilómetros de largo, un camino que serpentea entre la pastura seca. Ellos también aportaron el tractor con el disco para el operativo que realizan ahora los bomberos al pie de la ruta 174.
“Yo no entiendo más nada”
Arriba, sobre la traza, los tres gendarmes hacen señas a los camioneros que no desaceleran su marcha. Pusieron unos conos naranjas y la camioneta verde de la fuerza federal sobre la banquina pero no alcanza como advertencia del riesgo.
Al kilómetro 19 llega una camioneta de la concesión vial del puente. Para los trabajadores de la empresa Caminos del Río Uruguay el humo del contrafuego es un problema. Deben definir si es necesario cortar el tránsito.
–Yo ya no entiendo más nada. Unos bomberos apagan el fuego y otros vienen y lo prenden –se queja Tito, empleado de hace 20 años que vio todos los incendios a un lado y otro de la ruta. Asegura que hubo años peores, como 2020, pero que nunca vio a nadie con un bidón o prendiendo de forma intencional, como mucho algún pescador que dejó un fuego mal apagado.
–Estamos desde las 10, ahora es el peor momento de visibilidad –agrega pasado el mediodía uno de los gendarmes.
Cada ráfaga de 30 o 40 kilómetros por hora desde el sudoeste le sube el volumen al crepitar de las llamas. A las 12.30 se suma un tercer vehículo al operativo. Se bajan el dueño del campo y su hijo.
El mayor desciende hacia donde está la máquina y los brigadistas. El menor se queda en la banquina. Jura que los productores ganaderos no son los responsables. Repite lo que Enrique Goset, otro integrante la de la Comunidad isleña, le dijo a Rosario3 en la serie de tres podcast sobre el Fuego en las islas.
Ante otras evidencias que aportan lo contrario, por ejemplo la del cuarto detenido con fósforos en la mano e hijo de un ganadero de Victoria, responde que es necesario “diferenciar entre productores responsables con personas que pueden tener 10 o 20 animales y se los llama ganaderos”.
–Esto no le sirve a nadie, a ningún dueño de campo –dice mientras señala el sendero creado de forma artificial como escudo de las llamas. De fondo, desde el sur, asoma otra columna de humo –Sí hay muchos de esos focos, se llaman dedos, que se abren de la cabeza principal de un incendio, aprendí muchísimo trabajando con los bomberos todo este tiempo.
Una isla tibia que cruje
El foco al sur de la ruta 174 viene de la semana anterior. Es una continuidad del fuego que se vio bien enfrente del Monumento a la Bandera el miércoles pasado a la tarde, el día del masivo acto. El que prendieron de forma intencional, tres kilómetros a las espaldas de donde trabajaban los brigadistas. Esas lenguas (una a 20 kilómetros al este del centro de Rosario y otra a 10) se juntaron y treparon hacia el norte por el viento sur. Hoy están acá: parecen querer devorar a los autos y camiones que surcan el humedal.
Del otro lado de la traza, hay una línea ígnea que va del kilómetro 14 al 19. El espectáculo es el mismo pero, en este caso, se aleja.
–Esto no lo para nadie –sentencia el empleado de Vialidad.
Al este, en la bajada del kilómetro 20, quedaron los rastros de incendios recientes. Como si uno pudiera seguir los caminos de la ceniza hacia el origen del desastre natural. Rosario3 estuvo el martes a la tarde cuando esto todavía era pasto seco y el fuego estaba más atrás. La fotogalería de ese día se puede ver acá.
Hay botellas de plástico achicharradas. Un alambrado nuevo y otro calcinado cinco metros hacia atrás (de algún incidente anterior). Llama la atención un neumático de camión consumido que todavía humea y al lado otro intacto. Una franja de pasto quedó sin quemar y arma una especie de camino hacia el alambrado. Coincide con un hueco, como si alguien se hubiera abierto el paso. Difícil no trazar teorías conspirativas en una escena así. Pero especulaciones sobran y ninguna explicación parece suficiente por sí sola.
El propio intendente Pablo Javkin habló de zonas donde se repiten los incendios hasta quince veces en dos años. Analizó que esa mecánica solo puede obedecer a “un cambio de morfología del lugar, querer abrir caminos”. La sequía y la ausencia de cortafuegos naturales pueden explicar la extensión sin fin de los incendios. El viento puede provocar que un foco se anude a otro. Pero en el origen, alguien prendió la mecha.
Esta semana toda esa complejidad asomó como nunca antes. Los detenidos y sus declaraciones son una novedad. Por ahora, son personas que trabajan en las islas y se valen del descontrol. “La isla no es de nadie”, resumió con toda claridad la mujer del apicultor arrestado y mamá de los dos jóvenes.
“Los agarraron por perejiles”, insisten quienes afirman que detrás de todo está la extensión de la frontera productiva. El aumento de las cabezas de ganado en un 46% en estos cinco años (de 130 mil a 191 mil) y de las explotaciones privadas en un 77% (de 436 a 732), como publicó el periodista Juan Chiummiento en La Capital, sustenta esa tesis. Aunque esos valores aportados por el Senasa están muy lejos del pico de más de un millón de cabezas, antes de la inundación de 2007.
Acá, en el territorio amenazado, las vacas rodeadas de pasto seco o quemado y los dueños del campo trabajando codo a codo con los bomberos sugieren una contradicción.
Sobre la ruta, los gendarmes y los trabajadores de la concesionaria debaten si cortar o no el tránsito. Culpan a los bomberos por hacer un contrafuego justo en ese lugar. El dueño del campo que no quiere dar su nombre porque está harto de que lo acusen "sin fundamento" retruca que “todo es político” y desempolva rencores: “Todo empezó en 2008 con las retenciones móviles”. Omite la seca de ese año, que le siguió a la inundación y que la todavía extendida práctica de la quema tuvo pastizales de sobra.
El humedal es un 360° de humo. Focos por todos lados. Desolador. "Esto no lo para nadie", dice un trabajador de Vialidad (analizan cortar la ruta) pic.twitter.com/3uVIQA6v6g
— Ricardo Robins (@ricardorobins) August 18, 2022
En el kilómetro 19 hay apenas una certeza. El humedal cruje. El horizonte son 360 grados de humo. El piso está negro y tibio. Nos hemos acostumbrado a verlo. Impacta tocarlo. Y mientras todos se señalan, el fuego se come la mayor reserva verde de la región y el cambio climático anuncia más fenómenos extremos.
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