Ana sembró lechugas antes de fin de año. Pero 2022 no fue gentil con los huerteros y se despidió con calores letales para esas plantas. En enero volvió a intentarlo. “Venían creciendo lindas pero se quedaron también”, lamenta. Otra ola de altas temperaturas con soles demoledores sepultó ese segundo intento. No fue algo nuevo tampoco, Rosario registró el mismo mes del año pasado tres fenómenos de ese tipo (térmicas sostenidas por encima de las máximas y las mínimas por al menos tres días). Nunca había pasado desde 1964 y en este siglo se hicieron más frecuentes.
Ahora, después de las últimas lluvias que ilusionan con ponerle fin a una larga Niña de tres años, Ana se prepara para un tercer intento. Tiene los plantines en almácigos, listos para trasplantarlos a una hilera que quedó descubierta tras la pérdida de las acelgas. De esa especie, recuperó a unas cuantas que sobrevivieron y las está reagrupando. “La acelga es guapa pero con este calor no hay guapo que aguante”, resume la mujer de 62 años que hace tres se sumó al Parque Huerta Oeste y que trae saberes desde lejos: su juventud en el campo en Chaco.
Con un sombrero camuflado amplio que la protege, remueve la tierra con un cuchillo, arma el hueco y ubica las raíces del puñado de acelgas que sigue verde. Pero siente que falta algo. “Las lechugas van a volver a salir, van a quedar bien”, dice y explica por qué tanta insistencia (la tercera) para tener esa verdura de hoja: “¿Una huerta sin lechuga qué huerta es?”.
En la parcela de enfrente, Nely tiene de esas hortalizas bajo la protección de una media sombra de un metro y medio de alto. Pero los fenómenos extremos (cada vez más habituales según los estudios sobre cambio climático de la ONU y otras fuentes) son difíciles de esquivar. Son como la humedad o el agua (en este caso todo lo contrario) que pese a las barreras baja y por algún lugar el problema se mete.
La huertera con 24 años de experiencia (y otros cinco en el Inta de Goya, Corrientes ) levanta una planta que tiene las hojas de un costado seco. “Agua tenemos, a veces más a veces menos, porque hay riego y somos muchos, pero el calor y el sol me arruinó las plantas”, diferencia.
Se detiene en otra hilera. Acá no están secas sino estiradas. Analiza que por efecto de la media sombra, la planta gana altura en busca de la luz, crece más rápido de lo que debería. En lugar del racimo habitual de hojas parece una vara discontinua. En términos comerciales se “deforma”. Por eso no la venden aunque la consumen porque tiene los mismos nutrientes.
A un costado, Fabián y Rosana también buscan el punto justo para “techar” los cultivos. Tienen unos canteros o bancales tapados también con fibra de plástico pero baja, apenas elevada, tipo carreta. “Así evitamos el peor sol que es desde las 10 hasta las 16. Pero al regarlas, el agua se evapora y se genera un efecto invernadero por el calor y entonces la planta como que se hierve, termina siendo perjudicial”, describe Fabián y asoman unas acelgas tristonas, algo caídas, en medio de otras más firmes.
“La sequía con altas temperaturas es demoledora. A pesar de que tenemos riego, puede haber poca presión y la lluvia es muy necesaria, es otra cosa”, agrega. De fondo en sus relatos asoma una batalla solapada, regulada en este lugar por las asambleas y la contención del grupo de Economía Solidaria de la Municipalidad de Rosario. La pelea por el agua.
Pulgones, 7 de oro y arañuelas
El Parque Huerta Oeste, en Favario 8050, fue inaugurado en diciembre de 2020 aunque los trabajos comenzaron antes. Es un predio de una hectárea y media cedido por una empresa al programa de Agricultura Urbana de la Municipalidad, que se expandió en pandemia. Es un vergel diverso entre una fábrica y una cárcel (la Unidad Penal Nº 16).
La lógica de las parcelas es dinámica porque se entrega por un año a personas u organizaciones aunque se puede quitar ese permiso si la tierra no se trabaja ni se mantiene. Ahora son unas 25 familias y agrupaciones sociales que trabajan todos los días o día por medio. La huerta no tiene tregua ni feriados, mucho menos cuando un día amanece con sequía extrema y a la tarde llega el aguacero con ráfagas que tiran abajo estructuras o tumban plantas, como ocurrió el viernes pasado.
“Cuando abrimos este espacio ya sabíamos que estaba la Niña y apuramos el sistema de riego. Antes era más artesanal, había un caño que alimentaba a todos por igual, y ahora tenemos una bomba con un tanque de 5.000 litros. Cada parcela tiene una toma con su canilla y turnos asignados de uso”, afirma Pablo Nasi Murúa, subsecretario de Economía Social.
El próximo paso es sumar bombas que alternen (y no se quemen tanto por el exceso de trabajo) y agregar una cisterna en el fondo del parque, porque los de atrás tienen menos presión. Ese es uno de los temas principales de discusión en las asambleas de los huerteros. La ausencia de precipitaciones hace indispensable repartir el agua. Hay horarios fijados dos veces al día. Pero si alguien deja la canilla abierta para garantizar su suministro (algo que ocurre) perjudica al vecino.
Para mantener la humedad, algunos suman coberturas con pasto y otros techos con fibras de plástico. Pero no hay nada como el agua que se condensa en altura y cae destilada (algo contaminada quizás) desde el cielo.
–Ahhhh –dice Nely, la huertera nacida en Goya, cuando le preguntan por la lluvia de la semana pasada– El agua reverdece todo, cambia todo. Los zapallos, el pimiento, la albahaca. El repollo viene bien pero la seca trajo pulgones.
Arranca una hoja del repollo que se va formando (le faltan aún dos meses para cosechar) y debajo está conquistado por esos insectos fitopatógenos (un ingeniero agrónomo no se privaría de decir que son áfidos, Aphidoidea).
–Es por el calor, buscan el agua del repollo.
–¿Y los tomates acá cómo están? –le pregunta Patricio Flinta, coordinador de Espacio Productivos de Economía Solidaria que acompaña la recorrida de Rosario3 por el lugar.
–No les gusta la seca. Al tomate le gusta mucho el agua. Por eso le puse acá riego, ¿ves la manguera con goteo? Con buena agua les va de maravilla sino viene la arañuela, que con la seca se come los tomates.
–¿Y estos bichos amarillos que le hacen?
–Ese es el “7 de oro”, al tomate nada pero a la verdura de hoja sí: a la acelga, lechuga, rúcula. Se las chupa y les deja un agujero. Algunos la compran igual porque te dicen “prefiero que esté agujereada y no llena de químicos” –explica Nely.
–Claro, otros prefieren la verdura perfecta pero están comiendo plástico. Acá, cada huertero puede manejar su espacio pero el único requisito es que sea agroecológico. Una vez que probás el tomate de acá no volvés a comprar del otro –aporta Patricio.
El tomate es chico, algo irregular, puede incluso tener unas manchas o líneas negras. Pero morderlo es sumergirse en una pulpa sabrosa y pastosa. Parece mentira tener que alejarse de los centros comerciales habituales, acercarse a una feria verde o un punto de venta de los siete Parques Huerta que existen en la ciudad, para volver a comer un tomate.
Breve balance de tiempos extremos
Un repaso de las principales consecuencias de la sequía que preparó Economía Solidaria indica: cayó la producción de verdura de hoja, el tamaño y el color de las calabazas se modificó (zapallos más chicos y de un amarillo gastado, como pasto seco), poca producción de choclo (por la invasión de los bichos “7 de oro” que se comen el polen de la espiga del maíz).
Buena parte de los tomates se enfermaron. Las radichetas, rúculas y acelga de verano crecen bajo cubierta y con semillas propias (algo que destacan también como parte de la soberanía y garantía de los cultivos agroecológicos). Berenjenas, pimientos chauchas, zucchini y zapallito de tronco están en buenas condiciones.
Las estrategias que se utilizan, además de las mencionadas de cobertura vegetal, media sombra y riego por turnos, son el abonado del suelo, los preparados para control de plagas (diatomea, cola de caballo y otros). “Todo eso hace que el impacto de la sequía sea menor”, señalaron.
Además, ya piensan en un posible Niño con abundantes lluvias en poco tiempo como las de la semana pasada. Algunas claves: profundizar las zanjas de las líneas de cultivos, elevar la loma para que la planta no se inunde (“que no se planchen”, dice Nely) y mejorar los desagües de cada parcela.
Volver al tomate
Una de las parcelas que tiene movimiento este lunes que Rosario3 visita el Parque Huerta Oeste es la cedida a la Fundación Emperador, que contiene a familias de personas electrodependientes.
Algunas personas viven de lo que cosechan y comercializan en ferias o en el propio parque (sobre todo los viernes). Otro grupo, como la organización barrial Cuba, destina la producción que hacen personas con el plan Potenciar Trabajo (como Oscar y sus hijos mellizos) para nutrir de verduras a los comedores. La misión de Emperador es más bien social, de esparcimiento para las personas con discapacidad.
Fabián y Rosana se encargan de mantenerlo para que las familias puedan aprovechar al aire libre. La sequía fue un desafío extra. “Al principio –narra ella–, poníamos las semillas sobre la tierra y no la queríamos tapar porque quedaba más prolijo. Pero en verano hay que hacerlo, ponerle una cobertura verde arriba. Antes al pasto lo tirábamos y ahora es un bien preciado, lo aprovechamos para tapar la tierra y conservar la humedad”.
“Fuimos aprendiendo con el tiempo, con lo que nos enseñan Nely y Ariel que saben un montón. También con los cursos para hacer herbicidas ecológicos y respetar los tiempos del calendario lunar. Parece una pelotudez pero no: hay días para sembrar plantas de raíz, como puerro o zanahoria, y otros distintos para los de hoja. También cómo agregar la caléndula en medio del cultivo, que es una guardiana que se lleva todos los bichos y protege al resto”, sigue.
Fabián dice –mientras arregla el techo con media sombra que se desprendió en la última tormenta–: “Acá aprendés a superar las frustraciones, este es un terreno apto para eso”.
De esa variedad está hecho el Parque. En los próximos días habilitarán un octavo espacio en la zona sudoeste y más adelante otro en el norte. Serán nueve huertas urbanas que afianzarán el programa que tiene más de 150 huerteros en unas 25 hectáreas, y que fue premiado a nivel internacional.
Además de generar fuentes laborales y alimentos saludables, quizás estos rincones verdes sean un camino a replicar en otras áreas para mitigar desde las ciudades el cambio climático, que no es una amenaza abstracta que se lanza desde foros lejanos ni una ficción. Lo saben los huerteros que cada día deben batallar contra sus efectos. Los impactos se proyectan al resto de la sociedad, cuando todos se preguntan por qué no hay lechuga o cómo fue que se disparó el precio del tomate. El desafío fue mil veces planteado por ecologistas y ambientalistas. Como cuentan Fabián y Rosana, aprender de los que saben leer la tierra para producir y consumir de otra manera.