Nacida de la misma Cartagena que Gabriel García Márquez, a la escritora colombiana Margarita García Robayo no le interesa para nada hacer otro Macondo. Con tonada caribeña, pero desde Buenos Aires, donde vive hace ya muchos años, comparte su propio mundo en un género difícil de clasificar, ficcional, intimista y real a un mismo tiempo.
Su último libro, El sonido de las olas (2020), reúne tres novelas cortas y llega después de otra obra suya, Primera persona (2017), que le permitió delinear ya conscientemente un corpus de temas, con la desigualdad en América Latina a la cabeza, y un método también ya muy refinado que busca, sistemáticamente, subvertir versiones, dudar de todo.
La distancia, los orígenes, la presión del "feminómetro" y la voz propia en esta nueva entrega del Club de Lectura.
–¿Cómo fue encontrar la voz propia en esta doble pertenencia tuya Colombia-Argentina?
Es algo que me pregunto todo el tiempo, si se modificó. Yo creo que sí, pero no se si se modificó en el sentido que se argentinizó, o a veces pienso que quizás más bien se afianzó en cuál era mi foco, aquello que me interesaba entonar, para seguir con la metáfora musical.
Yo creo que tiene que ver mucho la distancia, tomar distancia de aquello que uno siente que es lo que quiere narrar, lo que quiere contar, lo que quiere mostrar en ese universo que es la literatura; y en mi caso tiene que ver mucho con este concepto justamente del origen, de la pertenencia. En muchos sentidos, pero sobre todo la pertenencia como un concepto muy ambivalente, ese sentir y no sentir esa especie de afinidad con los lugares donde venían a sonar todas las alarmas de la pertenencia.
Creo que definitivamente la voz se modificó, no lo digo en términos estéticos o literarios, no se si para bien en ese sentido, pero sí para mi fue definitivamente una ganancia haber tomado distancia para poder contar eso que quería contar.
–¿Cómo manejás los modismos?
Soy como poco extrema en eso, (con) el tipo de texto o género, por decirlo de manera grandilocuente. A mí me gusta más hablar de registro narrativo que de género, pero el tipo de registro en el que me suelo mover es uno en el que no necesariamente está oculto esto que se llama la triple identidad y es que el autor puede ser perfectamente el mismo narrador y en algunos casos el mismo protagonista de lo que está contando.
No me interesa para nada disimular todas esas cosas, una voz contaminada, un género que no se sabe si es real, si no es real, que está como en la fisura de ese límite donde caen las cosas que no se sabe muy bien qué son: si es literatura, si es ensayo, si es ensayo personal, si es qué.
Entonces, lo que al principio podría haber considerado una limitación que era esta voz híbrida o esta cosa que uno lee y no sabe ubicar muy bien dónde están los personajes o desde qué lugar te están hablando, para mí, y lo digo luego de haber publicado varios libros y de haber leído algunas reseñas y ver cómo cae eso, yo creo que se ha convertido en una marca de estilo, como algo que está ahí en las cosas que escribo porque es algo que está en mí y si algo no me interesa hacer cuando escribo es tratar de camuflarme o de ocultarme, no dejar que salgan todas esas cosas que son como pequeños lunares en la voz narrativa.
–Decís que no intentás camuflarte. ¿Hasta dónde vas? ¿Hay un límite a la hora de preservar cierta intimidad o vínculos?
Parte de tomar distancia es intentar aprender dónde colocar ese límite y si vale o no la pena cruzar ciertos límites. Creo que eso te lo da probar, equivocarse. Me he peleado con una miembro cercana de mi familia, he estado distanciada de gente que me importa... Algo que me planteé de muy temprano, cuando empecé a escribir, es que si yo quería hacer esto, tenía que importarme casi que por encima de todas las demás cosas y no podía permitirme ser mezquina en la literatura. Que el punto no fuera ¿cómo le va a caer a este? Eso tendría que estar como en un segundo plano siempre.
En primer plano, si valía la pena, según un criterio siempre subjetivo, pero que me deje satisfecha en cuanto a lo técnico. Si esta pieza me parece digna de ser llamada literatura y me juego una posible discusión futura por eso, lo hago, no tengo ningún problema, casi que los conatos de peleas, discusiones o conflictos que he tenido los resuelvo con que yo no transo con mi oficio. Es como lícito permitirse contar cosas.
Tampoco está dentro de mi ámbito de interés contar chismes o cosas que crea que le puedan afectar seriamente a otro, un delito, una infidelidad. Ese tipo de cosas no están dentro de mi rango de temas que me parecen interesantes, pero sí cosas que me involucran muy de cerca, que parten de una experiencia muy cercana y que modifican a quien narra y por eso me parece digno de ser contado.
Porque cuando algo modifica al narrador también habla un poco de cómo se modifica el entorno que habita y más allá de que a mi me interesa a partir de una experiencia individual, para contar cualquier cosa, a mi me parece terrible cuando un texto se agota en esa experiencia individual y no sirve casi como síntoma para ver un poco más la película más grande: qué está pasando en este lugar, en esta sociedad, en esta generación, en estos momentos del mundo como para que este personaje se modifique de esta manera.
Creo que partir de una experiencia personal es una excusa para hablar de algo mucho más trascendente, por ponerlo en términos solemnes, que nos de información de la esfera en la que existe ese narrador, no exclusivamente sobre ese narrador.
–Trabajás con varias publicaciones con temas por encargo, muerte, amor, lactancia, ¿hay algun tema del que digas no hablo?
No le digo que sí a todos los temas que me encargan, antes sí, trataba de hacer todo lo que me pedían. Pero, sí, ultimamente creo haber llegado a cierta certeza y es que sé cuál es el gran tema que me interesa tocar, más allá de cuál sea la excusa, el argumento o el shortcut le llamo yo, para hablar o seguir hablando de ese gran tema. La verdad que son varios pero no son mas de dos o tres.
Para mi los escritores o la gente que hace arte, que está dedicada a expresarse a través de una obra artística tiene dos o tres cosas en la cabeza y pone el foco. Cuando el encargo que sea, se desvía demasiado de ese interés en particular que es lo contemporáneo, de los vínculos... Me interesa mucho esta idea de parentezco o de pertenecer o no a geografías o composiciones familiares o no. Y en términos más políticos, mi gran tema que atraviesa todo, con conciencia o no, es la desigualdad y Latinoamérica: cierta clase media latinoamericana que pone en evidencia la tremenda desigualdad en la que nos movemos todos en esta región.
La verdad que cuando consigo que me encarguen algo que pueda enmarcar en esos grandes temas, me siento super afortunada, me dieron una excusa para seguir hablando de esto que son mis temas. Y cuando eso va por otro lado, trato de esquivarlos, salvo que sea un trabajo muy tentador, pero en general no y sobre todo ahora trato de no hacer cosas que sienta que las hago porque sí, o por obligación o por el dinero. A ver, todos, en esta profesión, todos todo el tiempo estamos necesitando dinero, pero trato de que eso sea lo último a la hora de considerar un tema.
–Trabajás con la desigualdad también en términos de género, ¿cómo te llevás con el "feminómetro"?
Terrible, pero es uno de los temas que trato de no hablar porque entre más hablo, como que más me hundo y el feminómetro se marca.
Creo que he escrito bastante al respecto y me pasa que no encuentro una sola causa feminista que no apoye, en términos prácticos e ideológicos, soy extremadamente feminista. Tengo problemas con, que ni siquiera es con la manera en la que se expresa el feminismo, sino con un concepto todavía superador que es la idea del reconocimiento. Creo que pasa por ahí: apoltronarse en un lugar donde lo que importa son las manifestaciones formales, estéticas más alla del tema de fondo, y ahí es donde empieza a hacerme ruido el estilo. Porque creo, porque no me parece menor, que eso termina desvirtuando o dejando en la bruma un montón de otras cosas que sí merecen la atención. Eso: los estilos, las formas, las maneras de mostrarse.
Pienso que me gusta más la parte analítica, reflexiva que jerarquiza y que pone en escena las causas que tampoco tenemos que discutir mucho para saber cuáles son. O sea, todas estamos más o menos de acuerdo con cuáles son las causas más urgentes y cuando nos conseguimos poner de acuerdo con cuáles son las causas más urgentes me parece que tiene mucho éxito y que salen. La prueba es que en Colombia, un país que era absolutamente impensable que se legalizara el aborto, se legalizó y aparte con una manera mucho más progresista si se quiere que en otros países como Argentina, donde parecía que iba a ser mucho más rápido y mucho más laxo en cuanto a las semanas (de gestación) y vemos que no, que todavía seguimos con algunas limitaciones. Creo que tuvo que ver con esa conciencia de “esto nos importa, vamos a tratar de que prevalezca por encima de la voz individual o la voz preponderante”.
Eso por un lado, pero por otro lado, también creo que toda esta incomodidad o molestia que a veces me generan esas expresiones por la confusion que generan, y al mismo tiempo, cuando veo a la otra gente que no sabe dónde situarse, o veo a los hombres que no saben muy bien qué hacer, cómo comportarse, me parece que es tan natural y que está bien que ocurra, porque en un momento donde se están produciendo cambios, sobre todo ideológicos y de conciencia de una sociedad, tiene que haber gente confundida y gente que de rebote sale perjudicada. Y bueno, te tocó. Quejas de hombres no acepto. Hombre, blanco, heterosexual, clase media... digo "ya está, tuviste todos los privilegios del mundo y de la historia, lo mínimo es que te sientas confundido, incómodo, y que no sepas dónde posicionarte". Me parece genial que ocurra.
Ahora, no vamos a decir que "qué pobrecitos, no saben qué hacer". Me parece que está bien que se generen ese tipo de incomodidades: “ahora soy culpable sin haber...”. Sí, todos somos un poco somos culpables de cargar con una historia y de cargar con un estereotipo y con una ascendencia, sí. Tengo posiciones que podrían estar encontradas pero que yo siento que en un punto se reconcilian.
–Recuerdo tu crónica sobre lactancia (La cruzada de la leche) y estas nociones del tipo "soy buena madre si cumplo con los seis meses de teta", sin grises...
De acuerdo, total. Yo le tengo terror a las certezas, las certezas me parecen embrutecedoras y que retrasan. No se puede tener certezas sobre nada, preferiblemente, pero mucho menos sobre todo.
Esa gente que se muestra tan segura me genera mucha duda porque para mí el camino es la duda, justamente. Tratar de no dar por cierto nada y ahí entra algo que siento que es un poco la función que, por lo menos a mí, más me interesa desde la literatura que es tratar de subvertir versiones como la versión de la lactancia materna a como dé lugar y más allá de las circunstancias personales de cada quién, es lo que va y tal. Bueno, tratemos de pensar un poco eso, y subvertir esa versión y plantear alternativas.
La feminista ciega que se las sabe todas y no acepta ninguna otra posición, no oposición, matiz dentro de su discurso... Bueno, veamos que hay ahí. Siento que la literatura, la crítica, el periodismo tiene ese lugar que estaría buenísimo recuperar: poner en duda las cosas dadas por ciertas y tratar de construir versiones que pongan en duda. Que se cuestione, más que se den respuestas. Me interesa mucho más aquel autor o artista que se pregunta constantemente cosas, aún cuando no se dé una sola respuesta, que aquel que está lleno de certezas
–¿Cómo logras vos subvertir versiones? Decís que "la literatura es un cúmulo de trucos para que un texto funcione", ¿cuáles son los tuyos?
Son muchos. Volviendo al tema del tipo de textos que a mi más me atraen, también como lectora, porque también entra el tema de los géneros o los tópicos que estan muy codificados como "un thriller es esto, la novela negra es esto, un melodrama es tal cosa". Y hay gente que, que recontra respeto, sabe muy bien cuáles esos códigos, esas claves, esos formatos. Los conoce a la perfección y los ejerce a la perfección. Por supuesto, a esa gente le va muy bien y tiene éxito, pero a mí me gusta más como experiencia de escritura y de lectura, la gente que quiere experimentar nuevas cosas con esos formatos aún cuando estén cerradísimos y se sepa que son eficientes. Y hay muchas maneras de hacer eso: una es desde lo formal, y otra es desde el contenido.
Hay una escritora que yo admiro mucho, que creo que todos admiramos mucho acá en Argentina, que es Mariana Enríquez que hace terror. Según el mundo ella hace terror. Ahora, yo creo que ella hace un terror muy particular. Más allá de que lo ejerce a la perfección, conoce el formato, conoce las claves, está a la altura de Stephen King en cuanto a la elaboración, en cuanto al manejo del formato. Lo original de Mariana es que ella lo llena con contenido que Spethen King no podría tener nunca en la cabeza porque nunca vivió en Constitución, porque no trabaja en Página 12, porque no vio la frontera del Paraguay... La manera que tiene alguien muy mainstream, Mariana Enríquez de subvertir un formato cerrado y tal, es llenándolo con un contenido propio, original, que sólo ella conoce y puede ponerlo de esa manera, iluminar el formato de esa manera.
Ella ahí está subvirtiendo un formato que podríamos todos llenar con circos, con mujeres de dos cabezas... Podríamos todos caer en lugares comunes y estar bien hecho. No digo que el lugar común sea siempre malo, pero podría llenar de lugares comunes igual y salir airoso. En el caso de ella esta lejos de ser un lugar común el contenido que le pone. Eso es un ejemplo de como subvertir sin tocar el formato, y otro ejemplo es desde lo formal.
A mí me interesa desde lo formal, tratar de que esas cosas que están cerradas como la llamada autoficción que consiste en que uno agarra acontecimientos reales y hace una ficción con ellos. Ya ese género es una subversión en sí mismo. Si tu tomas una historia real y haces ficción con ella, ¿qué parte es real y qué parte es ficción? Creo que esa ambivalencia genera una especie de subversión. Una vez más, la manera de subvertirla depende de cada autor, de hasta dónde.
Yo conocí hace poco un escritor catalán que hacía esto; hacía, en realidad, crónica periodística, pero en las crónicas que eran absolutamente reales y pegadas a lo que estaba contando –ibas a buscar a los personajes y tenían DNI–, pero esta gente por ejemplo, volaba. O había alguien que de repente te sacaba una espada en el medio del barrio Gótico y te tiraba fuego. O sea, se permitía, aunque todo eso era real, darle poderes a sus personajes reales. Todo ese tipo de cosas que parecen locuras, delirantes o pavadas, a mi me interesan como experimentación. Y la experimentación es, una vez más, subvertir aquello que está dado por cierto que es esto de “la crónica es esto, nadie puede tirar fuego por la boca”. Cuando la gente intenta cruzar esos límites, aunque se cree una fisura rara, mediocre, poco lograda, a mi me parece super bueno porque creo que enriquece. Entre más versiones tengamos sobre aquello que está instalado, me parece que enriquece la literatura.
–Vemos detrás tuyo una biblioteca hermosa, muy ordenada. ¿Qué libros estás leyendo ahora, por trabajo, por placer?
Siempre estoy leyendo en simultáneo varias cosas y las tengo en la mesita de luz. No se me da tener muy ordenada la biblioteca, pero sí siempre estoy leyendo algo. Ahora mismo estoy leyendo un libro de una colombiana (Lorena Salazar), que se llama Una herida llena de peces. Me interesa mucho porque es un libro que tiene una manera distinta de aproximarse a uno de los grandes temas en Colombia que es lo racial, y esta es una apuesta osada, diría, porque va a haber gente a la que no le va a caer bien. Pero volvemos a esto que decía, me parece genial que lo pruebe, que lo intente. Y hasta ahora va muy bien.
Es una chica que vive en el Pacífico colombiano, que es una zona muy pobre, muy deprimida, y que, sobre todo, tiene población afro. Y ella tiene un hijo, es una chica blanca que tiene un hijo negro que no es suyo, que se lo regalaron digamos, y está huyendo con él a través del río. Y toda la novela es un viaje por ese río, pero uno no conoce muy bien los motivos por los que la chica se está yendo, entonces todo el tiempo querés saber: pero, ¿a dónde van? ¿quién se lo dio? Va dosificando la información. Es muy interesante porque en el medio también hay reflexiones sobre ser blanco en una población negra.
Y arranqué un libro de una irlandesa (Doireann Ní Ghríofa) que es maravilloso, pero no está traducido. Se llama A ghost in the throat (Un fantasma en la garganta). Y es de lo mejor que he leido en los últimos años. También, es una apuesta académica que se obsesiona con una poeta, como con un canto irlandés, por decir el Martín Fierro, pero allá (en Irlanda), que lo escribió una mujer y es un texto plañidero, como de duelo, es un poema sobre su marido que lo mataron. Es larguísimo y es una cosa que se va alimentando de otras mujeres que agregan colas al poema. Y ésta se obsesiona con esta escritora y empieza a investigarla. La descubre de casualidad, se acuerda que la leyó en el colegio y empieza a investigar sobre ella, entonces va contando cosas de su vida, la lista del supermercado, que tiene que aspirar, buscar a los hijos al colegio y al mismo tiempo cómo se vuelve alguien que está tan obsesionado con esta escritora que todo lo demás deja de tener importancia. Es su búsqueda, su investigación, su vida en el medio. Termina yendo al pueblo de la mujer, entrando a su casa.
Es muy lindo. Y es muy, en el mejor de los sentidos, muy femenino. Cómo han escrito estas mujeres ese poema a lo largo de los años, cómo ha sido leído ese texto escrito por mujeres por otros hombres que han sido los que han reflexionado sobre este texto. Y no hay un solo texto crítico de una mujer frente a esto que fue escrito por mujeres y ese es el intento de ella. Se ganó todos los premios en Irlanda, es hermoso el libro, ojalá lo traduzcan.
–Mencionaste a Mariana Enriquez, ¿qué otros autores argentinos te gustan?
Hay un montón. Me parece que acá hay mucha fertilidad, son muy buenos. Me gusta Federico Falco, me gusta Samantha Schweblin. Pasa que son gente ya instalada, pero me gustan mucho.
Me gustan mucho dos autores jóvenes, bastante nuevas en cuanto a su obra: una se llama Ana Navajas que escribió un libro que se llama Estás muy callada hoy, lo sacó Rosa Iceberg. Y la otra se llama Adriana Riva, me gustaron mucho sus cuentos y también su novela que se llama La sal, que salió con Odelia. Y son todas autoras muy particulares por el registro que tienen, muy sutil y muy inteligente. Maga Etchebarne también me gusta mucho cómo escribe. Y hay un autor que me gusta mucho, no recuerdo si ya salió su libro de cuentos, pero va a salir una novela, se llama Matías Buch, y recuerden ese nombre porque creo que es de las mejores novelas que leí. Es maravillosa y creo que va a salir pronto.
–Hablando de certezas y referentes, ¿hay autores que no se cuestionan? Pienso en Jorge Luis Borges o Gabriel García Márquez.
Uno puede decir todo lo que quiera, sobre todo si viene de un lugar genuino y no un lugar de ponzoña o de resentimiento. Porque siempre puede ser que a uno no le guste alguien que es genial y que le va tan bien que lo odia. En el caso de estos tótems, gente super instalada y que están como dados por ciertos, no se puede hablar de ellos, está bien que se cuestione.
Lamentablemente no es mi caso, a mi me parece García Márquez genial, hizo algo brillante y lo que consiguió construir a nivel de imaginario latinoamericano en la literatura colombiana... y latinoamericana, porque en todo el mundo se conoce como que eso es Latinoamérica, es genial y es de alguien muy capaz y muy habilidoso.
Ahora, si la pregunta es ¿quieres ser como García Márquez? De ninguna manera, no quiero escribir como García Márquez, no quiero construir Macondo... Y pasa mucho que los autores de generaciones porsteriores la tuvieron más difícil porque vinieron justo después, esos que vinieron justo en el medio y que si no hacían eso, medio que eran desdeñados porque era lo que la gente quería. Estamos en este camino y podríamos ser los hijos o nietos de García Márquez... Cuando vamos a otros lados y nos traducen en otros países, la gente se sigue preguntando. Yo encima soy de Cartegena, del Caribe, soy de la ciudad de él, entonces, recuerdo mis primeros libros publicados en España, me acuerdo particularmente una crítica que decía "no se de qué lugar me habla porque esto no se parece nada al Caribe que tenemos en la cabeza". Era una novela medio trash, un Caribe lado B mal, al que no tienes acceso si no decides tener acceso, entonces es raro porque parece que uno se lo inventó y el lugar verdadero es el de la literatura instalada y luego los otros son "¿de dónde estás escribiendo?". Es un delirio.
Es raro seguir o que te obliguen a seguir una tradición que no quieres seguir. Porque sí que el tipo es genial, e hizo una cosa maravillosa que todos leímos y disfrutamos, pero después, que una quiera hacer eso, son como dos preguntas distintas que se tienden a confundir y también se tiende a analizar cierto tipo de literatura, la literatura argentina con respecto a Borges, la literatura colombiana con respecto a García Márquez, etc., etc. siendo ese el valor que lo sitúa en estar bien o mal, según se parezca más o no.
De todas maneras, creo que son como acercamientos, como más mainstream, masivos, hacia la literatura que, por otro lado, y vuelvo al concepto del reconocimiento, a mó me parece que justo esos son de los que hay que alejarse y que no hay que tener tan en cuenta porque creo que los libros encuentran sus lectores donde sea, y sobre todo esos libros que tardan en llegar a ciertos lectores. Cuando los encuentran, creo que dan con el lector indicado, siempre. Es como las parejas, los hombres, los amores. Uno da con algunas personas, después se va, no se, pero en la vida por lo menos te tocó una. Y con los libros, igual, no me da miedo eso porque justamente creo que cuando una escribe a conciencia de que esos son los temas, ese es el formato, esa es la manera, como mejor me salió, no digo que sea lo mejor, pero que lo hice con la conciencia de que es ésto lo que quiero entregar al mundo, lanzás la botella y a alguien le va a llegar y cuando eso ocurra, me parece que ya va a valer la pena.
–En ese sentido, y considerando que tenés mucho publicado, ¿cuál fue la obra, artículo, novela que más te gustó escribir o que sentís que fue quedó tal cual querías?
Difícil. Encima yo tengo algo que es... todo lo que ya salió me parece, si tengo la osadía o de casualidad abro y leo, digo "uy no, ya ni escribo así", me hago la superada. "Lo mejor es lo que sigue", digo. Pero, es muy difícil, no podría decir “es este libro”.
Sí creo que hubo como una especie de punto de inflexión cuando empecé a tener conciencia de qué es lo que quería decir y no lo hacía tan inconscientemente. En mis primeras novelas yo las escribí sin tener mucha conciencia. Era como, bueno encontré este argumento, quiero decir esto, pero no tenía muy claro previo a escribirla qué era eso a lo que quería llegar, lo que quería decir. Y lo que me pasa es que, creo que, por acumulación, cuando no eres muy brillante te tiene que pasar muchas veces algo para decir "¡ah! entonces era ésto a lo que me refería".
Me pasa con Primera persona, porque Primera persona es un libro de ensayos personales o de textos semiautobiográficos, o autoficcionales, como quieran llamarlos, que fue escrito a lo largo de muchos años. Cuando me encargaron el primer artículo fechado ahí, en total serán diez años de escritura en ese libro, yo no tenía claro tampoco. Es como que me daban una excusa para escribir: te doy el tema del territorio y entonces, "bueno, ¿qué hago? bueno voy a escribir sobre el mar". Escribe sobre el enamoramiento, sobre no se qué. Me tiraban los temas e iba escribiendo de manera unitaria los textos.
Cuando me proponen hacer un libro que junte estos textos, ahí me doy cuenta que más allá de cuál era el marco, el encargo, la consigna, el tema puntual, yo venía escribiendo lo mismo, quiero decir conseguía encausar mis preocupaciones y aquello que me importaba del mundo más allá de cuál fuera el marco conceptual. Yo conseguía encausar ahí todo eso que me preocupaba y el foco que quería poner del mundo. Entonces, ese libro fue como un aprendizaje, una enseñanza y además fue el único que tuve que leer de cero y tratar de hacer una compilación de artículos. Y me gustó ver ese panorama, darme cuenta que finalmente ese era un mapa de temas en el que venía insistiendo a lo largo de los años y verlo conformado me pareció un aprendizaje, como decir “bueno, de esto se trata, esto me interesa, entonces ahora vamos a afinarlo y hacerlo bien”.