“Hay que amasar el pan para vivir, porque se vive, para seguir viviendo. Escribir. Amasar el pan. No hay diferencia”. ("Escribir", en Teoría de la gravedad)
Leila Guerriero, la cronista de la métrica perfecta y la “mirada siempre puesta”. La de la palabra y el tono justos. La que no subestima a su lector, pero lo explica todo.
Este año reeditó su libro Frutos extraños, que recoge discusiones, reflexiones, perfiles y, por supuesto, crónicas. Pasó por el Club de Lectura de Rosario3 y charlamos sobre periodismo narrativo, la tiranía distractiva de las redes sociales y la crisis de los medios de comunicación.
Sobre la pandemia, música y series.
Y escribir, siempre escribir.
–Coordinamos esta entrevista solo por mail, ¿usás WhatsApp o redes sociales?
No uso redes sociales y de hecho uso muy poco cualquier otro tipo de comunicación, como por ejemplo WhatsApp, lo uso para trabajo en caso de necesidad última. Me resulta sumamente distractivo, no convivo bien con la interrupción permanente y la red social es una interrupción permanente, hay algo de tu concentración que se va por ahí. Nunca tuve redes sociales, pero veo lo que sucede con eso y veo lo que pasa con el uso permanente del celular. Yo de hecho estoy muy pendiente de los mails y de la web en general. Cuando estoy muy pegada con una información, estoy realmente pegada... digo de la web, de la televisión, de los diarios. Veo que cuando algo realmente me capta me pongo muy, muy pendiente de eso y no quiero multiplicar eso en todos los ámbitos, en siete u ocho portales de mi vida.
Abrirle la puerta a eso es abrirle la puerta a la completa desconcentración. Además, el mail es amable en términos que vos podes abrirlo, mirarlo, pensar cómo lo vas a responder, cuándo... todo lo demás es super inmediato. No te da tiempo a pensar, a reflexionar. Yo no soy partidaria de la inmediatez en ese sentido.
–¿En qué medida te parece que la necesidad de exposición constante, de consumir información todo el tiempo, afecta al periodismo narrativo en Argentina hoy en día?
Me parece que son dos cosas completamente distintas. Creo que el periodismo narrativo va contra la urgencia, va lento, en otro ritmo, no está en su naturaleza. No tiene nada que ver, es como si me dijeras de qué manera acepta el helado de chocolate el asado con cuero, son dos metodologías distintas, ni mejor ni peor la una que la otra, pero cada una tiene sus reglas. No podes hacer trigonometría y costura al mismo tiempo, es distinto.
–¿Creés que existe una sobrecarga de información en comparación con lo que verdaderamente necesitamos saber? ¿Hay una crisis del periodismo o de quiénes llevan adelante los medios de comunicación?
Creo que es una crisis de medios, claramente. Mirás hoy el portal de cualquier diario, considerado serio incluso, y lo ves repleto de títulos gancho para que hagan click bite. Yo ya ni entro cuando veo una nota titulada de esa manera, prefiero leer otra cosa. Me pone de mal humor, siento que me tratan como a una imbécil, que suponen que no me doy cuenta que detrás de eso están intentando captar publicidad del próximo yogur, o del próximo auto o del próximo seguro médico. Eso me parece horrible.
Es una decisión editorial, no es la decisión del periodista que está detrás de esa nota. Y detrás de esos títulos, hay artículos que están muy bien, otros que no están tan bien, como todo. Hay colegas que lo hacen super bien, incluso. Yo soy super respetuosa del trabajo con la urgencia. La urgencia tiene sus propios condicionamientos, tenés que saber patinar a esa velocidad. Patinar me refiero literal: ir a velocidad. Requiere destreza, requiere saber cultivar una fuente, requiere saber a dónde ir a buscar información. Hay gente que desde hace muchísimos años se ha especializado en determinado tipo de cosas, policiales, congreso, y realmente lo hacen muy bien, manejan buena información y todo.
Pero a veces lo que uno ve es eso: la crisis del medio, la precarización del trabajo. Lo que antes podías ir a hacer in situ y tenías un poco más de tiempo, ahora tiene que ser ya, ya, ya porque además tenés que mantener activa la cuenta de Twitter que tenés en el medio, y además como sos un periodista que tiene años en el oficio y conocés el territorio, tenés que ayudar a tu colega que recién empieza, y por ahí viene de la pasantía del Máster de no se qué, a hacer su nota y a titular su nota... todo eso, esa precarización –que no sólo tiene que ver con el hecho de ser freelance o no, podes estar perfectamente trabajando en un medio desde hace años y verte precarizado en tus condiciones de trabajo–,eso también afecta la hechura de un texto, incluso sin tocar temas tan sensibles como podrían ser la política o la economía.
Las crónicas de viaje, por ejemplo. Todo termina atado a una agenda que no es la del propio medio. Muy pocos medios deciden hoy: “Bueno, vamos a mandar a un cronista a ver lo que pasa con la minería en tal lugar y que se quede una semana, y si necesita quedarse dos, que se quede dos”. Lo que se mueve es: te invita la bodega de tal, a probar el vino de altura en tal lugar, entonces va el periodista y además de hacer la nota, aprovecha y como hay un pueblo ahí que está medio precarizado por lo de la mina, va habla con dos personas y vuelve con una nota que no termina de ser...
Culpa de todo. Entiendo que la gente tiene que pagar sus gastos, y todos tenemos que vivir, y entiendo que estar plantándote todo el tiempo ante el editor y decir “No, eso yo no lo hago. No, yo eso tampoco”, es muy difícil.
A veces son intereses muy banales, quiero vender mejor mi vino o que se hable de mi hotel. Siempre estamos pensando a nivel conspitrativo, y no.
–¿Cómo elegir, en ese sentido, un tema que pueda escapar un poco de esa lógica y que al mismo tiempo sea interesante para un público amplio y no únicamente para mi nicho?
El periodismo bien hecho se abre paso antes o después. La vez pasada, creo que fue el año pasado, en plena pandemia, porque me provocó una alegría gigantesca, el diario La Nación publicó, duro muy poquito, en tapa, en la portada digital, un artículo estupendo sobre una película que se llama La zona. Es una película muy de culto, que debemos haber visto siete personas en el mundo porque es un plomo. Era una maravilla el artículo, me llenó tanto de entusiasmo que se lo mandé a un grupo de gente que son participantes de un taller que doy, y les dije esto: “Qué maravilla que un diario...”. Era extensa, bien investigada, estupendamente escrita, entusiasta y un texto que, aunque yo había visto la película allá por el año 1910, aunque no vieras la película te la comías igual porque era una celebración del cine, del cine de autor.
Mandé la nota, entre esos participantes había uno que estaba trabajando en el diario La Nación y puso un mail exultante, diciendo que había sido la nota más leída durante las tres o cuatro horas que había estado subida en la portada. Al poco tiempo, truc, la bajaron. O sea, salió, pero no por una cuestión... no había nada censurable. Entonces me parece que esas perlas, ese reconocimiento la gente lo ve.
Creo que siempre estamos tendiendo a pensar en un lector limitado, yo siempre pienso en un lector más inteligente. Me parece que esa es la manera, escribirle a alguien que es más inteligente que uno, y en ese sentido la cantidad de temas es super amplia.
Primero que nada, creo que un periódico, diario, tiene el deber de estar muy conectado con lo que pasa y ser muy sensible en términos de entender por dónde va al conversación social y que no haya después un divorcio gigantesco entre lo que sucede y lo que refleja. Por dónde pasa la conexión con la gente, ahí veo una desconexión muy grande.
Vos me preguntabas cómo se hace para elegir temas, primero que nada tener un buen equipo de periodistas y que esos periodistas estén muy conectados con la realidad y que tengan un editor sensible y atento, y que tome riesgos, que no vaya detrás de la agenda, sino que vaya adelante de la agenda. No en todo, pero en un buen porcentaje tenés que ir por delante, leyendo adelante, si no, pasan cosas como, desde la política, pasa (el ex presidente de Estados Unidos Donald) Trump, pasa (el presidente brasileño Jair) Bolsonaro.
Ahora están todos riéndose del fenómeno (Javier) Milei. A mí me espeluzna. Digo, riéndose de Trump fue que Trump llegó a ser presidente de Estados Unidos; riéndose de Bolsonaro fue que Bolsonaro llegó a ser presidente de Brasil. Lo digo desembozadamente porque no me merecen ningún respeto esas dos figuras.
Entonces, digo, así empezaron allí, ¿vamos a reírnos cuánto tiempo más de Milei sin tratar de entender el fenómeno que hay detrás de eso? De que si el pelo, de que si que se yo... ¿estamos escuchando lo que dice? ¿Estamos dándonos cuenta que lo votó muchísima gente en barrios marginados? Estamos entendiendo por qué está pasando eso? Por ahí, los periodistas no podemos cambiar eso, pero lo que podemos hacer es tratar de comprenderlo.
Y a veces no hay una conversación muy abierta en ese sentido. Yo hablo mucho con periodistas que están trabajando en medios y hay como una frustración, de que no hay una escucha, que la figura del editor está licuada.
Si estuviste atenta a los medios durante el confinamiento más estricto el año pasado –yo estaba muy atenta al discurso periodístico de abordaje de todas las situaciones–, y había una desconexión enorme entre lo que le estaba pasando a la gente de verdad y lo que reflejaban los medios.
Los medios estaban con el dedo levantado y cometiendo toda clase de escraches a gente que salía a la calle a tomar sol –también había gente que se pasaba– y este año tenemos a los medios hablando del enojo de la población que se tuvo que quedar encerrada; y que si un pobre hombre quería salir a la plaza, los medios eran los primeros en levantar el dedo y decir “¡inconsciente, insolente, bestia peluda que va contra la...!” Y ojo que a mí me parece que hubo que guardar recaudos, me super cuidé, estuve muy de acuerdo con las medidas, pero me parece que había una romantización de la pandemia. “Ay, quedáte en casa, está lindo...”. Y esas madres y esos padres se estaban volviendo locos con los niños, la gente empezó a deprimirse, los adolescentes a cortarse el interior de los muslos, todo empeoró, nadie hizo registro de eso.
Recién este año se está hablando de salud mental y entonces, ¿dónde estaba todo eso el año pasado? ¿Qué estaban mirando los medios? Eso es conectar.
El año pasado en un momento no se conseguían cigarrillos en la ciudad de Buenos Aires, yo dije “uy pobre gente la que fuma, porque es un horror quedarte sin”. Podemos discutir si fumar está bien o mal pero en esta situación, quedarte sin cigarrillos para alguien que es adicto a la nicotina, debe ser atroz, y los medios publicaban “Una gran oportunidad para dejar de fumar”.
Entonces, ¿dónde está la conexión con lo que le pasa a la gente? Cero.
–¿Te asustan en ese sentido los algoritmos?
No me asusta, me asusta la manera incauta en la que gente vuelca información en la web y después se espanta de eso. Esa candidez de “Ay, voy a poner en Facebook el número de teléfono de mi no se qué, o voy a publicar la foto de...” Estás dando información todo el tiempo, que se suma a lo que ya Dr. Google sabe acerca de tus preferencias: buscás alimento para perros con alergia al polen un día y nunca parás de recibir avisos. Es obvio para cualquier persona. Sí me alarma ver cuántos no están alarmados, la entrega...
No veo ninguna precaución en saber que todo el tiempo te están leyendo por detrás, no solo la información que ponés, sino lo que buscás, tus intereses, es un control estatal, privado, lo que sea. A mí el control no me cabe.
Lo que uno puede hacer es no multiplicar esas opciones de control, no tener 40 redes sociales, controlar un poco eso que estás entregando de manera gratuita que es tu vida.
– En 2001 advertías sobre la "mirada zoológica" de los medios sobre las mujeres, esto de mostrar con sorpresa o presentar como noticia que las mujeres pueden hacer lo mismo que los hombres. ¿Por qué te parece que todavía persiste esa mirada?
Hay muchísimas cosas que están muy bien y que se pusieron en la conversación pública en los últimos tiempos, pero me parece que mucho de eso es cotillón y maquillaje y hay mucha gente que no se ha dado cuenta que lo usan como cotillón y maquillaje. Gente incluso con buenas intenciones.
La vez pasada estaba mirando un programa de televisión y hay un humorista, Campi creo que se llama, que está en pareja con Denise Dumas que es una persona que fue modelo, mona, alta, simpatiquísima, super profesional también; y el tipo es un cómico, un imitador muy talentoso, y estando en el programa, todo el tiempo le preguntan cómo había hecho él. Es un señor calvo, una cara normal, un tipo normal, pero ella es como una bomba, y parece que lo que a la gente le llama la atención de esta situación es cómo hizo para “levantársela”.
“No te vamos a hacer la pregunta, pero te la vamos a hacer igual: ¿cómo hiciste para levantártela? El tipo responde, amable y todo, y después el mismo cómico hace un comentario: “Yo trabajé con mucha gente y viste que ya el humor que hacemos ahora no puede ser el mismo humor que hacíamos en los años '80, '90 porque hay cosas que ya no. Ya no podemos hacer un chiste sobre gordos, y me parece que está muy bien”.
Y yo decía, ¿cómo se compagina en el discurso de este hombre –que me parece, repito, un tipo talentoso– que no proteste por el hecho que le pregunten qué (te vio tu mujer)? Y que nunca le pregunten ¿qué viste en ella? ¿Qué crees que vio ella en vos?... Y, ¿por qué este señor está aceptando que le digan feo de una manera tan desembozada?. A ninguna mujer le dirían eso, a ninguna mujer le dirían “¿y usted cómo hizo para levantarse a su marido? Es lo mismo que decirle, sos un escracho, es agresivo, da lo mismo, es un señor y una señora, no se hace. Es falta de educación, está mal, pero por otro lado, por parte de él, no protestar ante eso... Yo, si me dijeran ¿cómo hiciste para levantarte a tu marido que es tan guapo?, bueno, me saltarían algunas alarmas en esa pregunta. ¿Por qué esa agresión? ¿Nos juntamos con gente solo porque nos gusta como lucen? ¿No le vemos nada?
Me parece que todos esos discursos, que están en apariencia muy progresistas, hay mucho de eso que no está de verdad consustanciado. A mí, con perdón, las peliculas de Olmedo y Porcel, nunca me gustaron. Yo era chiquita y veía eso, creo que no lo pensaba en términos de “¡Ay la cosificación!”, obviamente que no, me parecía burdo, chabacano, vulgar. No me parecia divertido un señor que estaba tocando una chica así, “El mano chanta”, no me hacía nada de gracia. Ahora parece que todo eso no estaba buenísimo, pero a mi nunca me hizo gracia eso. Me asombra que tanta gente ahora lo descubra, les doy la bienvenida; pero por otro lado me parece que hay mucho de ese discurso que permanece y que se nos cuela aún de maneras impensadas.
Y esto de mujeres de... “ay, ellas también cantan, ellas también escriben, pueden manejar grúas en las minas”, me parece que con un editor atento no pasa el más mínimo sentido común. Pero falta eso, eso que llaman perspectiva de género, que es en parte eso y en parte sentido común, que cale realmente. Se te cuela, querés ser progre y políticamente correcto y seguís haciendo desastre.
–Hablabas de cuando eras chica, me imagino que ese poder de observación lo traes desde hace mucho. ¿Cuándo estás de vacaciones, seguís mirando? ¿Captando historias? ¿O te desconectás completamente?
Sí, sí, me desconecto, pero creo que hay una cuestión relacionada con la mirada de uno, que uno la lleva puesta todo el tiempo.
Yo si veo algo como esto: yo desde que me acuerdo, a mi estos cumpleaños donde los chicos por un lado y las chicas por el otro... yo lo siento muchísimo, me voy o no voy; o si se arma una conversación entre mujeres en torno a si los hijos y los pañales y qué se yo, qué se cuanto... no lo tolero. Eso siempre estuvo en mi ADN. “Las cosas de los chicos y de las chicas”, nunca fue para mi.
Así como llevé puesto eso siempre, en cumpleaños y fiestas de guardar, y en cuestiones laborales, la mirada está puesta siempre y no tiene que ver con estar relajado o no. En vacaciones no toco un teclado de computadora, no miro el teléfono, soy una persona sumamente extrema en ese sentido, a punto tal que no viajo con computadora en vacaciones. Y la verdad que me gusta esa desconexión. Ahora, mirar es algo que hago todo el tiempo; para mí forma parte del disfrute incluso. ¿Qué es estar de vacaciones? Cesar de una cotidianidad, una rutina o de lo conocido. ¿Y justo cuando vas a ver lo desconocido vas a cancelar y decir “¡ah! ahora no miro, me tumbo al sol”? No, no. Ven a mí.
Quizás lo que pasa es que no hacés nada con eso; a lo mejor eso se cataliza más adelante en una columna que escribís o en un texto que escribís dentro de cinco años, qué se yo... Lo que no hago es estar viajando y tomando apuntes, pero en algún lugar queda, lo mirado queda ahí tallado.
–Viajás sin teclado, ¿pero viajás con libros?
Sí, viajo con muchos libros y como me gusta el libro papel, es un desastre porque me llevo muchos. Depende, ¿no? Hace mucho que no me tomo vacaciones, me iba a ir de vacaciones en mayo de 2020 así que imaginénse a dónde fueron a parar mis vacaciones.
Y sí, viajo con libros de papel porque no me gusta leer en e-book y generalmente son vacaciones largas. Mes y medio es largo. Y viajo con ejemplares de papel y llevo muchos libros, digo, dos docenas de libros por lo menos. Y es horrible porque viajo con una mochila o una valija no excesivamente grande y es casi todos libros, pero encontré un método hace muchos años, que mis amigos no pueden creerlo, alucinan y les parece un disparate.
Es que yo fotocopio los libros, dejo los originales en casa, llevo las fotocopias anilladas, tipo apunte, horrible, una cosa estirada, fea, y voy leyendo las fotocopias. Y cuando termino uno, lo dejo, lo abandono. Se lo regalo a alguien. Si voy a un país que hablan en español, por ahí no hay mucho interés porque son libros que se consiguen, pero de pronto te vas a la otra punta del mundo, lo dejás en algún hostel donde hayas parado y quedan ahÍ puestitos en la biblioteca casual del lugar de vacaciones para que alguien más lo lea.
Y si no, si estoy en un lugar muy, muy aislado y estoy cargando eso durante mucho tiempo, lo que hago es empezar a rebanarlos: las páginas leídas las empiezo a sacar si es que tengo que andar mucho, y los voy medio como abandonando. Es una manera de resguardar el ejemplar original y a la vez de poder hacer lo que más me gusta en vacaciones que es leer a la sombra.
–¿Cuando escribís, tenés algún TOC? Por ejemplo, ¿escribís con Arial 14, en Word, interlineado?
Sí, pero creo que eso es como la caligrafía; eso es tener una caligrafía. Es como escribir a mano, tener un rulo para la M mayúscula, una manera de poner el palito de la A, la Ñ, la T...
Uso Times New Roman, tamaño 12, interlineado simple y no justificado el lado derecho. Y no dejo espacio entre los párrafos. Punto aparte sigue el párrafo pegado, el zoom en 100 por ciento, no más, no menos. Tengo una dimensión muy visual del texto y me parece que esa percepción visual es importante, porque no es lo mismo un texto repleto de guiones de diálogo, una cosa aireada, dinámica, que un bodoque todo pegado que no le encontrás el aire por ningún lado. Creo que tiene que ver con eso, que hay algo que ves claro, y si lo ves claro, lo pensás claro, y si lo pensás claro, lo escribís claro. Es como una cosa que se retroalimenta.
–Sos muy precisa con las palabras, pero cuando ocurre el momento del estancamiento, ¿a qué recurrís? ¿Imágenes, música, algún libro en particular, un diccionario especial?
Cuando estoy en proceso de escritura el estancamiento no existe porque mi método consiste en avanzar aunque haya estancamiento. No me importa nada. O sea, no es que digo “¡ay no puedo!”. No, no, no pienso, sigo adelante, me da igual que esté bien escrito, que esté mal escrito, ya revisaré después. Pero después, en los momentos de la revisión, que no tiene que ver con estar estancando o no, sino de encontrar la voz, a veces sí retomo alguna parte de un libro que sé que tiene una voz que me interesa, una música, una tonalidad que me interesa replicar en el texto.
Tenés que dar con esa tonalidad, tenés que conocer tu caja de herramientas, porque no es lo mismo si te pones a revisar un libro de Lorrie Moore, poesía de Louise Gluck, que un libro de (David) Foster Wallace. Tenés que entender qué necesitas en ese momento.
Música, a veces. Pero una música que tiene que ser específica, muy reiterativa. A veces sí podés arengarte un poco con bandas que te gusten, a veces, me pasa mucho, que necesito escuchar bandas en español y otras veces no, recurro a clásicos que me gusten; o a veces son músicas muy específicas de algunos momentos de series que he visto en la tele y que me ayudan a entonar. Es disímil, a veces sí necesitás inspirarte, pero eso es un trabajo que me pasa más cuando tengo que escribir una columna y es tema libre, ponele, y digo “¡ay!, ¿a ver de qué puedo escribir?”, y me pongo los auriculares y salgo a la calle y escucho música y se va acortando, se va entrelazando lo que pasa, con lo que escucho y termina siendo algo sumamente rico, nutritivo.
–Mencionaste series, ¿hay alguna que te haya interesado por la narrativa?
Sí, muchas la verdad, me interesa mucho el relato audiovisual. A mi hay una serie, que yo vi recién el año pasado, y me resultó asombrosa, la había perdido por completo. Era un serie que no fue como muy… una serie medio de culto en un punto, no tanto, pero más o menos, The americans. Era una trama que me parecía de lo más alejado del universo de mis intereses, de la época de la guerra fría, dos espías rusos infiltrados en la sociedad estadounidense. De verdad, son temas que a mí no me mueven la aguja, no leo ese tipo de historia y me encontré con un artefacto narrativo impresionante con muy pocos actores y presupuesto, unas actuaciones absolutamente increíbles de todos y con una cosa muy asombrosa: sostiene el verosÍmil de una manera increíble. Son dos espías rusos que están haciendo espionaje, son dos personajes muy brutales porque no se cortan de manipular emocionalmente, de matar de maneras escabrosas, de hacer desaparecer cuerpos y, sin embargo, en la serie se mezclan todo el tiempo el bien y el mal, y lo no tan bueno y lo no tan malo. Hay un montón de miseria humana, de dudas.
Esta pareja se forma en Rusia, van a hacerse pasar por un matrimonio norteamericano, con lo cual tienen que cumplir con todas las apariencias de ese matrimonio y obviamente cuando se casan son dos personas que acaban de conocerse, con lo cual no tienen ningún atractivo ni motivo, hay como una química entre ellos, pero le ponen tanto el cuerpo a la cosa que tienen dos hijos para montar una fachada. Tienen una casita, son agentes de viaje, ¡pero mentira!, están todo el tiempo haciendo misiones y tienen que disfrazarse y hacerse pasar por las más diversas cosas: enfermera, enfermero, doctor, ejecutivo, bla bla bla y se ponen unos disfraces muy increíbles.
Todo esto que puede parecer un disparate tiene un grado de verosimilitud absoluto, logrado con dos mangos y un pulso narrativo impresionante, una banda de sonido de las mejores que yo recuerde.
Creo que después de Big little lies (HBO), que me pareció una banda de sonido impresionante, y la primera temporada me parece que está muy bien, creo que es la mejor banda de sonido que he escuchado en mi vida: Leonard Cohen, Nick Cave, bandas de los años '60, '70 completamente olvidadas, es maravillosa.
Bueno, esa serie me interesó mucho. Me interesó mucho esa manera de contar con impavidez, el trabajo que hacen con el tiempo. A la hora de la escritura, la línea de tiempo, la cronología es una de las complicaciones serias de la escritura; o sea, hacer pasar el tiempo en el texto, ¿no? Hacen transcurrir el tiempo hacia adelante, hacia atrás, y trabajar eso sin que tengas que estar todo el tiempo poniendo “ahora es la mañana del 8 de agosto de 2021”, “ayer era...” Eso es horrible en un texto, y el trabajo que se hacía con eso en la serie es estupendo: las maneras de hacer flashbacks, la manera de trabajar el tiempo lineal, en tiempo presente, quedé como muy impresionada. Además, era absolutamente entretenida.
He visto muchas series, me gusta mucho, he visto las obvias, Mad men, Breaking bad, todo eso me parecen catedrales. Y cuando te quedás huérfano de esas series es lo peor, porque decís “¿y ahora?”. Siempre hay que guardarse una. Bueno, todavía no vi Los Soprano. Cuando terminé The americans estuve como tres meses saltando y nada era... nada llega ahí.
Sobre Leila Guerriero (para quien no la conoce y debería)
Nació en Junín, provincia de Buenos Aires, en 1967. Estudió Turismo por estudiar algo y se inició en el periodismo en 1991 pero desde muy joven ya entrenaba una mirada que no se le escapa nada y que lo puede describir todo con la palabra justa.
Asidua colaboradora de distintos medios internacionales como La Nación, El País –su libro Teoría de la gravedad, prologado por otro “socio” del Club de Lectura, Pedro Mairal, recoge algunas de las columnas que publicó allí–, El Mercurio, Gato Pardo y Rolling Stone. Es autora de Los suicidas del fin del mundo (2005), Frutos extraños (2009 y 2021), Una historia sencilla (2013), Zona de obras (2014), Plano americano (2018), Opus Gelber (2019) y Teoría de la gravedad (2019).
Su artículo “El rastro en los huesos” (Frutos extraños), una crónica sobre el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense ganó el premio Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en 2010. Ha sido galardonada además con el Premio Azul en 2018, otrogado por la Fundación Blue Metropolis de Canadá y con el Manuel Vázquez Montalbán en 2019.