Primer paso: filtrado. El aceite usado, sucio o quemado cae a través de telas, carbones y una malla metálica hasta un pequeño bidón.
Javier Ruiz Díaz, o Coco, señala ese dispositivo de filtrado sencillo que está sobre el piso en la cocina de la casa. Esa especie de experimento forma parte del taller de reciclado de aceite en detergente biodegradable que empezó este año en Rancho Aparte; el nuevo Rancho Aparte.
Coco tiene 39 años y hace diez creó esa organización barrial con los pibes de Tablada, al sur de 27 de Febrero y contra el bajo. Empezaron a juntarse en plaza Italia a jugar al fútbol. Había salido de la cárcel y con dos arcos y tres pelotas decidió ayudar a otros para cambiar él. Los chicos se fueron acercando, conocieron sus nombres y crearon un vínculo. Generaron más espacios de encuentro y talleres. Tuvieron su primera sede, después otra con una gran carpintería, que fue fuente de trabajo e ingresos. Con la pandemia todo eso se frenó.
En 2020 a Coco le avisaron que no le podían prestar más la casa de Rueda y Beruti y se quedaron sin lugar. Los 15 coordinadores que sostenían las múltiples actividades (también creaban instrumentos y tenían un grupo de candombe) siguieron sus vidas, consiguieron otros rebusques. Los cerca de 60 chicos y chicas se quedaron sin refugio. “La pandemia nos desarmó”, resume.
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Segundo paso: centrifugado. Después del primer filtro, el líquido viscoso y amarillento se enjuaga con agua tibia y se retiran las películas finitas en suspensión.
El segundo golpe al grupo llegó el 23 de mayo de 2021. Marquitos, uno de los pibes que protagoniza la película “¿Quién soy” hecha en el taller de cine, fue asesinado a balazos en su casa. El adolescente de 15 años estaba con su pareja en la esquina de Pasaje Lincoln y Biblioteca Vigil. Ese lugar había sido baleado días antes. Ese domingo a la tarde dos sicarios bajaron armados de un auto, él se quiso escapar y lo acribillaron adentro.
Para una ciudad rota de violencia, el crimen de Marcos Basavilbaso fue uno más. Más temprano ese día se había registrado otro homicidio pero en la zona oeste. No alcanzan los lutos para tanta muerte y entonces las víctimas ya no son de todos. Se restringen al barrio o a la cuadra del caído; lo llora cada familia, los amigos. Las autoridades suelen asociar esas pérdidas al “narcodelito” o a “bandas en disputa”, una deriva sutil del “se matan entre ellos”. ¿Y después de la muerte y las noticias qué? ¿Cómo siguen esas tramas dañadas?
En medio del dolor y la despedida, la madre de Marquitos le ofreció a Coco el lugar. La familia ya se había ido del barrio. Rancho Aparte no tenía una sede y tomaron la oportunidad pero no fue fácil volver a entrar a esa casa. Tuvieron que revocar los orificios de bala en la zona donde cayó el amigo. Pintaron las paredes con círculos de colores, mezcla de forenses y de murgueros. Arreglaron la superficie y un poco el interior de cada uno de ellos. Y este año volvieron a empezar.
En febrero Coco lo llamó a Facu, otro de los chicos, para invitarlo a un taller nuevo. “Hablamos por teléfono y me dijo que sí, y a la tarde me lo mataron. Y hace dos semanas de nuevo, nos mataron al Chino. Tres pibes en un año, de 15, de 18”, dice. A Facundo Alejandro Aguirre le dispararon once tiros el lunes 21 de febrero. A Néstor Andrés Arduvino lo balearon desde una moto el lunes 20 de junio en Virasoro y Beruti. Era feriado, iba a jugar al fútbol con amigos. Fue uno de los dos primos heridos y murió el jueves siguiente.
“En estos diez años los vi crecer. Yo me dedico a crear espacios y ahora tengo entre mis contactos del celular a funerarias. Tuve que aprender a negociar el precio de un cajón de muerto, porque son 40 mil pesos del cajón, 30 mil de la tierra, más el traslado y las dos horas de velatorio, estás calculando unos 80, 85 mil pesos, y tengo que estar negociando eso a las horas de que mataron al pibe. Para resolver que lo entierren como la gente, es una lógica oscurísima”, sigue el coordinador de Rancho Aparte desde la casa donde acribillaron a Marquitos.
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Tercer paso: infusionado en caliente. Se separa el agua sucia del aceite limpio. Se lo convierte en un oleato mediante un proceso simple: se lo entibia al fuego con cítricos molidos y con hierbas del lugar que lo perfuman (puede ser laurel, romero o eucaliptos).
En la mesa de la sala principal, las seis mujeres que hoy asisten al taller de reciclado pican y tamizan las cáscaras de naranja y limón. Después le agregarán las hierbas. Afuera, en el patio trasero de la casa crece una pequeña huerta que aportará esos insumos. Coco muestra el lugar como un guía mientras asimila los cambios que impuso el paso del tiempo.
“Hace diez años yo pensaba a dónde iba a ir con los chicos, qué actividad copada podía hacer, o qué festival podíamos armar; cosas divertidas. Hoy encontrarte con esto es triste, al corazón de uno le van pasando cosas. ¿Cuántos pibes podés perder? Lo acompañás desde que tiene 10 años, llega a 15 y ya no lo tenés más”, lamenta.
“¡Tres pibes en un año! Te hace ruido, ¿vale la pena todo esto?”, suelta la pregunta y asoma el cansancio, cierta derrota no dicha y retoma el hilo: “Pero después pensás: ¿cuántos pibes están en la escuela, cuántos trabajando, cuántos de novio? Entonces hay que tratar de seguir para que nos maten la menor cantidad de pibes”.
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Cuarto paso: filtrado final. Se vuelve a colar lo que al principio del proceso era el ACU (Aceite de Cocina Usado) pero ya es otra cosa. Dejó de ser un desperdicio muy nocivo (cada litro de aceite contamina mil litros de agua, lo que consume una persona en un año). Ahora es una materia prima que está lista para la fabricación de detergente (líquido y sólido) o jabones, que además son biodegradables.
¿Existe un proceso de filtrado y entibiado que transforme la violencia extendida? ¿Cómo se restablecen los lazos? Coco no tiene la receta aunque sabe que es un fenómeno más complejo que reducir todo a bandas narcocriminales en disputa. "Lo más fácil es decir que fueron los narcos –analiza–. Pero como trabajador popular, vos lo que tenés que discutir es en qué estás fallando, continuamente. ¿Qué carajo sé yo de narcotráfico? Sí, murió fulano o sultano, pero no sé nada, yo me encargo de trabajar en una organización social, me ocupo de que la leche alcance, que los espacios estén cómodos, que no haga frío, mirá si voy a resolver esas cosas".
Hay que tratar de seguir para que nos maten la menor cantidad de pibes
Para el referente de Rancho, los más jóvenes son los que matan y mueren en los barrios porque “todo el tiempo los reclutan, también los punteros los llevan a cortar calles”. “Hay un comercio continuo sobre los pibes, entonces lo que hay que hacer es inventar un lugar para que quieran venir y compartir”, sigue.
"Y sí, los objetivos van cambiando, pero qué te digo: «Che me mataron a tres pibes, la verdad no puedo más, quiero irme a otro lugar y sentir menos». ¿Por qué no puedo hacer zapping en mi casa? Pero después ves a todos los otros, y decís: «No, hay un montón más»”, plantea. El nuevo desafío es clave: conseguir un espacio fijo. Comprar la casa que alquilan (más de dos millones de pesos) es casi imposible para ellos pero para trazar un nuevo horizonte necesitan esa estabilidad mínima.
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Quinto paso: las redes. Tras completar el proceso químico de saponificación, lo que era un desecho hostil se convierte en detergente o jabón aromático. Se cierra la cadena. A los comerciantes, vecinos y vecinas que dieron el aceite usado les entregan productos a cambio. Ellos no donan sobrantes sino que aportan la materia prima inicial y son parte de la estructura.
Rocío tiene 33 años, hace cinco que está en Rancho Aparte y es la referente de este taller. Por eso le toca recitar ante la consulta de Rosario3 cómo es el proceso. Las otras (Priscila, Pamela, Alejandra y Camila) se le ríen un poco. Nicolás Biolatto, el coordinador del Programa Espuma que tiene un alcance nacional, la corrige con algunas precisiones. En pocas palabras, lo que hacen es un reciclado con doble cuidado del medio ambiente (por el aceite rescatado y por lo biodegradable), con inclusión social que genera redes.
Rancho es la sede del Programa Espuma en Rosario. Hace dos meses y medio que empezaron y ya salieron a vender en ferias. El jabón lo ofrecen a 150 pesos y la botella de detergente a 250. Fabricaron más de 20 litros y tienen otros 20 en proceso. Cuentan con becas del Programa Santa Fe Más y proyectan seguir de forma independiente.
Ahora es de mediodía y el grupo descansa. Salen a la esquina a tomar unos mates y a disfrutar del calor del sol. La energía los entibia a ellos, a las tres señoras que hablan en la ochava de enfrente y al pibe que empuja un carrito y mira desconfiado. ¿No hay un infusionado en caliente, una magia química, una saponificación para la Rosario quebrada?
Coco sale y se suma al resto. Se sacan unas fotos todos juntos. Al lado, por Vigil, está el mural para Marquitos: “Recordarte sí, olvidarte no”. La pequeña celebración que implica esa puesta en escena para la cámara dura poco pero las risas se estiran y sobreviven un rato más. Después llegará el turno del taller de sublimación, de la huerta o el diseño con maderas (hacen casas para gatos) y así buscarán reconstruir los vínculos perdidos.
-Rancho Aparte recibe donaciones y ayudas de todo tipo. Se puede contactar a la organización en redes sociales o en Pasaje Lincoln 2461. Para conocer más o sumarse al Programa Espuma, ver acá.
-Datos para transferencias: ASOCIACION CIVIL RANCHO
Alias: PEZ.CALLE.BONSAI
CBU: 0340080700800047118001
La entrevista completa se puede escuchar en la nueva edición del podcast de Rosario3 Desde la Redacción:
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