Culmina un año donde los cambios fueron el pan de cada día, no solo por lo económico y político, sino también porque dejamos atrás una sequía que parecía eterna. Las lluvias trajeron alivio, pero también pusieron bajo la lupa otros desafíos que el agro tuvo que sortear. Fue un período en el que la adaptabilidad y la resiliencia demostraron ser claves para enfrentar un escenario tan cambiante.
Tras la sequía del 2023, el sector agropecuario argentino recuperó terreno en producción. Sin embargo, las buenas noticias en los rindes no necesariamente se tradujeron en balances positivos. Las nuevas medidas políticas marcaron un giro, con ajustes que lograron contener la inflación y estabilizar las finanzas estatales. Pero este ajuste también golpeó sectores clave, dejando al campo frente a un tablero complicado y lleno de interrogantes.
Por un lado, las lluvias garantizaron el desarrollo de los cultivos, algo que en otro contexto sería motivo de alivio generalizado. Por el otro, la falta de cambios en las retenciones y la baja de los precios internacionales de las materias primas redujeron los márgenes de ganancia de los productores. Aquí, el productor tiene poco margen de maniobra: los costos siguen en alza y los precios de venta no acompañan, lo que genera una sensación de "correr siempre detrás". Ante este panorama, se volvió indispensable ser más eficiente y estratégico para lograr rentabilidad, algo que exige un replanteo constante de las prácticas habituales.
Entre las principales causas de la baja en los precios, se destacan la recuperación de la producción global tras eventos climáticos extremos y una menor demanda internacional, especialmente en países clave como China. A esto se sumaron los altos costos logísticos y la variabilidad en el tipo de cambio, que generaron incertidumbre en los mercados. El impacto de los conflictos internacionales y la lenta recuperación económica global también jugaron un rol significativo, limitando el acceso a mercados estratégicos.
El "stock caro" heredado de 2023 también pesó fuerte en las cuentas de este año. Muchos productores se vieron atrapados entre insumos adquiridos con un dólar barato y un mercado que no acompaña. Esto refleja una realidad compleja: mientras algunos logran mirar hacia adelante con esperanza, otros sienten que están transitando un terreno lleno de incertidumbre.
Salir de la lógica financiera obligó a los productores a enfocarse en la productividad. Ahora, quien antes obtenía un rendimiento determinado necesita incrementarlo para sobrevivir. Sin herramientas financieras claras, el crédito bancario se vuelve imprescindible, tanto para el agro como para otros sectores relacionados. El financiamiento que llegó en el segundo trimestre permitió, al menos en parte, compensar algunas de las dificultades económicas que enfrentó el sector.
A pesar de las dificultades, la diferencia entre las empresas más grandes y las más pequeñas se consolidó este año. Mientras las grandes lograron sostenerse gracias a su capacidad para financiar a los clientes, las más pequeñas sufrieron las consecuencias de la sequía y la falta de crédito. Hoy, más que nunca, el tamaño y la capacidad de adaptación son determinantes para sobrevivir en este mercado. De cara al futuro, el sector espera señales claras en aspectos clave como la reducción de las retenciones, un reclamo que ya lleva años y que podría ser decisivo para la competitividad.
Informes recientes reflejan esta dualidad: un porcentaje significativo confía en las políticas implementadas durante el primer año de gestión, mientras que otros sienten que las expectativas no fueron cumplidas. Esta división de opiniones también evidencia la diversidad de realidades dentro del sector agropecuario. Para el agro, las esperanzas están puestas en un 2025 con mejores condiciones climáticas y una política que impulse la competitividad del sector, algo que podría marcar un antes y un después en la relación entre el campo y las autoridades.
Mirando hacia 2025, las perspectivas del sector se presentan más alentadoras, aunque no exentas de desafíos. Por un lado, se espera una recuperación moderada en los precios internacionales, impulsada por una mayor estabilidad en la oferta y la demanda globales. Por otro lado, los avances en infraestructura logística y el acceso a nuevas tecnologías podrían mejorar la competitividad del sector. Además, la posibilidad de acuerdos comerciales más favorables con mercados internacionales podría abrir nuevas oportunidades para las exportaciones.
Aunque el camino no será sencillo, el optimismo es clave para seguir adelante. El campo, como siempre, se reinventa frente a cada desafío, apostando a superar las adversidades con trabajo y estrategia. Este espíritu de reinvención, que parece estar inscrito en el ADN del productor argentino, es lo que permite que el sector agropecuario siga siendo un motor fundamental para la economía del país.
El año que viene trae consigo nuevas promesas y también nuevos desafíos. Las lluvias podrían consolidarse, los precios internacionales podrían repuntar, y las políticas gubernamentales podrían finalmente alinearse con las necesidades del campo. Sin embargo, nada de esto está garantizado. Lo que sí es seguro es que el agro argentino seguirá siendo una pieza clave en el tablero económico, enfrentando cada obstáculo con la misma determinación de siempre. El futuro no está escrito, pero queda claro que puede construirse con esfuerzo y visión.
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