Rosario Central despide a una de sus grandes glorias. A un distinto, sin lugar a dudas. Omar Arnaldo Palma, el Negro, el Tordo, Palmita. El “bajito” al que muchos no se animaban a poner en las inferiores se hizo grande. Tan grande que hoy llora su partida el pueblo canalla entero.
“Siempre quise ser como Poy, como Kempes, creo que los igualé y en campeonatos los superé, pero esto cariñosamente, porque yo tuve la posibilidad de jugar más años en Central”, dijo un Palma ya retirado en una entrevista con TyC Sports.
Había visto a esos dos emblemas del club durante sus primeros años en Rosario, tras mudarse de Campo Largo, un pueblo de hacheros y campesinos al borde del Impenetrable chaqueño, porque su papá, Gerónimo, había conseguido trabajo en la ciudad.
Era un nene de siete años cuando Mercedes, su mamá, lo subió a un tren del Ferrocarril Belgrano junto a sus cinco hermanos, un varón y cuatro mujeres. “Para mí, que era un pibe de campo, era como viajar a la Luna”, recordó en una conversación con el periodista Miguel Pisano para la revista El Gráfico.
Vivió primero en la villa de Empalme Graneros. Después toda la familia se mudó a barrio Sarmiento, muy cerca del Gigante de Arroyito. “Dormíamos en una pieza –dijo Palma– unos arriba de otros”.
“Cuando llegué veía que todos los chicos andaban con la camiseta de Central y ya me empezó a interesar y a gustar los colores –confía su primera impresión–. Y cuando tenía 9 años, los amigos del barrio me dijeron que íbamos a ir a ver la práctica de Central. Ahí me empezó a gustar Central”.
Jugó en el club Independiente de Empalme Graneros y después lo buscaron de Los Pibes de don Pepe, un hombre que tenía un kiosco en el barrio. “Cuando llegué a Central, a los 13 años, era chiquito, negro y chaqueño; así que ahí nomás me pusieron Tordo. ¿Cómo querés que me llamaran?”, contaba sobre el origen de uno de sus apodos.
Fue su papá el que lo llevó a probarse al canalla. “Yo era pícaro, siempre estaba adelantado a la jugada y sabía dónde podía gambetear”, decía el Negro.
Cerca de los 10 años, además de jugar en las inferiores canallas, ya iba a la vieja cancha para ver los entrenamientos de la Reserva y la Primera cuando salía del colegio. Sin césped, en canchas de tierra. Se ponía a un costado y alcanzaba las pelotas que se iban a la tribuna.
En las inferiores, como a su familia que juntaba y guardaba peso a peso para tratar de que no les faltara nada, no tuvo un camino sencillo. Por su estatura bajita y su físico pequeño, muchos técnicos no lo ponían. Por eso empezó a mirar de reojo otros alternativas.
“Estudié hasta segundo año, como instalador electricista, hasta que opté por el fútbol y me la jugué –rememora–. Como todo chico de campo, y de antes, cuando iba a tomar una decisión la consultaba con mis viejos”.
Omar empezó a trabajar como aprendiz en un taller de letras en Arroyito, el de Domingo Rudi donde su madre limpiaba la casa. Llegó a ser medio oficial letrista: “Y era bueno, eh”. También fue verdulero, gasista, pintor y albañil.
Don Ángel Tulio Zof fue el técnico que lo hizo debutar en Primera, en 1979, aunque antes lo había impulsado hasta la cuarta división Marcelo Pagani. “Tome pibe, juegue”, le solía decir el Viejo cuando lo mandaba a la cancha. Se metió al equipo en la recta final del Nacional 80, torneo en el que logró el primero de sus tres títulos en el club.
Zof le dice "Palmita". El chaqueño fue su jugador favorito. Cuando lo veía, sabía cómo se sentía, si podían hablar o no. "El me aconsejó muy bien", contaba Palma.
Él mismo dijo que “fue Palma de verdad” después del descenso a la B en 1984: “Ascendimos y viví mis mejores años como jugador en 1985, 1986 y 1987, cuando salimos campeones de Primera. Lideraba, peleaba los contratos y los premios para el grupo”.
El “Negro” fue 10, pero también jugó de 5 –con Pedro Marchetta– y de 8. Era calentón y talentoso. “Pero también tenía mucho sacrificio, algo que muchos talentosos no tienen”, aclaraba. Siempre dijo que llegó “bien” a los 40 años porque se topó con la camada de Petaco Carbonari, el Kily González y Vitamina Sánchez, con quienes ganó la Copa Conmebol de 1995: “Los veía correr y me contagiaba”.
El último vuelo del “Tordo” fue esta primera semana de octubre. También en diálogo con el tradicional El Gráfico, dijo alguna vez que siente haber marcado “algo distinto” en Central por su forma de jugar, porque su nombre quedó asociado al buen fútbol del club. Lo vio gente de todas las edades y marcó a varias generaciones. “Lo que jugaba el Negro Palma”, todavía se dice.