El 31 de mayo es una fecha clave para el agro, y no porque se termine la implementación del dólar soja. Es que ese día se vencen gran parte de los pagos por contratos de arrendamientos, de insumos y de entrega de granos comprometidos por los productores. Con una campaña gruesa (soja y maíz) del 50% de lo proyectado por la histórica sequía, la cadena de pagos está tensa al máximo. Y el misterio que en pocos días se develará es la magnitud del daño. Al final de cuentas, ¿quedarán todos los jugadores en pie?
Como en todo pronóstico hay pesimistas y optimistas. Y, al menos hasta ahora, son mayoría quienes esperan que el sector logre superar el mal momento sin estrepitosas caídas de empresas pese a las millonarias pérdidas que sufrirá la producción. Con los dientes apretados, balances en rojo y todos cediendo posiciones de cara a la próxima campaña, en el mercado cerealero hay confianza de que la cadena de pagos, al fin y al cabo, resistirá el embate. Eso sí: siempre y cuando que no aparezca un “cisne negro”, como sería un inesperado default de algún actor comercial de importancia. Ahí está la clave. ¿Y si sólo aparecen pequeños cisnes negros con menor poder de daño pero sí de generar ruido? .
No por algo la sensibilidad está a flor de piel entre los operadores cerealistas. Con tantas renegociaciones en marcha de los compromisos de pago, y con el telón de fondo de las pérdidas por la seca, cualquier dato que aparece sobre la salud financiera de una firma, como los que viene publicando Rosario3, generan una primera reacción de escalofríos por el temor a haber quedar enganchado con un cobro pendiente o que provoque corridas sobre otros operadores de la zona. Pero, al menos hasta ahora, con la segunda mirada a las noticias se genera el alivio y el alma les vuelve al cuerpo.
Es que los acopios, insumeras y agropecuarias que empiezan a desfilar por Tribunales son firmas que hace tiempo estaban fuera del circuito (con escasas o nulas operaciones y clientes) y a las que este último descalabro climático les puso el broche final a su cese total.
En ese lote están la quiebra de la distribuidora de insumos para el campo Siecsa, concursada desde 2010 con pasivo de $29 millones; o las convocatorias de acreedores de la agropecuaria C&D (El Trébol), que sólo en cheques debe $51M; de Tebas (Villa Cañas) y del acopio Sapino (San Antonio). Todos jugadores que en realidad ya estaban fuera del mercado, arrastrando años de crisis.
De respaldos, estrategias y canutos
Las empresas agropecuarias vienen con estructuras y gastos ya ajustados previamente. En efecto, los productores, en general, no están muy apalancados en dólares (algunos vienen de años sin tomar créditos) y sí vienen cautelosos en sus gastos corrientes. Todo lo contrario a lo que ocurrió con la última gran seca (2008/2009) que encontró a las agropecuarias (desde empresas a fideicomisos de siembra) en expansión, a puro gastos y muy apalancadas engolosinados con el boom de precios de la soja tras 2002.
Y mientras que por aquellos años no faltaban administradores de fideicomisos que soñaban con ser los "nuevos Grobocopatel" convalidando arrendamientos muy caros que, ante el cambio de ciclo, no pudieron aguantar; ahora hay empresas que vienen con reservas de campañas anteriores porque, a diferencia de esta sequía, la pasadas no fueron tan generalizada como la actual.
Y además de que hay empresas con espalda y respaldo de sobra, también hay firmas con una buena ingeniería financiera. Por ejemplo, productores que estuvieron tomando financiación en pesos a tasas menores que la inflación, lo que les permitió cancelar deudas y compensar gran parte de los problemas. Otros entregaron más rápido los granos y con lo vendido generaron liquidez. Y también fueron muchos los que aprovecharon las ediciones “por únicas” (tres) veces del dólar soja (¿habrá una cuarta?) para hacer cash con el que afrontar vencimientos y compromisos. Sobre todo en la primera edición se fijaron muchos granos entregados para pagar las cuentas.
Pero, además, un análisis completo de la situación no puede dejar al margen una realidad difícil de medir pero de alto impacto: la economía “enterrada” que tienen las empresas argentinas. O dicho más simple: el canuto bien guardado. Una reserva, a veces fuera de registro y otras veces canalizada en otros negocios (por ejemplo inmobiliarios) que permite a las empresas hacer frente a situaciones complejas como pudo ser la caída de Vicentin.
Renegociación y lluvias
“Renegociar arrendamientos”, “reestructurar pasivos”, “rollear vencimientos” y “reperfilar compromisos”, es la moneda corriente en la cadena comercial cerealista. Y si bien hay infinidad de casos particulares, al menos hasta ahora empiezan a aparecer fórmulas de entendimiento. Y que la sequía haya sido tan contundente y generalizada contribuyó a generar un clima de conversaciones. Igual, para analizar al final del camino cuanto cedió cada parte, habrá que ver caso por caso, zona por zona.,
Por ejemplo, una fórmula de de pago en arrendamientos que se está detectando en la región núcleo es la de saldar el 50% de la diferencia que no se puede abonar (porque los quintales no alcanzaron ni para pagar la mitad de lo comprometido) en el año (con varias fechas de pago o todo junto) quedando el resto a dos años.
Otra alternativa, pero menos usada, son los créditos con tasa del 75% del Banco Nación para pagar arrendamientos. En el caso de las semillas y los insumos, hay empresas que -tras dolarizar acreencias- están dando dos años de pago sin intereses.
En el clima de las conversaciones tallan el historial del productor y la espalda del acreedor, por ejemplo si los titulares de campo no viven de esa renta están con más margen para ceder.
Por lo pronto, que no haya bajas generalizadas de valores de arrendamientos (y sólo incipientes bajas) muestra tanto la voluntad del productor de no ceder campos (absorbiendo así pérdidas) como el sobrevuelo de actores financieros al negocio que quieren ingresar.
Ocurre que hay fondos financieros (que apalancan a grandes productores) que ven la oportunidad de ingresar al negocio del agro apostando a sembrar con un gobierno y cosechar con otro que esperan sea más afín al mercado.
En ese contexto, las lluvias caídas en los últimos días también contribuyeron a mejorar el clima de negociación. Con mínimos de 24 milímetros y máximos de 64 milímetros caídos el miércoles hasta media mañana, la Bolsa de Comercio de Rosario calculó que “de cumplirse los pronósticos, el agua podría llegar al mínimo necesario en ¾ partes de la zona núcleo cambiando el escenario para el trigo, que se presentaba como el más seco de los últimos 15 años”.
Y la mejora del perfil hídrico de los suelos permite proyectar que hacia fin de año habrá cosecha (sobre todo de trigo o también soja de primera, que ofrece precios más tentadores que el cereal y que se puede vender a futuro o foward en noviembre cuando siembra) despejando un poco el panorama.
Es que las lluvias generaron la certidumbre de que no habrá que esperar hasta la próxima gruesa para que el productor tenga dinero en el bolsillo para hacer frente a compromisos. Pero a nadie se les escapa que igual el tranco que falta recorrer es largo. Sobre todo cuando, además de la incertidumbre climática, opera ahora en los mercados globales una caída en los precios de la soja y el maíz (por un buen avance de la siembra en Estados Unidos y cierta desaceleración de la demanda) que preocupa en el país. Diciembre no está tan cerca.
El dilema de los “camioncitos”
“Si yo, que soy un operador chico, te tengo que entregar tres camioncitos con soja, pero por la seca te entrego dos, vos me vas a decir que ni me preocupe, que me lo rolleas para la próxima. Pero: ¿qué pasa si es alguno de los grandes que te tienen que entregar muchos camiones, el que te dice que no pueden entregarte un tercio de lo comprometido?”. La pregunta salió de boca de un corredor de granos a un ejecutivo de la exportación cerealera, pero es un interrogante recurrente entre los pesimistas.
Y es que luego de la caída de BLD y Vicentin en el tormentoso 2019, el latiguillo de “demasiado grande para caer” no aplica, sobre todo porque el grueso del financiamiento del campo todavía es hacia el interior de la cadena. En efecto, si bien la participación bancaria aumenta (ronda el 30%), el grueso de los préstamos es entre los propios actores del negocio. Y por eso es también la cadena la que absorbe el grueso de los impagos, como los 450 millones de dólares del histórico "paga Dios" de Vicentin.
A diferencia (y como consecuencia del 2019), esta vez el segmento de operadores cerealistas parece menos apalancado financieramente porque en el pasado -producto de arbitrajes entre mercados de capitales y granarios y combinaciones entre negocios spot y a término que cual anabólico financiero inflaba el precio de los granos– estaba más expuesto a los banquinazos de la economía argentina. Y así quedó demostrado con la inesperada devaluación del 2018 y el reperfilamiento de letras del año siguiente que activaron el tendal de firmas que cayeron (Sebastián Grimaldi, Cereales del Sur, BLD, Vicentín y Guardati Torti).
Si bien hubo resoluciones oficiales (como mayores exigencias patrimoniales de CNV a los operadores sofisticados) y también estuvo el impulso de las entidades del mercado a que los productores recurran a fórmulas que separen el agente de negociación del agente que liquida las operaciones en los mercados de futuro, fueron las propias estrategias comerciales de los operadores las que bajaron después del 2019 el nivel de riesgo al sacar el pie del acelerador financiero.
En efecto, ya si un Vicentin recibiendo granos a fijar a plazos muy extensos y sin corredores (como Grimaldi) comprando granos (vía su acopio) sin cobertura en futuros, se registró una vuelta a la competencia por el lado comercial y logístico con menos interferencia de lo financiero.
Pero tampoco es cuestión de bajar la guardia, y no sólo por el temor al “cisne negro”, sino porque -producto, ahora, de las interferencias estatales sobre el mercado con las tres ediciones del dólar soja- empezaron a verse más operaciones con “anabólicos” financieros.
Por ejemplo, a principios de mayo hubo ofertas de operadores para comprar soja (entrega corta y pesificación a noviembre) a u$s 440 ($86 mil), mientras que al mismo tiempo la vendían por el mercado de futuros (Matba-Rofex) para fin de mayo a $110 mil logrando un pase de $20 mil; un rulo sólo posible por la existencia de un tipo de cambio diferencial momentáneo para la soja.
Si bien no hubo una ola de volumen (porque hay productores que le temen a esas ofertas armadas en “las oficinas”) los operadores que lo practicaban aseguraban estar bien cubiertos.
Es más, no son pocos los corredores tradicionales que sostienen que fueron los negocios de arbitraje que activó el dólar soja llevado a cabo por operadores agro-financieros los que explican porqué en los números oficiales la intermediación (acopios, cooperativas, corre-acopios y corredores) no perdió mercados frente a la compra directa del exportador al productor, algo que ellos perciben en el día a día de los negocios.
En efectos, según la Secretaría de Agricultura, a pesar de ese derrumbe de operaciones por la seca, las operaciones de soja canalizadas a través de intermediarios sumaron en abril 1,225 millones de toneladas, 20% menor a la de abril de 2022, cuando las ventas directas a exportadores e industrias, que en el mes pasado fueron de 689.191 toneladas, registraron una baja una caída interanual mucho mayor: el 55%.
Pese al "revoleo" (para usar un término de la jerga cerealista) que pudo haber facilitado el dólar soja, hasta los más pesimistas creen que en el operador estrictamente agropecuario aprendió la lección en 2019 al tiempo que toman distancia de la suerte de aquellos operadores que desde las finanzas incursionaron en los negocios agropecuarios.
Paso a Paso
Repetimos. Este es un año de muy fuertes pérdidas económicas que afrontará el sector agrícola ganadero. La Sociedad Rural Argentina calculó que las pérdidas sólo en Santa Fe superan los u$s4,500 millones de dólares. Mucha plata.
Un doloroso revés que toda la cadena siente, ya que sin plata en el bolsillo o granos en el silo-bolsa, el productor no gasta, y la industria de maquinaria agrícola lo sufre. También dueños de campo y vendedores de insumos afrontan un año difícil. A las fábricas aceiteras tampoco les va mejor porque todas están trabajando a contra-margen por la alta capacidad ociosa. Sin dinero del agro, no se mueve la rueda del transporte, el comercio y los servicios.
Y la malaria que es palpable en la actividad de las localidades del interior tiene su correlato en los grandes números de la macroeconomía y hasta es tema de análisis las conversaciones del gobierno en Washington con el FMI. Pero, también repetimos, todo podría ser peor si, además, se corta la cadena de pago por caídas de empresas.
El agro y sus industrias ya superó la primera fecha crítica que era el 30 de abril, cuando vencían muchas tarjetas de crédito del agro, y la semana que viene tendrá, como dijimos al principio, otro round clave. Y al menos es mayoritaria la opinión de que, otra vez, los pronósticos más agoreros no se cumplirán. De ser así, pasada la tormenta, quedará para el análisis cómo quedaron las empresas que lograron sobrellevar la situación. ¿Lo hicieron con estrategias saludables o barriendo debajo de la alfombra dejando riesgos futuros latentes?
Con todo, si no aparecen “cisnes negros” para el 31 de mayo, ¿eso significa que ya estamos fuera de peligro? No. Habrá que esperar a la última fecha clave que es a fin de junio, hasta donde se pueden extender los plazos de negociación de muchos compromisos. Paso a paso. Será cuestión de pasar el otoño.