Una de las preguntas de las encuesta sobre humor social realizada por Rosario3 y MEC Consultores, cuyos resultados dio a conocer el lunes este medio, invita a los participantes a imaginar la superación de las crisis como si fuera un duelo y a señalar en qué etapa del mismo creen que estamos como sociedad. La mayoría se inclinó por dos opciones: enojo por la situación (46%) y sensación de vulnerabilidad (20%). En cambio, muy pocos se volcaron a otras dos que hablarían de un mayor avance en el proceso: aceptación del problema (3%) y adaptación y ajuste a la nueva realidad (7%).
Esto dialoga con otros puntos del sondeo de opinión: casi el 70 por ciento no solo cree que estamos mal sino que piensa que de acá a un año nada va a mejorar. Es decir, el duelo no se desenrolla porque el sentimiento de pérdida continúa. Son, al fin de cuentas, datos que otra vez hablan de la Argentina Punk. Ese país en el que prevalece la idea de que no hay futuro, en un marco de decadencia político-cultural nunca vista.
Lo que no se rescata
“El duelo se supone que es un proceso de elaboración de una pérdida. El asunto es que ese proceso, para que no sea solo ejercicio de la melancolía, que es un duelo que nunca termina, necesita hacer un recupero de algo de lo perdido para concluir, para cerrarse”, explica el psicólogo Hernán Reynoso.
Si de lo que se tratara es de la muerte de un familiar, por ejemplo, eso a recuperar podría ser algo material, afectivo, cultural: una herencia, la idea de que hay que trabajar para ganarse la vida, educación, un oficio. “Tenés que rescatar algo para poder elaborar y concluir esa pérdida. El duelo en el presente se elabora con lo donado muy lejos en el pasado”, remarca el profesional.
Traducido en términos de esta sociedad que, de acuerdo a los resultados de la encuesta, se siente triste, desesperanzada, preocupada y enojada, el problema es que el proceso de pérdida continúa y, encima, con la amenaza de perder más. Eso, entiende Reynoso, produce “una sensación de desazón total” porque no hay recupero de (casi) nada de lo perdido y el duelo, la tristeza, se vuelve crónica.
Afectos tristes
“Preocupación, incertidumbre tristeza, son humores entendibles en un momento en el que por la inflación el dinero se te escurre entre los dedos y tampoco hay respuesta certera para la inseguridad y la violencia”, sostiene por su parte la politóloga Cecilia Lesgart.
Pero también remarca que la persistencia de esos “afectos tristes y en algunos casos hasta violentos” excede a la Argentina. “Es algo que se ha extendido como clima de época luego de la pandemia. Un fenómeno que se expresa en otros lugares del mundo”, explica.
Y agrega: “Algo se ha transformado en nuestra relación con el tiempo y las cosas del mundo, una forma de articulación de la vida espacial y temporal común. Es el final de una época y el inicio de otra que no sabemos hacia dónde va. Pero tiene que ver con que el tiempo está dislocado; no llegamos a fin de mes, el tiempo también, como el dinero, se nos escurre entre los dedos. Después de ese lapso detenido que fue la pandemia, el de ahora es el del estrés y la ansiedad. Y eso produce mucho malestar”.
Es que en el clima político y social pospandémico, la misma “idea de futuro se pone en crisis”. Eso explica que, en el actual proceso electoral argentino, a pesar de que está la posibilidad de votar por un cambio, persisten los humores sociales negativos. “El futuro no parece presentarse como tiempo de proyectos personales y políticos”, insiste Lesgart.
La crisis de la política, en este marco, tiene que ver con que ya no moviliza “deseos y esperanzas de proyectos construibles entre todos en el futuro. No solo hay una metamorfosis de la relación de los ciudadanos con la clase gobernante, sino también una pérdida de lazos de los gobernantes con los sueños y necesidades de la gente”, dice la politóloga.
Y más: “Incluso los elencos gubernamentales que se presentan como opción del cambio movilizan afectos ligados con el resentimiento, la ira, el odio, hasta con el asco. Pero los afectos negativos no construyen proyectos políticos ligados a expectativas futuras”.
El nuevo clivaje
Que la sociedad no pueda rescatar nada de lo perdido y cerrar su duelo y que la propia idea de futuro se vea amenazada son algunas de las claves de la centralidad de Javier Milei, alguien que más que una construcción ofrece castigo y destrucción (del Banco Central, la seguridad social, los sistemas de educación, salud y ciencia públicos, por ejemplo). El libertario es el emergente lógico de la Argentina punk.
Desde el 83 para acá todo proceso electoral estuvo regido por el clivaje continuidad/cambio. Ante el fracaso de un oficialismo, la posibilidad de un cambio de signo político siempre le dio oxígeno a la esperanza de un futuro mejor. En el 89 ese papel lo encarnó Carlos Menem con su promesa de salariazo y revolución productiva. En el 99 fue Fernando de la Rúa, con el compromiso de terminar con la corrupción. Después de la década kirchnerista, llegó el turno de Mauricio Macri y la consigna “pobreza cero”. Como con Cristina –que cuando fue presidenta se llenó la boca con la palabra “concertación” pero en realidad era para “ir por todo”– no se podía pero sin ella tampoco, en 2019 el kirchnerismo buscó reciclarse con Alberto Fernández de mascarón de proa y el, hasta ahora, último contrato electoral incumplido: que todos los argentinos íbamos a poder comer asado.
Los resultados están a la vista: los salarios nunca estuvieron tan bajos, la corrupción no se erradicó ni se erradicará, la pobreza crece sin freno y ya alcanza a 20 millones de argentinos (40%), la carne es casi un objeto de lujo, y estamos más peleados que nunca. Si se quiere abarcar las particularidades locales, en Santa Fe estamos lejos de la paz y el orden, y Rosario no es justamente la ciudad del respeto.
Ante el fracaso de unos y otros, el gran éxito de Milei, al menos hasta que su acuerdo con el sindicalista gastronómico Luis Barrionuevo puso todo su edificio discursivo bajo sospecha, es que corrió el eje del debate, la línea de la grieta. El clivaje ya no es continuidad/cambio sino uno que lo reemplaza pero también pretende abarcarlo: casta/anticasta.
Claro, eso le alcanza al libertario para canalizar el enojo. Pero no regenera la esperanza, salvo por engaño o mala interpretación: según una encuesta de la consultora Federico González & Asociados un 20 por ciento cree que si hay dolarización, será al tipo de cambio un peso/un dólar, lo cual preanuncia una rápida nueva decepción en puerta.
Dónde estás, ilusión
¿Cómo regenerar la idea de que se puede estar mejor ante este panorama? ¿Cómo se crea una nueva ilusión que reviva a esta democracia que entra en zona de riesgo, con auge de discursos de odio que se creían terminados para siempre, justo en el momento en que cumple 40 años ininterrumpidos?
“Hasta que no aparezca un discurso, un liderazgo que proponga una nueva épica y que incluya a todos va a ser muy difícil”, sostiene el psicólogo Reynoso.
La frase dialoga con la mirada de la politóloga Lesgart, curadora de una muestra sobre los 40 años de la democracia que se puede ver en el Museo Castagnino titulada “La ilusión del momento fundacional”, que también cree que –contra lo que parece ser el espíritu político de la época– la cosa pasa por salir de los discursos violentos e intentar unir.
“No hay proyecto que pueda generar expectativa de futuro si lo que nos dicen es que estamos librando batallas finales, que tenemos que terminar o exterminar al otro. Esto no ayuda a salir del tiempo nebuloso que estamos viviendo”, sostiene.
Y advierte que la agitación de los “afectos tristes” –entre los que incluye la violencia y el odio– “intensifican la partición”, que es algo que no construye sociedad. “El proyecto de la democracia en Argentina de hace 40 años se presentó como una expectativa de construcción futura. Y aunque no todos estábamos de acuerdo con una idea de democracia, ese proyecto buscó incluirnos a todos al menos desde la participación”.
En esa línea, Lesgart señala la profunda diferencia con el momento actual. “En el 83 veníamos de una situación de violencia política intensa y de la guerra de Malvinas. Pero no salimos apelando al odio, la venganza, la partición, el rechazo. Fue una invitación a pensarnos dentro de un entramado común cuyo sentido se lo daba la democracia y que tenía en las elecciones la posibilidad de ritualizar pacíficamente las diferencias”.
El mito y el desencanto
Aquel tiempo histórico tuvo un mito fundacional pronunciado por Raúl Alfonsín, el líder democrático por excelencia que tuvo la Argentina: con la democracia se come, se cura y se educa. Pero en 1989 se tuvo que ir de manera anticipada del gobierno en medio de un proceso hiperinflacionario y luego de los saqueos que tuvieron a Rosario como epicentro. Tres años después, en 1992, el propio Alfonsín corrigió su frase: “Con la democracia se come, se cura y se educa, pero no se hacen milagros”.
Así reconoció, a su manera, la necesidad de plantearse –y plantearle a la sociedad– objetivos más módicos, alcanzables. Acaso porque a mayor tamaño de la promesa, mayor también es el desencanto.
La politóloga Laura Tedesco, autora del libro “Alfonsín, de la esperanza a la desilusión”, advierte sobre un fenómeno, un riesgo, que, como señala Lesgart, entiende que es mundial: “La democracia está desapareciendo en manos de gobiernos elegidos democráticamente”.
Y propone un lugar desde donde abordarlo: “La democracia no asegura el crecimiento económico ni recorta la brecha de las desigualdades que tenemos en los países del tercer mundo. Pero lo que hay que enfatizar es que en manos de un dictador no se come, no se cura, no se educa, no se puede hablar, ni se puede pensar. ¿Por qué entonces dejar que lentamente nos vayan robando los derechos que tenemos como ciudadanos y que en muchos casos nos llevó mucho tiempo adquirir o recuperar?”.
Pregunta fundamental en la Argentina Punk.
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