El periodista antes del cierre de la conferencia de prensa susurra: “¿Cree que la inflación es un recurso político en las elecciones intermedias?” El presidente creía que micrófono estaba cerrado cuando responde por lo bajo: “Qué estúpido hijo de puta”. El periodista es Peter Doocy de la Cadena Fox; el presidente Joe Biden. Un insulto presidencial en vivo y en directo. Washington, enero 2022.
A Jair la Cadena O Globo se la hizo dura, antes, durante y después. Bolsonaro insultó a sus reporteros en cuanto cruce tuvo oportunidad. Los trató de canallas en la pandemia y cuando le cuestionaban el no uso del barbijo durante la peor ola de contagios les dijo que eran “una prensa de mierda”.
El sistema de discusión político en Argentina ha compilado ejemplos a granel. El último que ofendió a los fanáticos de la corrección republicana fue el nuevo tropiezo (y van) de Santiago Cafiero para con Jorge Lanata cuando le dedicó un “Dickhead”. El bravo insulto en inglés que lo desubica de sus labores de Canciller quiso ser un guiño informal en medio de las peleas del barro criollo. Otro error de uno de los funcionarios de un gobierno débil que debiera entender que el enemigo es otro, no un periodista crítico.
Alberto logró acumular una buena cantidad de insultos propios en Twitter. Antes de que le llegue la banda presidencial, el lenguaje del docente de Derecho Penal de la UBA era picante. Le puso el cuerpo a los que recibe del propio frente (Cristina le dedicó algunos irreproducibles en cualquier texto) o los conocidos por la diputada Fernanda Vallejos (“mequetrefe”, “okupa”, “hipócrita” y “atrincherado”) pero el presi no ahorró palabrerío de tribuna ante el ataque o el disenso troll.
Pero claro, insultados andamos con la cruz de los días. El país nos putea a diario. Con su diseño de valores y ejemplos nos confronta con una regla brutal: haz lo que digo, no lo que hago. Un manojo de las palabrotas que esperan que la agenda de la política pueda solucionar. Pobreza, desocupación, desigualdad, inflación o la pandémica corrupción. Todo eso y más.
Las grabaciones encontradas de Cristina descalificando con insultos a sus rivales como Margarita Stolbitzer ("gorda e hija de puta") son relativamente insignificantes a la actitud política de militar votos contra el propio Alberto Fernández. Que peor insulto que boicotear desde adentro sin irse del confort del poder. Acumular las grandes cajas de la política pero sembrar de miguelitos los caminos para que el ya estropeado andar de Alberto Fernandez se estrelle como ese Yenga desmoronado que sueña Dady Brieva. Cristina estaba convencida que el default era un mejor camino al acuerdo. Que explote todo ahora. ¿Quién se salva de esa explosión? Los de siempre.
Cristina ofendida y enojada manda a debilitar al Presidente. Con ella la militancia que la sigue e idolatra. Con ella los desplazados y “grasitas” que el peronismo siempre cobijó. Ella, la jubilada que acumula casi 4 millones por mes sumando la “pensión de Néstor” mientras el 70 por ciento de los jubilados argentinos cobra la mínima de 32.630 mil pesos. Un país fundido marginando a los débiles pero fortaleciendo al Poder que administra esa crisis.
Santiago Cafiero jugando con su insulto en inglés para un periodista que lo critica es un pequeño ejemplo de nuestro peor subdesarrollo: el político. No les importa nada. Dice la filosofía del pesimista que no estamos en la cornisa, somos la cornisa. “No estamos en crisis, somos la crisis”. Entre las telarañas, enredados en la furia de no saber que trole hay que tomar para seguir. Sin Chapulines, ni superhéroes. Perdidos en un desierto sin oasis.