El mensaje tronó fuerte y claro. Cambio. Pero cambio profundo y rápido. ¿Cambio en qué sentido? En el que esté a mano, porque en definitiva la democracia es una elección de opciones. Y eso hace que el cambio que empujan las urnas en las distintas geografías argentinas no responda a un patrón partidario o ideológico único, sino que insinúa formas y significados diferentes.
Javier Milei a nivel nacional y Maximiliano Pullaro en la provincia encarnan ideas de cambio que tienen bases completamente diferentes, y sin embargo fueron los más elegidos por quienes rechazan a los gobiernos actuales. En Rosario, la posibilidad de cambio tiene otras formas y se posiciona en otro andarivel del espectro político, pero como se verá más abajo, aunque Milei y Juan Monteverde estén en las antípodas ideológicas hay elementos objetivos que hacen que el líder de Ciudad Futura pueda ilusionarse con subir a la ola de cambio que empujan Milei y Pullaro.
En 40 años de democracia, el sistema político mostró signos de crisis y agotamiento. En distintas etapas aparecieron los Patti, los Aldo Rico, los Bussi en Tucumán, los outsiders como Palito Ortega y Carlos Reutemann. Pero siempre habían quedado circunscriptos a jurisdicciones provinciales o locales, o no se sostuvieron en el tiempo. El 24% de votos anulados o en blanco de 2001 a nivel nacional fue el mayor sismo, que derivó en un reordenamiento del sistema político en torno a dos grandes coaliciones electorales, previo nacimiento de fuerzas políticas como el ARI de Elisa Carrió o el PRO de Mauricio Macri.
Ese somero repaso permite ver la dimensión disruptiva del batacazo que protagonizó Javier Milei. Ganó una elección nacional, en 16 provincias (algo que nunca estuvo cerca de lograr Juntos por el Cambio), sin estructura y con boleta sábana, que es un sistema de votación diseñado a la medida de las grandes estructuras partidarias. Aun así les pasó el trapo. Sintonizó a la perfección el hartazgo con el sistema político y su dirigencia.
Aunque Milei tiene todos los tips de un líder casi mesiánico e impredecible, las razones del voto que lo llevaron al podio de las Paso tienen una lógica racional. En definitiva sus votantes hicieron lo que todos hacemos en nuestras vidas cuando algo no funciona. Intentamos otra cosa, y si ésta también falla, por lo general no volvemos a lo que ya fracasó, intentamos algo nuevo. Esta voluntad descarnada de patear todo que representa Milei es lo determinante, mucho más que la orientación de sus propuestas de gobierno, cómo piensa hacerlo, con quién y qué viabilidad social e institucional tiene.
Unión por la Patria y Juntos por el Cambio empeoraron sostenidamente las condiciones de vida en el país. Tiraron demasiado de la cuerda, confiados en que habían abrazado la totalidad del sistema político y licuado todos los intentos de terceras vías, hasta que se les metió un Milei por el ventiluz del sistema y cortó la cuerda.
La crisis sistémica ahora está expuesta y se abre una etapa impredecible. Los dos grandes frentes electorales lucen golpeados y probablemente con menor capacidad de garantizar gobernabilidad.
Juntos por el Cambio quedó sumergido en una crisis de identidad porque cuando los halcones ganaron la interna a las palomas, al lado de Milei quedaron como pichoncitos. En el peronismo la crisis de identidad es uno de los tantos problemas, y por cierto el menos urgente: el gobierno se ve aturdido entre derrota, devaluación improvisada e inflación. El presidente no aparece, Cristina menos y para completarla a alguien se le ocurrió que era buena idea discutir en público si Sergio Massa tiene que renunciar al Ministerio de Economía para favorecer… las chances electorales de Unión por la Patria.
Si lo de La Libertad Avanza suena a salto al vacío y que salga lo que salga, el cambio que en Santa Fe expresa Maximiliano Pullaro representa lo contrario.
El exministro ofrece aplomo, experiencia de gestión combinada con renovación generacional, estructura territorial y organización política. Un dirigente que transitó los caminos de la política tradicional, con lo cual debe descartarse un voto antipolítica. De hecho los votantes lo pusieron a las puertas de la Gobernación, cosa que tendrán que ratificar en las generales provinciales del 10 de septiembre, teniendo la opción de hacerlo con una outsider.
Así como el nombre de MIlei estaba en el cuarto oscuro en el momento de mayor demanda de una opción catártica ante el excepticismo y desazón social, otro tanto ocurrió con Pullaro en el momento en el que la seguridad es la principal demanda. Haber agarrado el Ministerio de Seguridad en 2015 y con el tiempo ser el único que tiene algún mínimo resultado para mostrar, permitió que se lo identificara como el depositario del mandato de cambio.
En el fondo, la demanda es la misma que con Milei: devolver normalidad, en especial en la economía y la seguridad, que hoy son los dos grandes ordenadores de la vida de las personas.
Pullaro tiene todos los cañones apuntados en ese sentido. Es una de las razones por la que, si es elegido gobernador y tiene mayoría legislativa, no impulsará la reforma constitucional en el arranque de la gestión, aun cuando un escenario así representaría una oportunidad histórica. Por lo menos en los primeros dos años no quiere enfrascarse en asuntos que puedan verse como de interés de la política más que de la gente, o que distraiga los ejes de cambio que trazó para la campaña: producción, seguridad y educación.
Los vientos de cambio soplaron tan fuerte sobre el peronismo que hundieron a los gobiernos de Alberto Fernández y Omar Perotti por debajo de sus pisos históricos, a pesar de que ellos fueron el cambio hace apenas cuatro años. El interrogante es si las mismas reglas aplican para lugares que, como Rosario, no son gobernados por el peronismo y también llegan al final del mandato sin que se cumplieran las expectativas que se habían planteado. Inevitablemente esa pregunta debe inquietar a la plana mayor del gobierno municipal después del batacazo de Milei.
La idea de cambio está presente en todos los niveles y pesa en todas las campañas electorales. Por eso el eslogan central de Javkin asocia la idea de cambio a la renovación de su mandato. La idea de que “si cambia la provincia, Rosario puede” está anclada a que si se concretase el triunfo de Pullaro entonces la ciudad podrá hacer lo que no se hizo en los últimos cuatro años.
Es decir, abre una expectativa de futuro pero depositada en un resultado que se juega mitad acá y mitad en la provincia. Y a la vez deja implícito que lo que le faltó a la gestión municipal es porque el gobierno de Omar Perotti no le dio a Rosario lo que necesitaba.
¿Puede Juan Monteverde ser el eslabón local de la ola de cambios? Hay distintas variables que considerar para tratar de encontrar una respuesta. Una es que Ciudad Futura no encaja con la matriz ideológica, en el sentido de que los cambios se vienen dando por emergentes posicionados desde el centro hacia la derecha. Se trata de una fuerza de centroizquierda que lidera un frente con el peronismo.
Sin embargo, si se profundiza un poco, se verá que que sí representa algunas de las marcas del rumbo que las urnas vienen expresando en 2023. Entre ellas su origen al margen de los partidos tradicionales, propuestas disruptivas en el sentido que no es el Estado el sujeto de acción central, identidad definida, composición generacional predominantemente joven y un discurso que, sin el desprecio y la descalificación de MIlei, igualmente no resigna una mirada crítica sobre las prácticas políticas predominantes y la efectividad del Estado para dar respuestas a los problemas de la gente estructurado como está. Y hay otra cosa. Ni el voto de Milei ni el de Pullaro fueron ideológicos, sino transversales a los estratos sociales y etáreos.
La elección por la Intendencia quedó reducida a un mano a mano entre Monteverde y el intendente Javkin. Eso instala al retador en un lugar sin terceros que dividan votos. A su vez, el 23,6% que sacó Pablo Javkin, si bien le alcanzó para ser el dirigente más votado de la ciudad, le implica recorrer un largo trecho para subir hasta la mitad más uno. Monteverde tiene que hacer el mismo camino de acumulación, incluso más porque sacó menos votos en las Paso. Pero tiene el beneficio de ser lo nuevo y no carga a cuestas con el desgaste de una gestión que atravesó muchas dificultades.
Javkin y Monteverde batallan ahora por fidelizar votos de sus respectivas internas y conquistar nuevos. En términos de estrategia, Javkin apunta a alinear el voto no peronista detrás suyo. Monteverde, por el contrario, polariza en torno a la valoración de la gestión del intendente. “El que quiera seguir como ahora ya tiene su candidato, el que quiere otra cosa que nos vote a nosotros”, dice.
Para Javkin, contar con el aparato estatal representa una ventaja que Monteverde no tendrá. Además, el intendente va a ese crucial mano a mano con Monteverde flanqueado por toda la escudería de Unidos, que viene de hacer una gran elección provincial, lo que incluye al socialismo, todas las partes de la UCR y el PRO, con los candidatos principales Maximiliano Pullaro y Clara García.
De todos modos se vota con boleta única, es decir que por más entornado que estén los candidatos, a la hora de marcar el papel están solos, no hay arrastre que valga, ni para bien, ni para mal. Serán los rosarinos los que dirán que tan variadas pueden ser las formas del cambio.