A partir de la pandemia de coronavirus se estructuró un orden capaz de distinguir entre "nueva normalidad” y “vida anterior”. Se trata de un presente trazado por estructuras faciales de plástico, choques de codos, marcas en las veredas que indican donde pararse y la práctica de rociarte la palma de las manos antes de ingresar a un comercio.
La mutualidad y los sentidos se vieron cruzados por la bisoña covid-19 y por palabras de escaso uso que se volvieron intensivas (tapabocas). Al cabo de unas semanas, la vereda se asemejaba a un set cinematográfico y la esquina, a un cuento con final abierto.
Y si bien el acto (casi infinito) de unir vocablos con algún rigor sintáctico es previo al virus, la pregunta sobre cómo es narrar en este tiempo con aspiraciones distópicas originó un intercambio de mensajes con tres talleres de escritura de la ciudad.
A los interrogantes de Rosario3.com respondieron a distancia Maia Morosano, escritora (Con el amor no alcanza, La puerta) y performer que coordina Patas de cabra; Dahiana Belfiori, escritora (Código Rosa: relatos sobre abortos) y activista feminista que auna escrituras en Abrir la casa; y Fernanda Blasco, periodista, ex subeditora de este portal, profesora en Letras y factótum de Meteoritos y Huevos Fritos.
—¿Cuánto puede hacer la escritura en este tiempo de normalidad suspendida?
Maia Morosano: Medir el alcance de lo que la literatura puede hacer en este o cualquier tiempo me atrevería a decir que es imposible. Arrimo el bochín lo máximo que puedo con esto: la literatura es una experiencia que nos puede maravillar desde el horror, desde la ternura, desde la empatía con lo que tal o cual personaje dice o hace, nos puede acelerar el corazón con una metáfora cuyos significantes quedan rebotando en nuestra cabeza cuando conciliamos el sueño. Un verso, un cuento, nos pueden (o no) interpelar sobre lo que sentimos, pensamos. La literatura puede ser una excusa para hablarnos con quienes queremos. Por ejemplo, mi papá me manda poemas leídos por él en audios de whastapp, mi compañera me lee cuentos y yo le mando a mis amigues mails con crónicas que estoy escribiendo. Pero como ya dijo Oscar Wilde: “La literatura no sirve para nada”. Es decir, no tiene una función. Estamos muy acostumbrades a medir todo, a pensar en resultados y la literatura como experiencia artística nos propone lo contrario.
En este momento en el que algunes somos privilegiades y podemos quedarnos a leer o a escribir en casa sin miedo de una agresión peor a la que nos amenaza afuera, la literatura puede ser una forma de habitar las horas, pero para mí eso ya era algo cotidiano, lo ha sido siempre.
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Dahiana Belfiori: Lo primero que haría sería cuestionar la idea misma de “normalidad”. Si algo ha puesto en escena esta pandemia es que lo anterior no tenía nada de normal. Esa normalidad a la que tantas personas quieren volver escondía injusticias de todo tipo. La pandemia vino a evidenciar todas esas violencias que el capitalismo y el patriarcado ejercen. Sí queda suspendida cierta idea de rutina que ordena la vida cotidiana (trabajo, escuela) y en esa “suspensión” hay una mayor exposición y vulnerabilidad, tanto subjetiva como objetiva. En este contexto, puede que la escritura sea un canal para expresar algunas cuestiones que nos atraviesan. Sin embargo, no es algo solo de este momento sino que, como cualquier otra expresión artística, tiene una posible arista terapéutica para decir eso que nos angustia o bien para evadirnos de la realidad que nos toca vivir.
La escritura genera una energía poderosa, es una forma de terapia que puede salvarte de la locura" (Fernanda Blasco)
Fernanda Blasco: Mis mejores días de encierro son los que escribo. Creo que la escritura hace bien siempre. Al menos, si se la piensa vinculada al placer y al juego. La escritura genera una energía poderosa, es una forma de terapia que puede salvarte de la locura. Entiendo que muchos por estos días tienen problemas para escribir. En cuarentena, uno está más disperso, angustiado. Es frustrante, pero no hay que frustrarse. Está bueno escribir cuando se tenga ganas y se encuentre el momento, no tomar la escritura como obligación, que no sea una carga o demanda más, entre tantas otras. Que sea una herramienta que puede traer alivio, una válvula de escape.
—¿Cómo lidiar con una cotidianeidad que parece una ficción en sí misma?
Maria Morosano: Desde hace unas cuantas semanas hago mucho esfuerzo para no lidiar con esta cotidianeidad sino leerla como la última novela de mi escritora preferida y disfrutarla como disfruto una lectura. Sin embargo, cuesta. Como docente siento mucho cansancio físico, los ojos me lloran constantemente por tanta pantalla y hay veces que ni quiero contestar el whatsapp.
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Dahiana Belfiori: La cotidianeidad se nos torna una ficción porque, en cierto sentido, lo es. Por ejemplo, estamos habitando cada una de nuestras casas de manera hiperbólica. Se pone la lupa sobre aspectos que antes aparecían influyendo mucho menos en nuestras vidas. En ese sentido, la consigna “quedate en casa” es una ficción para muchas personas que no pueden quedarse en sus casas y a la vez pone en tensión las históricas discusiones feministas en torno a “salir de casa”. Las feministas decimos “salgamos de casa” para construir lo político, publico y colectivo que tienen nuestras vidas. Una de las maneras de lidiar con esta cotidianeidad es potenciar aquello que me afirma en la vida, que me da alegría, y que es previo a la pandemia. En los libros, la ficción y la literatura encuentro un modo muy pertinente y acogedor.
La literatura puede ser un refugio para las personas en estos momentos. Entonces, todas las iniciativas que permitan su acceso me parecen fundamentales, incluso desde la virtualidad. Todas esas iniciativas particulares y esa circulación de material online de lecturas (poesías, textos) también deberían ir acompañadas de políticas públicas, no sólo en la pandemia. Creo que tiene que ver con la salud mental de las personas pensar cómo se promueven estos objetos que son los libros.
Hago mucho esfuerzo para no lidiar con esta cotidianeidad sino leerla como la última novela de mi escritora preferida y disfrutarla" (Maia Morosano)
Fernanda Blasco: Hace poco me invitaron a participar de la Bitácora del virus y escribí un texto que, justamente, titulé Más extraño que la ficción. La ficción siempre fue mi refugio en tiempos de crisis. Perderme en las historias de libros, películas, series. Y lo sigue siendo, aún cuando en estos momentos ficción y vida cotidiana se sientan tan cercanas. Un método que siempre me sirve para atravesar los peores momentos es pensar que son episodios de una serie cómica, exagerar la situación en mi mente, pensarme como protagonista y reírme ante potenciales ridículos escenarios. La risa es una gran herramienta para alejar demonios. Creo que la risa y la escritura asociadas forman un combo infalible.
—¿De qué manera se desarrolla en taller ahora y qué cambios hubo?
Maia Morosano: El taller cambió su modalidad, ahora nos encontramos en zoom, no hay lecturas colectivas en bares como solemos hacer con Patas de cabra ni viajes. Teníamos programado un intercambio con un taller de Córdoba, El brote, coordinado por la escritora Florencia López, pero tuvimos que cancelar todo. El programa es el mismo que se había proyectado pero se nota la distancia. Espero que podamos sacar la antología del taller que editamos siempre a fin de año.
No obstante, a pesar de las dificultades la gente se sigue sumando. Hay un interés y un deseo muy vivos puestos en la escritura y además salen textazos de algunos ejercicios propuestos. Como dije anteriormente, no puedo poner a la literatura bajo la vara de cuánto podría hacer por nosotres pero en cada taller veo que la palabra nos sigue dejando encantades como a la serpiente que sale de la cesta y esa flauta mágica sigue construyendo puentes, sogas, redes y universos posibles.
Los talleres de escritura como de lectura funcionan como un ordenador del tiempo y son espacios de creación colectiva que crean colectivos" (Dahiana Belfiori)
Dahiana Belfiori: En marzo, después de la cuarentena, hice una migración de los talleres que coordino en mi casa a la virtualidad. Fueron muchos desafíos porque el taller se llama Abrir la casa. De alguna manera, en este contexto, implicaba cerrar mi casa en lo material y abrirla en lo virtual. Esto hizo que las casas de las personas que participan de los talleres se abrieran por la ventanitas de las plataformas de videoconferencias por las que aparece una parte de la realidad en la que viven. No podría ir más allá de esto que ocurre pero creo que potencia la imaginación. Eso, para la mente de quien escribe, es una fuente de inspiración real para la escritura. Hubo una gran predisposición a acompañar esa migración e incluso a propiciar los silencios, que son muy difíciles de sostener via cualquiera de las plataformas que tenemos para encontrarnos hoy. Lo fuimos logrando con un gran acompañamiento y una gran escucha. Personas que habían dejado el taller por otros planes se sumaron y también se abrió la posibilidad a otras personas del país. Poder hacer grupalidades de otras provincias también es muy interesante.
Tanto los talleres de escritura como de lectura funcionan como un ordenador del tiempo y son espacios de creación colectiva que crean colectivos. La metodología de trabajo es la misma: propongo lectura de textos, hablamos de lo que leímos y escribimos con alguna consigna. En este contexto, me he dado cuenta de que aparece mucho más la necesidad de hablar de eso que leemos y que el humor y la veta irónica acompañan de otras maneras.
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Fernanda Blasco: Mis “Happy Hours de Escritura” son siempre presenciales. No son clases de literatura. Son espacios relajados de encuentro donde impulso una escritura lúdica, improvisada y social. La idea de estas sesiones es ayudar al que escribe y está bloqueado, pero también empujar al que no se anima a escribir. Alejar el terror de la página en blanco o los protocolos formales que uno suele asociar al escritor. Cuando nos juntamos no solo escribimos: hay música, cerveza, picada. La pasamos bien.
Desde que comenzaron las restricciones por el virus suspendí lógicamente estos encuentros. Con algunos “talleristas reincidentes” mantengo un grupo de whatsapp en donde les envío consignas, siempre optativas, para que no dejen de escribir. La puesta en común de textos se produce ahí mismo y es muy rico el intercambio posterior entre los participantes. Escribieron cosas muy hermosas durante esta cuarentena, muchas veces textos atravesados por lo que estamos viviendo. En las redes sociales de @meteoritosyhuevosfritos comparto también ocasionales ejercicios o juegos para que quien tenga ganas las responda y escriba.
No siento que sea un buen momento para ofrecer sesiones en vivo online. Cada uno tiene sus tiempos, tiempos que se vuelven aún más extraños e impredecibles durante un encierro obligado. A medida que vuelva la “normalidad”, iré adaptando el formato y claro que volverán los Happy Hours de Escritura. Se extrañan las cervezas y las picadas compartidas, que son tan importantes como el lápiz y el papel.