El Parque Nacional Islas de Santa Fe se abre al público por primera vez desde su existencia con dos senderos para recorrer y solo durante los dos sábados y domingos de estas vacaciones de invierno. El área natural protegida es totalmente insular, única en su tipo y con los contrastes que eso implica: tiene un nivel de protección de flora y fauna alto pero es difícil de acceder para quienes no tienen embarcación.
El punto de partida más cercano es Puerto Gaboto, 60 kilómetros al norte de Rosario, o también se puede llegar desde el Pre Delta de Diamante, Entre Ríos. En las tierras donde Sebastián Gaboto levantó el fuerte Sancti Spiritus, el primer asentamiento español, se creó en 2020 la Intendencia del Parque que tiene un carpincho y unas plantas irupés como su estandarte.
Esa imagen con dos símbolos de la flora y fauna del humedal resume lo que promete la apertura experimental de Islas de Santa Fe: dos senderos para ser recorridos por los pioneros. El contacto con 85 especies de aves que se pueden ver con dedicación y las decenas de mamíferos, árboles, plantas y anfibios. Un tesoro a descubrir que demanda dos atributos que no abundan: tiempo y paciencia.
La prueba piloto, la crónica que sigue, es una muestra de eso.
La travesía
El intendente del parque nacional en la provincia, Guillermo Lier, está ansioso. Esperan desde el verano para abrir el lugar al público general: en principio amantes del río y las islas, avistadores de aves, fotógrafos y curiosos varios. Hay 50 cupos por día y los interesados tienen que anotarse desde las redes sociales del lugar. Deben llegar por su cuenta: aún no hay traslados en lancha ni excursiones, al menos no oficiales.
El guardaparque maneja el lanchón por el camino largo (hay otro más corto por el arroyo El ternero, pero ahora hay palos). Conduce al grupo por el río Coronda, rumbó al Paraná y después serpentea entre canales y atajos. Guillermo se entusiasma: cree que la apertura generará movimiento económico y será bueno para la comunidad de Gaboto. Mejorar esa relación es uno de los desafíos de su gestión. Hace tiempo que Parques comprendió que las personas que viven en las áreas protegidas son parte del ambiente y el desarrollo no puede ser exclusivo. En otras palabras, asociar el Parque a algo positivo y no solo a limitaciones a la caza y la pesca, por ejemplo.
La mañana le hace honor al invierno y el viento de frente obliga a reforzar el abrigo. El área protegida son las 4.096 hectáreas de ocho islas en total que fueron cedidas por la provincia para crear el parque, en 2010. El epicentro es la vieja reserva provincial El Rico. No solo por ser la de mayor extensión, sino porque allí está la casa del guardaparque, la zona de descanso con baños (en una próxima etapa se podrá acampar y hay un fogón) y desde ahí nacen los dos senderos experimentales.
La lancha avanza por el cauce principal y en las costas los alisos parecen un ejército regular que marcha hasta la costa. Cuando llegan al filo de la barranca, que no es muy pronunciada porque el río está bajo pero no tanto (en torno a los dos metros en esta región), caen y quedan como una hilera infinita de troncos secos derribados.
De pronto, a los 45 minutos de viaje, la embarcación de Parques toma el Canal de la Victoria y los biguás que eran un punto negro sobre el agua toman vuelo. El riacho despliega toda la belleza del humedal. A mano derecha ya empieza el territorio del parque. Sobre la izquierda, una casa flotante marrón, un rancho verde bien puesto, un hombre en canoa con dos perros.
Acá los camalotes se estiran como alfombras, allá colonizan la costa los sauces y algunos laureles, los troncos secos surgen de un fondo marrón que no vemos. A veces todo se une y forma una pared verde agreste, un muro modesto de resistencia, una reserva.
Sotobosque y zorritos
Ese muro verde está formado por plantas, enredaderas y lianas que se anudan en un paisaje cerrado, el sotobosque. Hacia arriba siguen los estratos medios y altos. El timbó es el árbol de mayor altura y también hay ceibos, sauces, laurel, curupí, sangre de drago (entre verde y rojizo) y los espinillos más chatos.
El viaje de casi una hora finaliza en el islote principal El Rico, que presenta las mismas especies que el Delta pero como lleva medio siglo bajo distintos niveles de protección (en 1968 fue declarado reserva provincial) todo es más generoso.
“El lugar viene cuidado hace tiempo y eso hace que el estado de conservación de estas islas sea evidentemente superior al de un campo ganadero o una isla con alguna tipo de explotación. Hay especies vegetales en mejor estado, en mayor cantidad y eso hace que la fauna asociada esté más presente”, describe el intendente Guillermo Lier.
Clara Mitchell, directora de Conservación y Regeneración del Ministerio de Ambiente de la provincia, recordó que el parque se creó en 2010 pero no había gran cosa y dependía del Pre Delta (Diamante). “Esta gestión puso en valor un espacio único para nuestra provincia. El único Parque Nacional con un guardaparque propio y seccional. Nosotros estamos presentes y acompañamos todas estas actividades”, valoró Mitchell.
Islas de Santa integra el Delta del Paraná con 243 mil hectáreas, uno de los tres Sitios Ramsar que tiene Santa Fe, la red que nuclea a los humedales considerados de importancia internacional.
La apertura experimental ofrece dos senderos: “El Timbó” y la “La Isla Misteriosa”. Cada uno tiene un kilómetro de largo –uno de ida y otro de vuelta–. El primero tiene una vegetación más cerrada y recorre una laguna (en realidad es el “Madrejón de Cachino”).
El agua tapizada de plantas acuáticas (el irupé es del verano) esconde yacarés, lobitos de río, coipos y todo tipo de peces. El camino tiene curvas con puntos para detenerse y aprovechar la panorámica, algunos incluso con asientos y mesa de madera.
Las huellas de tres puntas sobre barro y la bosta fresca confirman la presencia de carpinchos, que esta mañana que el contingente de periodistas y funcionarios de Parques y Ambiente de Santa Fe no se dejan ver. De pronto algo cruza el camino a toda velocidad.
–¡Mirá un carpincho! –grita uno de los fotógrafos del grupo.
–No, no, es un chancho –aclara el más adelantado.
El animal se pierde en el verde. Los primeras personas en el bosque son una novedad. Habrá un tiempo de adaptación en que los animales se acostumbren a la presencia humana y de a poco entiendan que no están en riesgo, y que se pueden acercar. Eso creen, al menos, los integrantes de Parques.
Los que no necesitan ese tiempo son los zorritos que se asoman curiosos. Primero aparece uno en la casa del guardaparque, después otro más grande, gris, en la zona de descanso y al rato un tercero sobre el sendero del otro camino (“La isla misteriosa”), que es más abierto, especial para ver pájaros.
Paula Frasson, encargada del área de conservación del Parque Nacional Islas de Santa Fe, cuenta que la cantidad de especies de aves relevadas en la región supera las 150 y un grupo de avistadores registró 85 variedades en apenas dos días. Se trata de especialistas con largavistas y entrenamiento pero, aclara, con un poco de paciencia un visitante atento pueden ver no menos de quince o veinte: garza mora y blanca, chaja, cigüeña, espátula rosada, carancho, chaja, tero, martín pescador, carpintero, cardenal, cardenilla y los más comunes horneros y torcaza.
Los primeros en presentarse son los pepiteros de collar, unos atrevidos de anteojeras que bajan a la zona de mesas sin problemas. Menos amable puede ser el eventual encuentro con una víbora o un jabalí salvaje (sobre una mesa descansa una mandíbula con dos colmillos de restos de un ejemplar hallado que intimida). La recomendación es simple: evitar el contacto y avisar al guardaparque.
Playa y acampe
La hoy zona de descanso será de acampe en breve si todo sale bien. A la apertura experimental de los dos senderos le seguirá la posibilidad de hacer noche en el lugar. Ya hay dos baños habilitados y se prepara una proveeduría. Entre las mesas de madera, donde bajan los pepiteros y husmean los zorritos, hay un fogón habilitado.
Para la primavera o el verano podría darse ese segundo paso, con alguna excursión o lancha que haga el viaje desde Puerto Gaboto para quienes no tienen embarcación. La playa de arena suma un atractivo.
Los contactos para esta apertura experimental se hacen a través del Parque Nacional. Será durante los fines de semana del 22 y 23 y del 29 y 30 de julio con un cupo de 50 personas (aunque no excluyente). El organismo facilitó un documento con toda la información necesaria para la visita. Una nueva etapa comienza para ese tesoro oculto de Santa Fe.